Basta de mentiras y más sinceridad
Es necesario erradicar el doble discurso que ensalza la libre expresión acallándola toda vez que no coincide con el pensamiento de los gobernantes
El doble discurso sobre la libertad de expresión que las autoridades argentinas dicen proteger y alentar, y los hechos concretos de cercenamiento de toda voz que no piense como quienes gobiernan el país se profundiza cada día más.
Nada bueno puede esperarse de quienes se niegan a escuchar las miles de voces que se pronunciaron el jueves pasado en la marcha más importante de rechazo a las políticas de este gobierno en los casi diez años que se mantiene en el poder. Esa muestra de aislamiento y, en definitiva, de pensada provocación, se reitera en cada uno de los actos -pequeños o multitudinarios-, como el que hace pocos días desarrolló la Fundación Libertad, que preside en el plano internacional el celebrado escritor Mario Vargas Llosa, en Rosario y en Buenos Aires.
En esa oportunidad, participaron figuras identificadas en el mundo por su adscripción a ideas libertarias expresadas desde una concepción general que se corresponde, de ser ciertas aun las viejas caracterizaciones de la política, con el pensamiento de la derecha democrática o de centroderecha.
Con tal motivo, llegaron a la Argentina Esperanza Aguirre, presidenta del Partido Popular en Madrid; Cristian Larroulet, ministro del gobierno del chileno Sebastián Piñera; el ex presidente uruguayo Luis Alberto Lacalle, del Partido Blanco, y Jorge Quiroga, ex presidente de Bolivia, entre otras personalidades de predicamento en aquella corriente.
Lamentablemente, bastó la mención de que se iban a encontrar en Rosario, con el fin de debatir cuestiones de interés común, para que desde la izquierda se promoviera un repudio "por la presencia de estos mensajeros del imperialismo y sus políticas destructivas hacia los pueblos y países de América latina y el Caribe".
Se aliaron así viejos comunistas y agitadores sociales travestidos en voceros kirchneristas con algunos anarquistas sueltos, sindicalistas y militantes de una difusa oposición al actual oficialismo argentino.
No importa tanto la rendición de cuentas de la concupiscencia entre gentes procedentes de diversas filiaciones de la izquierda, como la desfachatez con la cual calificaron a los viajeros de "reaccionarios y golpistas". Cuesta entender que se atrevan a tanto personajes que dedican tiempo y recursos a celebrar acciones totalitarias que no admiten justificación alguna, desde el régimen de los Castro en Cuba hasta la teocracia brutal de los ayatollahs en Irán.
Los cómplices de la instauración del pensamiento único allí donde sus mentores alcanzan la suma del poder público no tienen autoridad para repudiar nada que se oponga a la voluntad de oprimir a quienes piensan distinto de ellos. No los hace tampoco más simpáticos el delirio, por momentos divertido, por momentos penoso, del que padecen algunas de las figuras internacionales que veneran.
Ejemplo típico de esa decadencia es Nicolás Maduro, el pobre sucesor de Chávez, con el imaginario pajarito que, tomando su cabeza por alcántara, pió desde allí las monsergas que el finado hombre fuerte de Venezuela supuestamente envía desde el otro mundo. El discípulo de Chávez siguió así hasta desde sus propias filas, con un último resto de vergüenza, le pidieron más seriedad y menos macaneo.
No menos preocupante y hasta lamentable resulta la veneración de nuestro gobierno a Maduro, ensalzada en las últimas horas por el viaje a su asunción de una comitiva encabezada por nuestra presidenta, a la que acompañaron no pocos funcionarios de primera línea. Fueron testigos preferenciales de la asunción de un hombre sospechado de fraude y en deuda con el recuento de votos que él mismo ofreció realizar para aventar las dudas.
Pareciera que el realismo mágico del Caribe ha contagiado a no pocos latinoamericanos de otras latitudes. Y si la falta de seriedad puede ser parodiada y hasta bienvenida en los ámbitos apropiados para las licencias abiertas, en las cuestiones de profunda significación política, social y cultural deben ser denunciadas por lo que son y por lo que pretenden esconder.
La mejor manera de hacerlo es proclamar el derecho de todos a manifestar sus ideas y celebrar, en este caso particular, que hayan venido a la Argentina dirigentes que luchan por políticas defensoras tanto de la libertad de expresión y de comercio como de la cultura del trabajo y por que se comprenda la necesidad de que los gobiernos se hagan cargo de la seguridad individual de los gobernados y de la seguridad jurídica, sin la cual cunde la anarquía y se espanta a los posibles inversores en países hoy degradados por el populismo.