Grotesco, burdo y ofensivo
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Si hay algo que caracteriza a Buenos Aires es su intensa actividad cultural. Hablamos de espectáculos de todo tipo, muchos de nivel internacional, en espacios diversos de primera línea, públicos y privados, tanto como en el llamado ámbito under. En los últimos tiempos, las gestiones gubernamentales han sumado los espacios de los museos públicos con propuestas variadas que sacan partido de sus condiciones arquitectónicas, en particular de auditorios, jardines y patios. Una sana política cultural debe promover el apoyo a propuestas que, por su calidad, merezcan difundirse.
En la tarde del sábado 25 de marzo, el espléndido jardín del Museo Isaac Fernández Blanco, el Palacio Noel, se convirtió en escenario de una obra de unos 45 minutos de duración. Bajo el nombre de “Sirenas en jardines electrónicos”, el grupo Ópera Periférica presentó una performance de su serie Barroco Furioso que encendió una feroz controversia. El grupo de arte se jacta de buscar acercar la ópera a nuevos públicos, mediante polémicos y cuestionadores mensajes subidos de tono, con seguidores que critican la “rancia moral burguesa y homo odiante”.
Las redes difundieron rápidamente las controvertidas escenas, con vulgares desnudos, grabadas por indignados asistentes: dudosos vestuarios, provocativas danzas, cuando no obscenas, más cercanas al porno que al arte, y secuencias de escandalosos parlamentos con lenguaje explícito, todo esto acompañado por cantos y música.
“Desagradable, perverso y de mal gusto”, “basura en el museo más lindo de la ciudad”, “una obra de degenerados” fue lo menos que postearon quienes vieron las viralizadas escenas, todo esto agravado por el irritante hecho de que se financiara con fondos públicos. Desde el Área de Programación Artística de Museos de la ciudad se pretendió justificar que la obra había resultado seleccionada en una convocatoria federal realizada en 2022 y que, por su carácter barroco, que incluía la utilización del laúd, se asoció al Museo en cuestión por contar con una colección de instrumentos de dicho período. En la carpeta recibida con el material de la obra no se incluyó referencia a escenas como las que se vieron, expresaron. Sin haberla visto anticipadamente, los funcionarios omitieron también el simple ejercicio de ingresar en las redes sociales de la compañía, donde podrían haber anticipado algo de lo que se expuso ante un estupefacto público familiar de sábado a la tarde, incluidos menores de edad, sin ser advertidos de los contenidos, en una actividad al aire libre con entrada libre y gratuita.
La Asociación Amigos del Museo, que trabaja para fondear a la prestigiosa institución, difundió un comunicado desvinculándose de la organización de la actividad, argumentando que desconocía la propuesta.
Aun sin pretender juzgar el supuesto hecho artístico, está claro que ni el ámbito ni el momento elegido fueron los que hubieran correspondido. La renuncia de Victoria Otero, gerenta de Museos de CABA y responsable de la programación, llegó junto con el tardío pedido de disculpas del Ministerio de Cultura porteño. Se anunció también que se “redefinirán responsabilidades” para las más de 200 programaciones culturales públicas de todas las semanas, patéticas disculpas e intentos de reparación que omiten referencias a lo que pareciera ser no un hecho aislado sino una política en el plano de la cultura más vinculada a un falso progresismo con grave denigración de la persona que sistemáticamente vemos crecer.
Pareciera habitual que la Dirección de Museos porteños baje línea a cada institución sin que se consulte a sus equipos curatoriales o educativos, imponiendo contenidos centralizados con más carga ideológica que cultural. Los ejemplos se repiten y marcan una preocupante tendencia. Sin ir más lejos, el Centro Cultural Recoleta promocionaba para el pasado 2 de abril, Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, un Festival por la Visibilidad Trans, en otro denodado esfuerzo por instalar miradas distintas que, según el último censo, solo representan al 0,02% de la población. En el Museo Larreta, otro ejemplo, en enero pasado, una muestra sobre “Perspectivas de Género, Nuevas Miradas sobre la Colección” desplegaba sobre una imponente mesa de comedor de arte español una serie de servilletas con mensajes de extremo corte feminista, así como explicaba una obra como “Susana y los jueces”, atribuida a Giambattista Tiépolo, desde una mirada etnocéntrica, entre otras tan rebuscadas como inapropiadas intromisiones a la muestra permanente del museo.
En tiempo de campañas electorales, convendría que los candidatos revisaran seriamente sus propuestas en terrenos ligados a los valores que una sociedad que se proclama moderna y abierta está dispuesta a aceptar. Sin pacaterías pero también sin forzadas imposiciones que violentan las convicciones de una mayoría que merece ser respetada.