¡Ay, patria mía!
Es de esperar que se retorne a los valores de quienes usaban la palabra patria con honradez, sin exclusiones ideológicas ni malversándola para satisfacer fines políticos subalternos
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El 20 de junio de 1820, a los 50 años, falleció Manuel Belgrano. Se dice que sus últimas palabras fueron “¡Ay, patria mía!”, expresando su dolor ante la disolución del gobierno nacional en la batalla de Cepeda y el fracaso de las campañas militares que le llevaron la vida. Belgrano, hombre de letras y frágil de salud, debió comandar ejércitos hasta el Paraguay, el Alto Perú y el norte argentino por amor a la patria.
Nadie muere por amor al Estado, ni siquiera por la nación o por un país. Son palabras nobles, pero con mayor contenido político o geográfico. La patria significa otra cosa, un acorde justo que conmueve al alma. Toca los sentimientos más profundos de las personas, hasta el punto de disponerlas a dar la vida por ella. Evoca la tierra de los antecesores y el bagaje cultural que implica: el idioma materno, las tradiciones de antaño y las costumbres de ahora. Los recuerdos compartidos, los compañeros de colegio y los juegos de barrio. La música, los dichos populares y el humor parecido. Los aromas de panaderías, los rituales diarios, la comprensión de gestos, bromas y sobreentendidos. Todo eso y mucho más.
Esa ligazón no admite exclusiones ideológicas: están comprendidos todos quienes han respirado desde niños esos olores particulares, visto los mismos paisajes y oído los mismos rumores. Quienes lucharon por la independencia quisieron la soberanía política para el autogobierno, sin distinción entre pobres o ricos, gauchos o “galeritas”, rubios o morenos, progresistas o reaccionarios. No buscaban la liberación, sino la libertad.
Los sentimientos que suscita la palabra patria son tan potentes que suele ser utilizada con fines subalternos, bien distintos del sentido que le dio Belgrano en su último adiós. Tanto la derecha extrema como el kirchnerismo ramplón han pretendido levantar la bandera patria para dividir a la sociedad según sus intereses, convirtiéndola en una mercancía de marketing político.
La idea de que la patria es solo una parte de la sociedad viene de lejos. En 1924, Manuel Baldomero Ugarte publicó su libro La Patria Grande, tomando la idea de José de San Martín y Simón Bolívar respecto de la unidad latinoamericana, pero –según Ugarte– para enfrentar al imperialismo anglosajón. Del mismo modo que, una década más tarde, el exilado León Trotski propuso la creación de los “Estados socialistas de América Latina”. Ese componente ideológico de la Patria Grande desnaturaliza el concepto al introducir la lucha anticolonialista como factor de aglutinación frente a enemigos externos y sus socios internos.
La variación marxista del ideario de los grandes libertadores fue promovida por Hugo Chávez en Venezuela y adoptada por el kirchnerismo, con teatralizaciones varias, como la remoción de la estatua de Cristóbal Colón y su reemplazo por Juana Azurduy. En esa misma línea, el nombre de la patria es utilizado en la unidad básica y supuesta “usina intelectual”, el Instituto Patria. También se adoptó esa designación en 2011 para dar cobijo rentado a militantes de La Cámpora en una mansión de Barrio Norte: la “Casa Patria Grande”, un organismo creado para fortalecer los vínculos entre los países latinoamericanos. Con bastante poca imaginación, el precandidato Juan Grabois designó a su espacio Frente Patria Grande, que integra la alianza Unión por la Patria. Una verdadera indigestión patriótica nutrida por izquierda. Casi siniestra.
En su discurso del 5 de marzo de 1960, Fidel Castro pronunció su célebre “¡patria o muerte!” como consigna de lucha revolucionaria. No como bandera para lograr la independencia de Cuba, que ya lo era desde 1902, sino para alcanzar la liberación del imperialismo, implantando el socialismo. Así está hoy la república de Martí, completamente liberada y totalmente empobrecida. Ante la necesidad, la población entona “patria y vida” reclamando techo, tierra y trabajo, además de comida.
En la Argentina, la subversión armada también reivindicó la defensa de la patria como justificativo de sus atentados criminales con el lema “La sangre montonera es patria y es bandera”. El intelectual del socialismo nacional, John William Cooke, identificó la patria solo con el pueblo, los descamisados, los pobres, los excluidos. Y colocó enfrente a la oligarquía, la antipatria y el cipayaje aliado al enemigo externo, el imperialismo, expresiones acuñadas por Arturo Jauretche, el exradical que dio al peronismo su discurso populista más pegadizo. En términos actuales, serían los poderes concentrados, los medios hegemónicos, la Sociedad Rural y el capital financiero, aliados del FMI, los Estados Unidos y sus socios globales.
En 1989, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el movimiento guerrillero Todos por la Patria asaltó el Regimiento de Infantería Mecanizada de La Tablada, en un ataque dirigido por Enrique Gorriarán Merlo del PRT/ERP. Nuevamente, la patria tuvo poco que ver en ese intento de corte sandinista de imponer el marxismo en el país. Pero allí va la palabra, viene y va sin que nadie detenga su mal uso.
El 25 de mayo de 2018 tuvo lugar un acto en el Obelisco bajo la consigna “La patria en peligro” para repudiar el acuerdo de Mauricio Macri con el FMI, convocado por actores como Pablo Echarri y Nancy Dupláa y secundado por el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación (Suteba), de Roberto Baradel; la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), de Juan Grabois, y referentes de organizaciones de derechos humanos, como Estela de Carlotto. La “defensa de la patria” es un antiguo estribillo desde la época de Eva Perón, quien se refirió a “la grandeza de esta patria que Perón nos ha dado y que debemos defender como la más justa, la más libre y más soberana de la tierra”. Setenta años después, la patria es menos justa, menos libre y menos soberana de tantos abusos populistas hechos para defenderla.
La defensa de la patria es ahora el discurso hueco de Unión por la Patria, el espacio político que ha demolido los cimientos morales y materiales de la convivencia entre los argentinos. Sin embargo, nadie se reúne ahora en el Obelisco con la consigna de entonces, ni los actores, ni los sindicalistas, ni los referentes de los derechos humanos. a pesar de que son testigos de la ruina que vive el país.
Es redundante repetir los daños causados a la patria por el empecinamiento de Cristina Kirchner en lograr su impunidad a cualquier precio. La inflación galopante, la licuación de ingresos, la pobreza creciente, el hambre infantil, la violencia urbana, el trabajo informal, la expansión del narcotráfico y la corrupción ya no son peligros que acechan a la patria, sino realidades que golpean en todas las puertas y en especial de los más humildes. Aquellos para quienes el peronismo dice gobernar.
Quienes convocan a defender a la patria no utilizan la palabra en el sentido que le dio Belgrano en su lecho de muerte. Para La Cámpora, la patria es “el otro militante” y ninguno más. Su batalla final es para mantener cargos y cajas, empresas y directorios, sueldos y viáticos, pasajes y estadías, empleados y choferes, asesores y secretarios, parientes y amigos en todos los resquicios del Estado. Esa es la única patria que conciben y que llaman a defender frente al peligro de volver al llano.
El voto democrático definirá el rumbo político de los próximos cuatro años. Solo podemos desear que, cualquiera fuese el rumbo, se retorne a los valores de quienes usaban la palabra patria con sincera honradez. Y que su malversación sea sancionada mediante la condena moral y el voto de una sociedad cansada de ser expoliada en su nombre.