Aulas vaciadas
CARACAS.- Toda persona tiene derecho a una educación integral de calidad. Eso dice el artículo 103 de la Constitución venezolana, pero la realidad enseña algo muy distinto: los bachilleres están saliendo a veces con niveles que no llegan a sexto grado y los que aprueban ese grado de educación primaria muestran, entre otros, problemas para sumar y restar.
Dentro del profundo drama venezolano –social, económico, político– muy posiblemente sea en el campo de la educación donde se evidencie su impacto más devastador. A la estadística de más de millón y medio de niños y adolescentes que están fuera del sistema, se suma a partir del curso que acaba de finalizar que en 70% de las escuelas públicas del país se estableció un horario escolar que redujo el número de clases semanales.
Ya popularizado como “horario mosaico”, significa que una escuela cualquiera puede funcionar dos o menos días a la semana y, en menor proporción, tres o más días. Desde el propio desgobierno se alienta que los docentes usen días laborales para obtener otros ingresos que les permitan sobrevivir porque la hacienda pública está quebrada y, por tanto, inhabilitada para atender sus reclamos salariales. Un maestro gana el equivalente a 30 dólares mensuales.
Los docentes que se oponen al horario mosaico visto con buenos ojos por los jerarcas de turno reclaman lo que es justo: recibir un salario acorde a la labor que realizan. Además, en una alta proporción (44%), los estudiantes dejan de asistir a la escuela cuando falla el Programa de Educación Escolar y 22% porque tienen que trabajar.
El resultado de este abandono de la educación pública venezolana está a la vista en la pobreza de los aprendizajes del alumnado y, aunque la mayoría aprueba los cursos, arrastra serias carencias formativas. El Estado ha probado hasta la saciedad su incapacidad y desdén para administrar los asuntos públicos.