Apuntalar a los que curan
Los altos niveles de estrés del personal de salud durante la pandemia han movilizado a distintas organizaciones de la sociedad civil en su apoyo
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El clamor agradecido de los balcones quedó atrás. La vorágine de la pandemia, que nos obligó a poner muchas cosas en perspectiva, fue quitando injustamente del foco la labor de miles de personas que continúan dejando la vida en instituciones sanitarias, literalmente. Por magros salarios las más de las veces, con pluriempleo y guardias de 24 y 48 horas, habiendo sufrido también la falta de adecuados equipos de protección, rehenes de un sistema abusivo con una enorme sobrecarga que obliga a muchos a desconectarse emocionalmente para sobrevivir.
La seguidilla de olas ha bloqueado la posibilidad de tomarse vacaciones o merecidas licencias para muchos, con exigencias físicas y mentales que sobrepasaron lo imaginable y un nivel de estrés y angustia ante una situación inédita que impacta en el corazón de esa primera línea que da batalla al virus. Muchos han debido absorber tareas de otros, sea porque eran personas de riesgo o porque se contagiaron. Algunos para no volver. O alejarse de sus propias familias ante el temor de contagiarlas. Sin un horizonte claro que incluye la incertidumbre sobre el arribo de vacunas, sufren malestares, padecimientos y enfermedades, y reconocen que el nivel de exigencia sostenida podría continuar prolongándose. Ya no es fácil encontrar las fuerzas, menos si además sufren secuelas de post Covid. Atender a los pacientes tampoco es fácil cuando el cansancio se ha vuelto crónico y la demanda de recursos físicos y humanos es extraordinaria. Su trabajo es heroico pero no son omnipotentes y están al límite, tironeados entre la realidad y una mirada idealista de su profesión.
Hablar del agotamiento de los equipos de salud es también asumir que las secuelas de tanto estrés crónico serán persistentes y que ya afectan la concentración y la capacidad de respuesta profesional de muchos. Con altas dosis de autoexigencia, la frustración se incrementa y conduce con mayor frecuencia a la depresión. Los hoy ausentes aplausos funcionaron a modo de homenaje o reconocimiento pero que, en la práctica, poco alivio concreto podrían brindar a los protagonistas de esta gesta. La solidaridad que nos caracteriza también se activó ante esta necesidad.
El Centro Santa María ofrece acompañamiento espiritual desde hace 50 años, una contención que no es religiosa. Hoy son 120 las voluntarias de la institución al servicio de apoyar desde la escucha a médicos, enfermeros y profesionales.
Por su parte, la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires ofrece gratuitamente asistencia a los cientos de médicos cuyas fuerzas están al límite. Los llamados de soporte también involucran a generosas voluntarias del Seminario Rabínico Latinoamericano. Otro tanto aporta el Observatorio Social, una organización sin fines de lucro que, a través de charlas que llamaron “Cuidar a los que cuidan”, acompañó vía Zoom a grupos de médicos de todo el país, más de 160.
Otro programa gratuito y confidencial es el que brinda Atención Terapéutica al Médico En Crisis (AMEC +54 9 11 4435-7478), con experiencia en contención de víctimas y entrenamiento de equipos médicos y socorristas, al igual que el de Atención en Salud Mental al Médico (PASMMe 4599-9275)
Superar los temores y las angustias, los sentimientos ante una vocación que se ve jaqueada, colapsados pero no queriendo recargar a sus propias familias, el soporte que brinda un espacio de diálogo y contención se ha vuelto insustituible para muchos. Otros aún sienten que no pueden exhibir debilidad, que el foco debe estar exclusivamente en sus pacientes por lo que no se permiten aceptar las ayudas y enfrentan las consecuencias de un estrés enorme. Todos conviven con la muerte a diario y atraviesan sentimientos de impotencia y frustración, además del cansancio físico y mental. En medio de una situación tan extrema, que no falten quienes puedan brindarles algún grado de alivio merece celebrarse.