Ante la crisis económica se requiere de realismo
La Prensa Gráfica/El Salvador
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SAN SALVADOR.- El gobierno entendió que la principal preocupación de la población es el alto costo de la vida, entronizado en una canasta básica cada vez de más difícil acceso. A esa certeza la administración puede responder o con medidas asistencialistas o con una estrategia de largo aliento o con propaganda o con una combinación; al final, lo que se espera de quienes manejan las finanzas públicas es que sean realistas y le digan a la gente la verdad sobre las capacidades del Estado en esa materia.
Ese realismo tiene como condición indispensable una visión integral del financiamiento del Estado, independientemente de si el esmero de los políticos de turno es proteger a la población o proteger solo algunos intereses económicos. Sea como sea, la inspiración de los funcionarios debe traducirse en un plan de acción sólido que no admita incongruencias. En el quinquenio anterior ocurrió lo contrario, fue difícil inferir de qué se trataba la política económica porque unas medidas apuntaban hacia un lado y otras a otro, con la imperdonable pérdida de tiempo como saldo. El mejor ejemplo fue el de las reiteradas reuniones y gestiones con el Fondo Monetario Internacional mientras en lo doméstico se duplicó la apuesta por el bitcóin; hacer de El Salvador un paraíso cripto, que sea una moneda de curso legal en el país y conseguir financiamiento de las multilaterales eran y son objetivos irreconciliables.
El gobierno necesita liquidez y no puede resignarse a aceptar préstamos a costos de usurero. Para acceder a la banca internacional se le exige una disciplina fiscal inédita, un control de sus desmedidos gastos y una reducción del tamaño del aparato del Estado. Nada de eso puede hacerse sin perderle el aprecio a la popularidad, sin reducir el tamaño del aparato de propaganda, sin clausurar instrumentos e instituciones onerosas e inútiles y sin desapegarse de una burocracia pesada, concretada en especial en una fracción legislativa de ruinosos hábitos. Tampoco puede conseguirse sin renunciar al asistencialismo y al despilfarro y corrupción que permite cuando los controles son laxos.
La administración nacional debe priorizar sus gastos. Es un lugar común, pero no fue la norma en el pasado quinquenio, de tal suerte que mientras escuelas, unidades de salud y la Universidad Nacional pujan por sobrevivir a la miseria presupuestaria, el gobierno organizó eventos de entretenimiento e invirtió millones de dólares en el fracasado proyecto de la billetera digital. ¿Qué utilidad tiene embellecer parques y avenidas si en los hospitales no hay capacidad para atender a los enfermos de dengue?
La seguridad alimentaria de los salvadoreños es prioritaria, no hay discusión. Pero el gobierno tampoco está en condiciones de garantizar que los precios de la canasta básica se estandarizarán a la baja. Eso supera sus capacidades, es una narrativa hueca condenada al desmontaje incluso con la publicitada suspensión arancelaria. Lo único que cabe es evitar el desabastecimiento y trabajar de inmediato para incentivar la producción nacional de cara al próximo año. Para eso se necesita de especialistas en la cartera de Agricultura, de profesionales en la materia y dejar de fingir méritos de funcionarios que no los tienen.