Belgrano: rectitud, honradez y entrega a la causa pública
Las honras por el bicentenario de su muerte no pueden quedar en el terreno de las declamaciones; deben llevar implícitas la convicción y el deseo de imitarlo
Este año se cumplirán dos siglos del fallecimiento de Manuel Belgrano.
Como nunca, su ejemplo debe interpelarnos con el fin de superar enconos e intereses subalternos, y convertir a la Argentina en el país serio y confiable por el que trabajó sin cesar a lo largo de su relativamente corta, pero trascendente existencia. Nacido en un hogar sin privaciones económicas, dueño de una preparación poco común para su época, pudo alcanzar elevadas posiciones en la administración hispana, pero prefirió entregarse por entero, como secretario del Consulado de Comercio, a la tarea de levantar prácticamente de la nada una nación libre e independiente.
Comprendió con mucha más claridad que la mayoría de sus contemporáneos la magnitud de las riquezas potenciales de las provincias del Plata y la necesidad de dotar a sus habitantes de medios para convertirlas en independientes y prósperas. Por eso, estimuló la educación de la mujer, el desarrollo de las artesanías locales y la formación técnica de la juventud. Y cuando los ingleses invadieron el Río de la Plata se hizo soldado para combatirlos en el campo de batalla.
Tal como expresa el destacado profesor Miguel Ángel De Marco en su reconocido libro Belgrano. Artífice de la Nación, soldado de la libertad, antes del movimiento de Mayo, puso en evidencia su convicción independentista y no vaciló en dejar su puesto de vocal del Primer Gobierno Patrio para convertirse en jefe militar de las fuerzas que llevaron el mensaje de libertad a Paraguay y a la Banda Oriental. No era soldado de carrera, aunque más tarde San Martín lo considerase "el mejor general de la América del Sur", pero suplía la falta de experiencia en los campos de batalla con su entrega plena a la misión que se le había confiado. Destituido y juzgado con ligereza por su actuación castrense para ocultar falencias ajenas, lejos de retirarse de la vida pública, aceptó tomar otra vez la espada y ponerse al frente del Ejército del Alto Perú con el fin de convertir aquel conjunto de hombres desmoralizados en una máquina guerrera dispuesta a vencer a los realistas.
Mientras ejecutaba la orden de levantar en la Capilla del Rosario y en la Isla del Espinillo las baterías Libertad e Independencia, cuyos nombres constituían una cabal expresión de las ideas que agitaban su espíritu, Belgrano decidió ir más allá, dotando a la causa de Mayo de su propia enseña: "Las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado", le recordó al Triunvirato, que, como los gobiernos anteriores, perseveraba en sostener la "máscara de la monarquía" sin decidirse a romper definitivamente con España. Y expresó con firmeza los anhelos de la mayor parte de los patriotas: "Abajo, señor excelentísimo, esas señales exteriores, que para nada nos han servido y con que parece que aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud".
Y el 27 de febrero de 1812, enarboló el pabellón celeste y blanco en la batería Libertad. "Juremos [exclamó] vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la independencia y de la libertad".
La temerosa reprimenda del Triunvirato ante ese gesto altivo y valiente le llegaría cuando, en medio de agudos padecimientos físicos, marchaba a asumir su nueva responsabilidad castrense: el mando del desmoralizado Ejército Auxiliador del Alto Perú, al que le transmitió su propia fibra y coraje. Meses más tarde, tras haber mostrado al pueblo jujeño la enseña que guiaría a las armas de la patria, lo conduciría en una marcha que obedecía a su plan de privar al enemigo de todo recurso en su avance hacia el sur.
De nuevo el gobierno manifestó su poca visión de la realidad al ordenarle que abandonara el terreno y se retirara. Belgrano se negó y su temple inflamó de entusiasmo a los soldados y al pueblo que lo seguía. Los tucumanos le pidieron que diera batalla, y el 24 de septiembre de 1812 obtuvo una gran victoria que se afianzó el 20 de febrero con el triunfo de Salta. El día de la batalla, el general estaba gravemente enfermo, pero no abandonó su puesto de mando. Acabada la acción, liberó bajo juramento a los prisioneros realistas, la mayor parte americanos, pero su generosidad fue preludio de la presencia de no pocos de estos en las acciones de Vilcapugio y Ayohuma, donde conoció la derrota.
Si en su marcha a Paraguay había expresado su espíritu civilizador en la creación de dos pueblos con sus escuelas en Mandisoví y Curuzú Cuatiá, dedicaría los cuarenta mil pesos que le otorgó el Congreso General Constituyente por el triunfo de Tucumán, para dotar cuatro escuelas. Y remitiría la enorme tarja de oro y plata obsequiada por las damas de Potosí para subvenir a las necesidades de las armas de la patria. Nada anhelaba para sí cuando todo lo requería el bien común.
En las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma fue tan grande como en las victorias, y su valor fue exaltado por quienes estuvieron a sus órdenes. Pero no tuvo descanso y aceptó participar de una misión diplomática en Europa, junto con Rivadavia. Iba con sus carnes laceradas por varias dolencias. Enemigo acérrimo de la corrupción donde se encontrase, al advertir que el representante del gobierno argentino en Londres había incurrido en una conducta espuria lo reconvino de un modo que no dejaba dudas acerca de que la combatiría en todos los terrenos.
Dice el escritor Carlos Correa Luna que "en materia de dineros públicos solo se atenía a los mandatos del honor y a las ventajas del erario. Defendió una vez más y como siempre los intereses del país, legándonos hasta en este mínimo caso una ejemplar lección de honradez administrativa".
Y al regresar de Europa, lejos de encerrarse en su casa para reponerse, volvió a comandar el Ejército del Norte hasta su relevo, pocos meses antes de su muerte en la más extrema pobreza. Apenas llegado, en 1816, le tocó influir decisivamente en la declaración de la independencia e impulsar una idea novedosa que no llegó a ser aplicada: la creación de una monarquía cuyo titular debía ser, no un príncipe europeo, sino un descendiente de los incas.
Rectitud, desinterés, honradez, entrega sin retaceos a la causa pública, esfuerzos en pos de la instrucción de sus conciudadanos que años más tarde universalizaría Sarmiento con su célebre consigna de "educar al soberano" y que hoy sufre un inadmisible deterioro son valores que en su homenaje deberíamos asumir de una vez por todas los argentinos.
Las honras que seguramente se le tributarán a lo largo de 2020 no pueden quedar en el terreno de las declamaciones, sino que deben llevar implícitos la convicción y el deseo de imitar a Belgrano, actualizando el mensaje de su existencia ejemplar con el objeto de erradicar de una vez y para siempre las rémoras que impiden el crecimiento moral y material de los argentinos.