Buenos Aires ruidosa
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La actividad en las inmediaciones del Hipódromo de Palermo, el Campo Argentino de Polo y el Paseo de la Infanta se ha incrementado notablemente en los últimos años. Los espacios a cielo abierto favorecen los encuentros de alta concurrencia, en tanto reducen el peligro de contagios en tiempos de pandemia.
Los centros urbanos plantean siempre problemas de convivencia, mucho más cuando los ruidos y las vibraciones de vidrios y paredes pasan a alterar el tranquilo perfil que caracterizaba al barrio. En este caso, la agrupación Vecinos Palermo elevó un petitorio al jefe de gobierno porteño para que la contaminación auditiva, propia de eventos masivos y boliches a cielo abierto, respete límites razonables para los frentistas. Si bien las primeras denuncias datan de 2018, hoy cosechan apoyos en la plataforma de Change.org bajo el lema “No podemos dormir, no podemos vivir así”.
De miércoles a domingo, a lo largo de todo el año y hasta altas horas de la madrugada los fines de semana, la música y las vibraciones afectan el descanso y la salud de los moradores de la zona. Indudablemente, la desatención a las denuncias en las fiscalías y en el gobierno de la ciudad hablan de la efectiva presión de quienes están detrás de intereses comerciales y que no son siquiera multados por incumplir las normas.
Tanto la Agencia Gubernamental de Control como técnicos especializados privados han constatado ya los excesos en los límites de decibles permitidos. Sin embargo, se siguen otorgando habilitaciones a espacios por hasta un máximo de 85/90 decibles cuando la OMS recomienda no superar los 45.
Las aves han comenzado a abandonar la zona. A los seres humanos no les resulta tan sencillo hacerlo, pero necesitan garantizar el descanso al que tienen derecho. Los espectáculos masivos y los boliches al aire libre sí podrían mudarse a otras zonas sin vecinos a la redonda, como también podrían revocarse los permisos de locales bailables a cielo abierto, autorizando solo los de gastronomía que no impliquen ruidos molestos. Las normas deben dar respuesta a las demandas ciudadanas para que prime la urbanidad y no la ley de la selva.