Bella e inteligente
Dicen que ella era un bombón y que, por esos extravíos de la genética, también era muy inteligente, a extremos de que su bien calibrado cerebro la inducía a explorar los pantanos del análisis matemático antes que a coquetear y a probar suerte en el baile del caño. Y dicen también que su agudo sentido de la lógica, que a menudo debía revalidar ante empinadas mentes masculinas, desató tsunamis que combinaban el estupor y la perplejidad: "Caramba -cuchicheaban por ahí-, esta chica no se dedica a la puericultura ni al arte culinario sino que cultiva pensamientos abstractos. ¡Adónde vamos a parar!"
Este raro espécimen femenino habitaba una gran ciudad, una ciudad muy culta, que por serlo obedecía al siguiente canon: toda expresión de sapiencia e ingenio, cualquiera que sea su género, debe tener origen masculino. Pero ella supo desdeñar tan feo postulado y con apenas treinta años y siendo una beldad en sazón, adquirió prestigio intelectual y se ganó techo y comida dando clases en escuelas y bibliotecas. No mucho después, los varones sabios la reconocieron precursora de una corriente filosófica que reflotaba las cuitas de Platón.
La muchacha se llamaba Hipatia (Hypatia) y su breve vida transcurrió entre el siglo IV y V, en una ciudad egipcia que Alejandro Magno, conquistador egocéntrico, había bautizado Alejandría unos 700 años antes. En tiempos de Hipatia, una nueva fe religiosa -el cristianismo- asomaba allí con fuerza aluvional, a la vez que generaba raro fervor místico, muy fácil de confundir con fanatismo. Hipatia se reconocía incrédula -agnóstica- y por eso los nuevos profesantes la demolieron a pedradas y desmembraron sus despojos y los arrojaron a la hoguera, tal vez con ánimo de que se purificaran.
El libro Hypatia de Alejandría , que el novelista e historiador británico Charles Kingsley escribió en 1854, cuenta esa desventura, y el francés Albert Rivaud, en su Historia de la filosofía , utiliza las palabras belleza y elocuencia para citar las principales virtudes de Hipatia. Una película española todavía no estrenada en la Argentina, Agora , con Rachel Weisz en el papel de Hipatia, traslada al cine un tema que involucra esta grave sospecha: la humanidad no progresó demasiado en los dieciséis siglos que corrieron de Hipatia a hoy.
Dos datos avalan tal sospecha: uno, la lapidación mantiene plena vigencia legal sobre millones de personas y castiga preferentemente a las mujeres; dos, las grandes religiones siguen siendo bastante machistas y entienden, como pretendía Aristóteles, que las mujeres son varones fallidos, símbolos de tentación pecaminosa. Por eso, Hipatia muere todavía unas mil veces por año. © LA NACION