Alberdi, un visionario
Alejandro Poli Gonzalvo Para LA NACION
Acaba de cumplirse el bicentenario del nacimiento de Juan Bautista Alberdi, el pensador más importante de nuestra historia. Pese a ello, su vida y su fecunda trayectoria intelectual no tienen el reconocimiento del gran público que se merecen. En su homenaje, deseamos destacar una faceta de Alberdi que es independiente del contenido de sus ideas y que caracterizó a toda la generación del 37: su esfuerzo deliberado por estar al día con las ideas de avanzada y por el intento sistemático de adaptarlas a la realidad argentina.
Este esfuerzo por comprender por dónde pasan las corrientes de progreso mundial se perdió en la segunda mitad del siglo XX. ¿Por qué nos cuesta hoy tanto trabajo reconocer cuáles son las ideas que aseguran la prosperidad de los pueblos? ¿Por qué nos resulta tan difícil imitar la apertura mental de aquellos patriotas que con certeza sabían qué necesitaba el país para modernizarse y estar a la altura de las naciones más desarrolladas de su tiempo? ¿Por qué somos propensos a repetir recetas equivocadas y no aceptamos las que han originado el bienestar de Occidente?
El pensamiento de Alberdi era profundamente original y no una mera copia, y por eso tuvo la independencia de criterio para criticar la estéril confrontación en que estaban embarcados unitarios y federales desde los albores de la independencia y superarla mediante un programa constitucional revolucionario, cuya magnífica síntesis alcanzó en las Bases , el magnum opus del pensamiento argentino. En esta obra se alternan dos interpretaciones, a primera vista contradictorias. Una está representada por el espíritu anticipatoriamente positivista de Alberdi, que busca tomar la realidad tal como es y evitar todo intento de propuestas abstractas: es la teoría de la República posible. La segunda posición nace de su espíritu reformista y se concreta en la propuesta de una Constitución que sea la gran herramienta de transformación del desierto argentino.
En las Bases conviven las dos posiciones. Alberdi parte de una premisa: la norma constitucional debe reconocer las peculiaridades del país. El ejemplo mayor en su obra de 1852 es la propuesta de organización mixta de un Estado federal con un Poder Ejecutivo presidencialista, es decir, la combinación de los argumentos unitarios y federales, que enumera prolijamente antes de ensayar su síntesis superadora. Pero a la par proclama su utopía revolucionaria: crear un régimen de gobierno que facilite la incorporación y la educación de millones de inmigrantes y de multimillonarias inversiones en infraestructura para aprovechar las riquezas naturales del país. La suma de los dos elementos determina, finalmente, que el programa de Alberdi sea revolucionario y la propuesta más lúcida de la forja de los argentinos modernos.
El auténtico programa de Alberdi es un método antes que un contenido; una actitud espiritual antes que ideas preconcebidas; una toma de conciencia sobre la situación nacional antes que un repertorio de soluciones importadas. Este programa de reflexión apegado al pasado y al porvenir del país, de lúcida adaptación del pensamiento externo a nuestras posibilidades y de dilucidación de un futuro mejor ha sido menoscabado por utópico y es todavía hoy criticado por historiadores neorrevisionistas y setentistas. Además de una altísima injusticia histórica, esto constituye un síntoma alarmante de la pérdida de capacidad del pensamiento argentino. Justo por esta deserción, no debería sorprender que el país hubiera perdido el rumbo y retrocedido en las últimas décadas a niveles de pobreza y decadencia inadmisibles, en una nación que supo formar parte de las naciones más progresistas del mundo y tener pensadores de la talla de Alberdi. © LA NACION