Avances y retrocesos en el traspaso presidencial
No basta con haber acordado dónde y cómo será el acto central; se necesita que haya más comunicación entre los equipos técnicos de Macri y Fernández
El traspaso de poder, que tendrá lugar el 10 del mes próximo en nuestro país, entre el presidente Mauricio Macri y Alberto Fernández, quien lo sucederá en el cargo, tiene mucho de simbólico por varios motivos. El primero, porque siempre es motivo de celebración el normal funcionamiento de las instituciones de la democracia. El segundo, porque se dará una alternancia de color político en la cumbre del poder, y el tercero, y quizá el más importante de nuestra historia reciente, porque será la primera vez que un gobierno no peronista llega a concluir su mandato desde el fin de la presidencia de Marcelo T. de Alvear, en 1928.
Será también una vuelta a la racionalidad. Alberto Fernández jurará en su cargo y recibirá los atributos del mando de manos de Macri, en el Congreso de la Nación, ante la Asamblea Legislativa. Y será allí porque Fernández lo ha preferido, ya que la tradición, salvo lo ocurrido durante los gobiernos kirchneristas, ha sido que el presidente entrante los recibiera en la Casa de Gobierno, donde, ya impuesto en su función, toma juramento a su gabinete.
"Nosotros entendemos que quien asume es quien elige dónde recibirlos [los atributos del mando]", explican en la Casa de Gobierno los principales dirigentes de Cambiemos. Esa misma reacción esperaba el macrismo que hubiera tenido Cristina Kirchner cuando era ella quien debía abandonar el cargo. Sin embargo, la entonces presidenta se obcecó, se negó a coronar la transición con el habitual traspaso. Se fue a la Patagonia para asistir a la asunción de su cuñada, Alicia Kirchner, como gobernadora de Santa Cruz y dejó a los argentinos sin vivir una parte clave de la historia: la que dan los grandes que saben perder una elección, pero que privilegian la Nación por sobre sus intereses personales. Más tarde, en su libro Sinceramente, Cristina Kirchner da una justificación tan infantil como absurda de su capricho: dice que no entregó los atributos en la Casa de Gobierno, como solicitaba Macri, porque entendía que pretendían humillarla.
Pero dejemos la mirada retrospectiva y pongamos la vista en el futuro. Este 10 de diciembre debe ser una fiesta para todos. Eso implica un absoluto respeto por las instituciones, que deberá registrarse también entre quienes tengan la enorme responsabilidad y satisfacción de asistir ese día al Congreso para ser testigos de semejante acontecimiento. Que un presidente traspase el poder a otro debería ser, por lo demás, un trámite habitual y no una puesta en escena de violencia militante, un aquelarre político o una práctica revanchista.
Del mismo modo en que celebramos que haya acuerdo entre Macri y Fernández para el traspaso formal, lamentamos profundamente que no haya habido hasta el momento contactos más continuos y profundos entre los equipos de ambos.
Apenas conocido el triunfo de su opositor, Macri lo llamó para felicitarlo. No había pasado un día para que ambos desayunaran juntos. Si hoy se habla con los actuales funcionarios, responden que los encuentros entre los equipos técnicos son mínimos. Macri pidió a sus ministros que dejaran listos los balances de gestión. "Les dejaremos los papeles sobre la mesa", dicen allegados al jefe del Estado. Está bien que tengan todos los papeles para rendir cuentas, pero también que puedan explicárselos a los entrantes, con todo lo que ello implica.
Del lado de Fernández las respuestas son variadas. Desde que no quieren que se interprete "colaboración" como "cogobierno", hasta que no conviene que les digan qué se hizo porque, de todos modos, lo que se pretende comunicar es que se hicieron las cosas mal. Es curioso, cuando asumió Macri no había casi ningún papel serio sobre la herencia que dejaba el cristinismo: índices fraguados, falta de transparencia, robo de material clave, desaparición de discos rígidos de las computadoras, licitaciones digitadas, entre otras tantas irregularidades y no pocos delitos. Una herencia que el macrismo tuvo que reconstruir y que nunca comunicó públicamente en los términos crudos en los que merecía ser comunicada.
Hay recelos inexplicables que deberían disimularse a estas alturas, si no pueden superarse, que sería lo ideal.
Tampoco se justifican las versiones que indican que Fernández no ha puesto a trabajar a sus primeras espadas en la transición porque aún no definió su gabinete y que, mostrarlas, sería dar pistas que se reserva para cuando tenga el poder.
Congelar la transición no es una opción, es un grave error.
Podríamos empezar a pensarnos y a actuar como un país normal. Es inadmisible que en materias tan delicadas como economía, salud, seguridad y narcotráfico, solo por citar algunas, no se esté trabajando conjuntamente. Procuremos avanzar. No lo echemos a perder.