Cambio climático: el mundo, en deuda
Hay que reformular el diálogo entre los Estados y aceptar que no se podrá avanzar seriamente sin una profunda revisión de nuestras creencias culturales
Después de más de dos semanas de reuniones, finalizó en Madrid la Cumbre del Clima, vigésima quinta conferencia de las Naciones Unidas (COP25), que definitivamente no estuvo a la altura de la emergencia climática. Los 196 países que estuvieron representados solo pudieron lograr un consenso mínimo sin tocar los puntos de fondo por la reticencia a abordarlos de parte de ciertos Estados. Brasil, Australia, Estados Unidos y China fueron los principales acusados de retrasar el progreso de la cumbre.
Varios temas, como la regulación de los mercados globales de carbono, quedaron para que sean tratados en la reunión del año próximo en Glasgow, Escocia.
La cumbre ha dejado en claro que se necesita un mayor compromiso, con recortes mucho más profundos en las emisiones de gases de efecto invernadero: el mundo está lejos de cumplir la promesa hecha hace cuatro años en París respecto de mantener el calentamiento global a no más de 2°C por encima de los niveles preindustriales, considerado por los científicos el límite de seguridad. Con las tendencias actuales, superaremos los 3°C.
Los resultados de una investigación publicada durante la conferencia mostraron que las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado un 4% desde que se firmó el acuerdo de París, en 2015, y que sería necesario reducir el carbono en más del 7% al año en la próxima década para cumplir con las previsiones científicas.
Los pequeños Estados insulares, por su parte, enfatizaron repetidamente que la crisis climática ya esta causando una devastación en la actualidad: aumentos del nivel del mar, tormentas más intensas, inundaciones y sequías.
Frente a ello, el Parlamento Europeo declaró la emergencia ambiental en su continente, como un llamado de atención a sus poderes políticos para que fortalezcan los proyectos de defensa en esa área.
Por su parte, y ante los resultados de la cumbre climática de Madrid, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, se declaró decepcionado porque "la comunidad internacional ha perdido una oportunidad importante de mostrar una mayor ambición en mitigación, adaptación y finanzas para afrontar la crisis climática", dijo, y agregó: "No nos daremos por vencidos. No me daré por vencido".
Es cierto que hay quienes niegan que el cambio climático guarde relación con las actividades antrópicas, y es lógico en parte, porque los intereses en juego son inmensos. Sin embargo, la mayoría de los científicos independientes coinciden en que el aumento de la temperatura del planeta guarda relación directa con las voluminosas emisiones de gases de efecto invernadero producidas por el hombre. De modo que la pregunta surge de una manera natural: ¿a quién creer entonces? La respuesta podría ser que nuestro sistema multilateral basado en un acuerdo de paz de 1945 ha llevado a la creación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en ingles). Este es el principal órgano internacional encargado de evaluar el cambio climático desde que nació, en 1988, por iniciativa del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y la Organización Meteorológica Mundial, para ofrecer al mundo una visión científica del estado de los conocimientos sobre el cambio climático y sus posibles repercusiones ambientales y socioeconómicas.
Compuesto por 195 países, cuyos expertos se reúnen para adoptar las principales decisiones dentro del programa de trabajo, reúne a miles de científicos de todo el mundo, que aportan sus contribuciones voluntarias sin percibir remuneración alguna del organismo. Aunque falible, como toda creación humana, posee mayor credibilidad que las opiniones de los múltiples lobbies que desparraman dudas sobre lo que ocurre o culpan al Sol de las penurias del planeta con el fin de evitar o postergar cualquier medida que afecte sus negocios.
La realidad es que el diálogo sobre la preservación del hábitat, tal como está planteado hoy, no funciona, de modo que hay que reformularlo y aceptar que lo que se necesita es un cambio cultural de la humanidad. Mientras ello no suceda, las posibilidades de acuerdo mundial son casi remotas, toda vez que las iniciativas chocan con la escasez de liderazgos internacionales y la falta de multilateralismo al respecto.
Afortunadamente, ya existen mejores tecnologías y prácticas para la generación de electricidad, para el transporte, la construcción, la industria, el sistema alimentario, el uso del suelo y el consumo excesivo. Esto ya está sucediendo en todo el mundo a través de soluciones existentes que promueven la justicia social, la equidad y el desarrollo económico, al tiempo que restauran el ciclo natural del carbono del planeta.
Sobre los hombros de la Cumbre de Glasgow 2020 pesa el futuro de la reducción de emisiones y el de la lucha contra el cambio climático. Y todo ello cuando los científicos predicen que 2019 marcará nuevos récords en incremento de temperatura y en concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Estamos viviendo en tiempo real una verdadera tragedia ambiental que compromete la habitabilidad de nuestro planeta frente a la cual no se debe permanecer impasible. Es el tiempo para actuar y detener esta alocada carrera hacia el abismo, pues no existe un planeta alternativo.