Barrabravas en Qatar
La conocida complicidad política con las barras bravas de nuestro fútbol explica la presencia de no pocos de sus integrantes en el Mundial
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Treinta y dos selecciones disputaron el Mundial de fútbol en Qatar. Llegados desde distintos rincones del planeta, alrededor de un millón y medio de hinchas poblaron las tribunas con sus camisetas, bailes, cánticos e ilusiones.
Mientras muchos vuelven a sus lugares de origen desencantados luego de que sus blasones quedaron a mitad de camino, los equipos clasificados para la instancia más importante del torneo, como el de la Argentina, han visto arribar en estas horas a Doha a nuevos fanáticos dispuestos a pagar más de 3000 dólares por una entrada para el partido final, si tienen la suerte de conseguirla. Esto, sin contabilizar los miles de dólares que han debido desembolsar por pasajes, alojamiento y gastos de estadía.
Se estima que más de 20.000 compatriotas viajaron con la esperanza de ver a la selección albiceleste en las finales. El ministro Aníbal Fernández había propuesto un “Mundial libre de barras”, una conveniente decisión proselitista de cara a su candidatura para el año próximo. Con ese fin, el Ministerio de Seguridad confeccionó una lista de más de 7000 nombres que incluyó a unos 3000 barrabravas de clubes locales con historiales de peleas o robos en estadios, hinchas prófugos por homicidio o robo detenidos en la cancha e incluso padres que incumplen con la cuota alimentaria para aplicarles el derecho de admisión en Qatar. El propio director nacional de Seguridad en Eventos Deportivos, Ignacio Candia, y representantes de la Policía Federal destinados a identificar a posibles integrantes de barras bravas aprovecharon para viajar con la buena excusa de colaborar con el gobierno qatarí ante cualquier problema, algo habitual en estas situaciones.
Los negociados y las trapisondas que rodean la actividad delictiva de los barrabravas sirven para explicar cómo varios de ellos se encuentran hoy en Qatar
El inventario de peligrosos impresentables no incluyó segundas ni terceras líneas, unos 100 barrabravas que se hicieron presentes según se estima. Si un club pecó de distraído y omitió algún nombre, desde el Gobierno deslindan responsabilidades y destacan que las listas solo revistieron carácter “informativo”. No podrían jamás aceptar connivencia con algunos considerados intocables. Por lo tanto, no puede llamar la atención que tres miembros de la barra de Vélez Sarsfield que integraban la lista original estén actualmente en Qatar. Adriano Mautone, Jonathan Pereyra y Eduardo Raúl Ciminelli, seguramente sin causas penales que les impidieran abandonar el país, hoy se pasean por Qatar. Hubo quienes incluso compraron paquetes de partidos de otras selecciones para intentar entrar desde otros países. Fanáticos sin antecedentes judiciales o policiales de Excursionistas, Nueva Chicago, All Boys, Atlanta, Deportivo Morón y Barracas Central se trasladaron. Más de 20 hinchas de La 12 de Boca, aparentemente sin impedimentos, se dieron el gusto que ni Rafael di Zeo ni Mauro Martín pudieron darse. Lo mismo ocurrió con integrantes de la barra de Belgrano, al igual que de los Pibes y de la llamada Guardia Imperial de Racing.
Con un país quebrado, los negociados y las trapisondas que rodean la conocida actividad delictiva de las barras bravas sirven para explicar cómo varios de ellos se encuentran hoy en Qatar, destino distante y costoso para cualquier hincha. Un gobierno que no puede controlarlos en suelo propio ha propuesto limitar su exportación. Lamentablemente, poco se viene haciendo para restringir su peligroso accionar local, ligado a toda clase de delitos y protegido muchas veces por el poder político y gremial y por la dirigencia de algunos clubes. El peso de la ley debiera también sentirse en nuestros estadios y en nuestras calles cuando ejercen de amenazantes trapitos con complicidad policial, cansados todos de verlos enseñoreándose con violencia en distintos ámbitos.