Basta de embajadores políticos
Con profesionales de altísima jerarquía para desempeñarse como diplomáticos, nuestro país no puede seguir siendo representado por inexpertos o arribistas
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El nuevo gobierno anunció el nombramiento de varios embajadores políticos, una mala costumbre que administraciones de diferente signo han adoptado hasta el cansancio. Hemos criticado con reiteración esa práctica malsana, cuando el servicio exterior argentino cuenta desde mediados de los 60, por inspiración del canciller Carlos Muñiz, con un instituto valioso en la formación de profesionales para la actividad específica de representar nuestros intereses ante el mundo.
En Brasil, la totalidad de los embajadores son profesionales de la carrera diplomática. En otros Estados con una tradición diplomática de siglos, como Francia, España e Italia, el 90 por ciento de los embajadores están especialmente formados para esa delicada función.
En nuestro país, hay un tope legal de 25 embajadores políticos en ejercicio simultáneo de tan alta dignidad. Se trata de una cifra de por sí excesiva y que resulta notoriamente abusiva: en general, la mayor parte de las designaciones políticas suelen recaer en personas con escasa experiencia en asuntos internacionales, con una cultura global insuficiente y sin las mínimas destrezas. Son 25 sobre un total de 88 embajadores destacados ante gobiernos extranjeros, sin contar embajadores asignados a organismos internacionales.
Ese tipo de designaciones suelen ser verdaderos “premios consuelo” frente a la imposibilidad de incluir a tal o cual persona que contribuyó con aportes de uno u otro tipo a una campaña electoral en una lista de candidatos a legislador o respaldarla como aspirante a gobernar una provincia. En otros, se envía muchas veces a países gobernados por dictadores a personajes de militancia política afín.
El kirchnerismo fue pródigo en la configuración de vergonzosos elencos para la política exterior argentina. En ese plantel sobresalió la exembajadora en Venezuela Alicia Castro, de excelente relación con el déspota Hugo Chávez. Castro fue a Caracas nada menos que como reemplazante del hoy fallecido embajador Eduardo Sadous. Este excelente diplomático fue maltratado por la conducción del Palacio San Martín a raíz de haber denunciado con valentía los negociados entre el régimen chavista y el kirchnerismo.
Otra manifestación del absurdo como pauta de conducta de la Cancillería fue haber enviado a Caracas a Oscar Laborde, personaje siniestro de la extrema izquierda argentina que no hizo más que exaltar permanentemente al delirante gobierno del presidente Nicolás Maduro. No le fue en zaga, en la condición de embajador en China, uno de los integrantes del clan Vaca Narvaja, tan representativo de la subversión de raíz castrista que ensangrentó la Argentina en los años 70.
El país cuenta con un cuerpo diplomático debilitado por el adoctrinamiento kirchnerista y por las purgas internas contra los diplomáticos que con mayor templanza de ánimo mantuvieron su independencia y pensamiento crítico en años de degradación política y moral en la conducción del Estado. Pocos cancilleres resultaron más nefastos en ese sentido que Héctor Timerman, pero las tradiciones han sido más fuertes que los ímpetus por voltearlas en nombre de un régimen político desquiciado en las formas y la sustancia, hasta el punto de haber nombrado al más que limitado Ricardo Alfonsín al frente de la delegación en España.
Así ha quedado, aunque reducido, un elenco de profesionales que pueden ser de sumo valor en la recuperación del prestigio diplomático del país. Si todo se degradó en cuatro períodos de una sórdida facción de la política argentina, ¿por qué habría de haberse salvado por entero el Servicio Exterior, como si hubiera sido una ínsula apartada del resto del Estado? Solo un canciller como Santiago Cafiero bastaba para desprestigiar a toda una cartera.
Si bien algunos casos de embajadores políticos han sido exitosos, como Jorge Argüello en su largo desempeño a cargo de la misión destacada ante la Casa Blanca, ese tipo de nombramientos debería ser excepcional. Así como Mariano Caucino, un estudioso del derecho internacional ha sido designado con buen sentido para la embajada en la India después de haberse desempeñado años atrás en Costa Rica e Israel, plantea dudas el papel que podrá desempeñar en representación del presidente Milei, en Washington, un controvertido extitular del Comité Olímpico Argentino.
Gerardo Werthein podrá saber mucho sobre el deporte mundial, e incluso sobre transacciones comerciales en su condición de empresario, pero Washington es un destino clave en todo tiempo para la Argentina, y más en las actuales circunstancias. Ojalá pruebe condiciones para la ardua gestión que le tocará realizar ante la Casa Blanca en tiempos de conmoción mundial por las conflagraciones en curso. Para eso tendrá que sortear, en definitiva, la instancia del acuerdo correspondiente por parte del Senado, donde pareciera que estará precedido por algún áspero debate.
Entretanto, la canciller Diana Mondino deberá redoblar esfuerzos para dotar a las principales embajadas argentinas en el exterior de representantes con sobrada experiencia diplomática, conducta intachable y acrisolada vocación democrática.