Aulas violentas
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Días atrás, el comedor de la Escuela Primaria N° 25 General Juan Gregorio Lemos de Bahía Blanca fue escenario de una fuerte paliza a una docente. Un alumno de 12 años al que le había pedido que se quitara la capucha del buzo reaccionó pegándole una trompada en la cara, que la derribó. Las radiografías revelaron fractura maxilofacial y desviación del tabique nasal. La docente hizo la denuncia policial. Dado que el menor es inimputable, muchos pidieron que sus padres fueran presos.
En una escuela del Partido de la Costa, un profesor de Ciencias Sociales fue preventivamente separado de su cargo luego de que un video pusiera en evidencia su violento trato hacia los alumnos.
El aumento del nivel de agresión y presión en las aulas es un fenómeno mundial. En el Reino Unido, una reciente encuesta de la BBC arrojó que, este año, uno de cada cinco docentes había sido golpeado por alumnos. En Chile, otro sondeo reveló que el 86% de los docentes fue víctima de insultos y amenazas por parte de estudiantes, padres, madres o tutores. En España, 8 de cada 10 profesores de escuela pública denunciaron agresiones.
La ansiedad, la depresión y el estrés en el que viven tantos docentes han aumentado los pedidos de licencia médica, cansados de malos tratos físicos, pero también por ciberacoso.
En la Argentina, la tendencia a restar autoridad a los docentes puede leerse como otra expresión de la crisis que afecta a nuestra sociedad. Por años, en una secuencia marcadamente pendular, el desafío permanente a la autoridad ha venido siendo el nuevo modelo, asociado con un seudoprogresismo que contrapuso el orden y el respeto a la represión, encarnada por patrones muchas veces distorsionados de actuación de las fuerzas de seguridad. Desde lo ideológico, se promovieron la prepotencia y la rebeldía como matriz, sin distingos. Basta pensar en cualquier manifestación con rostros cubiertos y palos, dispuestos a destrozar todo a su paso. Las aulas han recogido fatalmente este espíritu para hacerse carne en muchos de nuestros niños y jóvenes, carentes de buenos ejemplos familiares y sociales.
El sistema educativo enfrenta numerosos desafíos. “Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz”, señalaba la reconocida pedagoga italiana María Montessori. “Aprender a vivir juntos” era una de las consignas de la Unesco en relación con la educación para el Siglo XXI.
El año pasado, un programa educativo precursor en América Latina, llevado adelante por la Fundación Varkey y la John Templeton Foundation, propuso desarrollar el carácter de los estudiantes como mecanismo para mejorar tanto los resultados académicos como la asistencia y el comportamiento, reduciendo los episodios de violencia. Los docentes generaron un cambio transversal al proponerse trabajar en el desarrollo de virtudes y obtuvieron buenos resultados. Recomponer el quebrantado tejido social y contribuir a instaurar valores es otro de los desafíos que una reforma educativa debería atender para cimentar una saludable convivencia civilizada.