Algunas lecciones para quienes nos gobiernan
El Presidente y su vicepresidenta deberían seguir los ejemplos de sus invitados Lula y Mujica para construir los consensos que imperiosamente necesitamos
El arreglo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que el presidente Alberto Fernández dio por hecho en su momento no es más que un borrador al que le falta nada menos que una definición de metas y programas para alcanzarlas.
Ha dilapidado así el Gobierno no menos de un año sin comprender la inmensa gravedad de que 2022 está prácticamente encima de todos nosotros con su carga brutal de 25.000 millones de dólares en juego por diversos vencimientos que en modo alguno podrá pagar, carente de recursos. Un arreglo de facilidades extendidas con el FMI no asegura la conquista del paraíso, como advierte Ricardo Arriazu, uno de los más prestigiosos economistas argentinos. Pero es el paso indispensable para no convertirnos en otro triste Estado fallido como Venezuela.
Las declamaciones del viernes último en homenaje al retorno a la democracia de 1983 en la Plaza de Mayo, escenario de la apropiación de una celebración de todos por parte de una facción por ahora oficial del peronismo, solo pudieron originarse en la ausencia de un buen estado de juicio o en un cinismo desaforado alejado de la realidad. La vicepresidenta volvió a permitirse acusar al FMI “de vivir condicionando la vida argentina”, pretendiendo desconocer que el gobierno anterior se endeudó en 44.000 millones de dólares para cubrir el estado calamitoso de las finanzas públicas que su propio gobierno había dejado en 2015.
El acto de la Plaza de Mayo fue una falsificación en toda la línea de la política argentina de los últimos cuarenta años. No dejaron nada por falsificar desde la columna de camporistas que entraron en ese espacio histórico al canto de “Volveremos, volveremos”, como si no fueran el eje del poder articulado desde diciembre de 2019 y quisieran reivindicar solo la identificación con la banda terrorista montonera de los setenta, a la que Perón echó de esa plaza el 1° de mayo de 1974.
Sin confianza saldrán más capitales, se venderán más activos y más gente creativa e innovadora se irá físicamente del país, condenando a lo que quede de él a la miseria
Tan falso ha sido todo, respecto de las negociaciones con el FMI que pasan ahora para el año siguiente, que hasta el núcleo central de lo que se convenga, que será el ajuste al que se descalificó en el palco oficial del viernes, ya está en parte hecho por este mismísimo gobierno. Ha sido la obra disimulada por el impuesto inflacionario, que redujo, al afectar a jubilaciones y salarios, bastante más de un punto del déficit fiscal.
Para tomar una idea de la magnitud de nuestra deuda con el FMI alcanza con decir que el organismo tiene prestados 130.000 millones de dólares y que los compromisos de la Argentina representan un tercio de ese total. El Fondo no pide la reducción drástica del déficit, pero, tal como lo ha hecho saber, quiere que sea gradual y sostenible, acompañada por la debida coordinación entre precios y salarios y una política de acumulación de reservas. ¿Qué quiere decir esto último sino contemplar algún tipo de corrección del valor de la moneda y el compromiso de que el Banco Central deje de emitir alocadamente dinero para financiar al Tesoro?
Economistas de la jerarquía de Arriazu sostienen que si la Argentina deja de estafar, la Argentina despega. Es la visión de quienes confieren a la confianza pública un valor insustituible en la reconstrucción del país desde el estado en que se encuentra. Lo definen con palabras comprensibles para cualquier ciudadano: si sé que no me van a robar y que podré invertir y competir, se habrán echado bases indispensables para recrear aquella confianza. Sin ella saldrán más capitales, se venderán más activos y más gente creativa e innovadora se irá físicamente del país, condenando a lo que quede de él a la miseria.
Hasta septiembre, la Argentina había crecido el 7% en relación con el año último. Es posible que cierre 2021 con un aumento del 10% del PBI frente al retroceso de 9,9% de 2020. En 2022 podríamos quedar ligeramente por debajo de 2019. La economía mundial, sin embargo, estará en 2022, según las proyecciones, 2,7 puntos por arriba de 2019. El índice Apple de movilidad indica que con la pandemia bajamos de 100 a 30, un descenso brutal del que nos hemos ido recuperando, de modo que estamos viviendo un rebote con el que no contaremos el año próximo, aunque pretendan convencernos de lo contrario.
Si Cristina Kirchner no quiere aprender de los líderes de las potencias mundiales, deberá aprender de Evo Morales, que gobernó sin inflación. O de Lula, que hizo un acuerdo político con Fernando Henrique Cardoso
El FMI espera que un acuerdo con el Gobierno cuente con la aprobación de la oposición, sobre todo por el cambio de relación de fuerzas que determinaron las últimas elecciones y gravitaron en la composición del Congreso y las perspectivas para 2023. La oposición verá cuál es el acuerdo. Como dice el diputado Luciano Laspina, de Juntos por el Cambio, el programa que presente la administración de Fernández es de resorte del Gobierno y a la oposición solo corresponderá pronunciarse una vez que el acuerdo esté firmado.
La política exige líderes con el equilibrio emocional que tanto falta en el kirchnerismo. No se puede atacar a la oposición en los términos en que lo hizo la vicepresidenta y al mismo tiempo decir que espera un “gran acuerdo nacional argentino”, tan desacoplado de lo anterior como curioso por el efecto de apelar a los términos definidos por el presidente Alejandro Agustín Lanusse en 1971 para dejar atrás una serie de gobiernos de facto.
El Gobierno deberá trabajar, entre otros delicadísimos temas pendientes, sobre la reducción de los subsidios, que hoy comprometen el 13,5% del gasto público, y sobre la economía en negro, que por encuestas de búsqueda de trabajo sabemos que no baja del 30% de la economía nacional. No debe tener dudas la vicepresidenta, quien con sus frases para la tribuna dice que rechazará cualquier plan “que no permita la recuperación argentina”, de que cualquier argentino sensato piensa eso mismo.
La diferencia de estos argentinos con sus palabras estriba en que la facción que comanda Cristina Kirchner ha hecho lo posible por destruir la economía y las finanzas del país. Si no quiere aprender de los líderes de las potencias mundiales, deberá aprender al menos en ese punto de Evo Morales, que gobernó sin inflación. O de Lula, parte de su auditorio en la plaza, que ha hecho un acuerdo político con Fernando Enrique Cardoso, quien se escandaliza de los populismos como el que hay en casa.
En otro orden, concerniente a la esencia de los valores democráticos, quien se negó en 2015, en un hecho históricamente inaudito, a entregar la banda al presidente electo que había vencido a su facción en buena ley, podría aprender de José Mujica, otro de los presentes. Este se despidió de la política activa uruguaya abrazándose con un viejo adversario, Julio María Sanguinetti. El más acalorado y elaborado discurso no convence ni a los propios cuando la realidad circula por otros carriles y los consensos deben priorizarse de manera urgente por encima de todo personalismo.
LA NACION