Billetes que honren a nuestros próceres
Contar con una moneda que distinga a quienes tanto ejemplarmente hicieron por el país constituiría un merecido reconocimiento que debería promoverse
La inflación, que volvió a partir de mediados de 2007 a erosionar los ingresos de los argentinos y a desalentarlos para ahorrar en pesos, se agrava año tras año, al punto de provocar que el país casi no tenga moneda. La inflación obliga a emitir billetes de mayor valor nominal, pues lo actuales son muy bajos para las transacciones habituales.
Un billete de cien pesos en 2001 equivalía a cien dólares. Hoy, el de mil pesos solo equivale a 15 dólares o a 12, según el mercado de cambios por tomar en cuenta.
Empeora la situación el hecho de que, a diferencia de países desarrollados y fuertemente bancarizados, todavía las transacciones de importancia, como la compraventa de inmuebles en el nuestro, se concretan en dinero efectivo y muchas de ellas se hacen en moneda extranjera.
El presidente del Banco Central ha dejado trascender que se emitirían billetes de 2000 y 5000 pesos; también, que se reemplazarían las figuras de animales en los acuñados durante el gobierno anterior.
Con relación a los billetes de mayor denominación, y teniendo en cuenta aquellas transacciones de alto valor no bancarizadas, se hace necesario por lo menos emitir un billete de 10.000 pesos, de modo de facilitarlas.
En cuanto a su diseño, es necesario llegar a un consenso. Sería deseable que el billete de mayor valor nominal lleve la efigie de José de San Martín, figura que desaparecerá del papel moneda, con el próximo retiro de circulación del de cinco pesos.
San Martín es la figura que nos une a los argentinos por encima de facciones y mezquindades. A su valor como militar capaz de arriesgar la vida, como lo hizo en San Lorenzo y en Chacabuco, al empeñarse en persona en el fragor del combate, se le suma haber sido estratega de una táctica continental como única manera de obtener y consolidar el proceso emancipador sudamericano. Ha de considerarse también su papel de organizador al instruir y equipar un ejército profesional capaz de medirse y vencer a los ejércitos europeos con jefes y oficiales fogueados en las guerras napoleónicas.
San Martín excede las cualidades militares, ratificadas estas cuando integra el componente naval a su estrategia y promueve el control del Pacífico para invadir Perú con el fin de promover su independencia. Excede esas cualidades porque es también un hombre de Estado. Lo demuestra en su protagonismo para convencer a los congresales reunidos en Tucumán de evitar postergaciones en la declaración de la independencia y también en sus afanes por la educación y el progreso económico.
Cuando asumió la responsabilidad de ejercer el mando político como en la gobernación intendencia de Cuyo o en el Perú, las necesidades y urgencias de la guerra no fueron impedimento para que no se ocupara de la educación con la fundación del Colegio de la Trinidad, en Mendoza, el primer establecimiento de nivel secundario de la región, o la creación de bibliotecas públicas, su interés por la difusión de la vacuna antivariólica o la construcción de canales de riego en Mendoza.
Hombre de hondos sentimientos morales, practicó la austeridad y desechó la figuración vana y el lujo. Privilegió los valores más trascendentes de la condición humana en las máximas a su hija. Y los códigos de conducta impuestos a sus oficiales son otra muestra de ejemplaridad que nos vendría hoy muy bien recordar y asumir como sociedad con el seguro resultado de mejores comportamientos públicos.
San Martín tenía claras las metas y se concentraba en cumplirlas, evitando desvíos y cuestiones secundarias. Por eso, cuando las dirigencias del naciente país se extraviaron hace dos siglos y en plena guerra de la independencia, San Martín se negó a teñir su sable con sangre de compatriotas y condujo al ejército de los Andes a su meta original, la expedición a Lima para concluir con el poder de la monarquía hispana en nuestro continente.
En agosto de este año se cumplen 200 años de la partida desde Valparaíso del Ejército Unido Chileno y de los Andes, al mando de San Martín. Es bien oportuno recordar ese acontecimiento trascendente en la historia grande de nuestros pueblos con la impresión de billetes con su efigie y con otros homenajes al prócer y a otros padres fundadores de la patria, como Manuel Belgrano -hoy homenajeado en el billete de 10 pesos-, cuya obra, rectitud, desinterés y honradez también lo ponen en el podio de nuestros máximos prohombres.
Tener una moneda que los homenajee como lo supimos hacer a fines del siglo XIX, además de constituir un merecido reconocimiento, resulta una tarea que debiera ser permanente y no estar supeditada a las voluntades político-partidarias de los distintos gobiernos.