Baja adhesión al paro docente
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En reiteradas oportunidades nos hemos referido desde estas columnas al funesto contrapunto entre la vocación docente y la vocación huelguista que impacta tan profundamente en los aprendizajes de nuestros estudiantes.
Como si las dos semanas de vacaciones invernales no hubieran sido suficientes para el descanso y el esparcimiento de educadores y educandos, la Asociación de Enseñanza Media y Superior (Ademys) convocó en el día del retorno a la duodécima jornada de paro en la ciudad de Buenos Aires. Lo hizo en reclamo de recomposición salarial y de mejoras en las condiciones de trabajo, denunciando que la baja en el presupuesto educativo obliga a sus representados a trabajar dos y tres turnos para llegar a fin de mes. Critican disparatadamente también el bono dispuesto por el gobierno porteño para premiar a quienes no tuvieron faltas injustificadas durante el primer semestre, calificándolo de “extorsivo y antisindical” por considerar que intenta vulnerar el derecho a parar.
No han sido muy originales en sus argumentos, inmersos como estamos en una crítica situación que castiga a cientos de hogares argentinos que compran alimentos en cuotas o no los compran, con índices de pobreza crecientes. Ojalá no fuera así; ojalá la labor docente pudiera estar debidamente jerarquizada no solo en términos salariales. Pero las políticas ausentes, cuando no malas, son las que nos han traído hasta aquí, con un nivel de impacto que no excluye ninguna actividad. Ni siquiera una como la educación, cuya relevancia reconoce cualquier sociedad inteligente.
Jorge Adaro, precandidato a jefe de gobierno por Izquierda Socialista, es quien conduce Ademys. Una vez más, la politización gremial desplaza el interés del alumno, siempre rehén de maniobras político partidarias.
La ministra porteña Soledad Acuña insiste con la importancia de que las escuelas no cierren y agrega: “El que para, no cobra y el que sí va a trabajar tiene que cobrar un diferencial”.
Desde Padres Organizados ponen el acento en que no alcanza un aula abierta si no hay un maestro al frente y cuestionan con razón y mucha preocupación “la insistencia en métodos de protesta que incrementan el daño acumulado en los chicos”.
De los 50 mil maestros porteños, se calcula que apenas el 2% se sumó a la medida del pasado lunes. Desde el gobierno de la ciudad criticaron al “grupo minoritario” que quiere “castigar a algunos estudiantes y que no pueden ir a la escuela por esta medida”. Cuesta identificar en cada caso los móviles que convierten en exitosas o frustradas estas medidas de fuerza.
Alienta pensar que los índices de adhesión a estos paros puedan seguir cayendo en picada como testimonio de lo perverso de tales medidas. Esos mismos docentes a los que todos valoramos en su esfuerzo cotidiano, aun conscientes y lamentando que perciban salarios insuficientes, podrían ser los protagonistas de instancias de recambio sindical. Recuperar el prestigio perdido bien puede también presuponer que sean ellos quienes apelen con creatividad a nuevas formas de protesta que no afecten el normal desenvolvimiento de las clases. El futuro los necesita. No hay futuro sin educación.