Agravios inadmisibles
Transmisores de noticias y comentarios, los medios de comunicación trasladan su percepción de la realidad a los lectores, oyentes o televidentes. Su actividad está protegida constitucionalmente por su carácter estratégico dentro del funcionamiento del sistema democrático. Sin libertad de prensa e independencia del Poder Judicial respecto de los otros dos poderes del Estado, la democracia queda reducida a una abstracción sin soporte institucional.
El papel de la prensa genera responsabilidades, no solo de cara a la veracidad de las noticias que se trasmiten, sino también en relación con las formas en que se expresan. Los medios que en mayor grado se han atenido a esa regla han sido siempre los que supieron hallar un delicado equilibrio entre el respeto por la sacralidad de los hechos a los que remiten sus contenidos, el coraje cívico para exponer la opinión propia sobre cuestiones de actualidad o del pasado histórico, y el cuidado por preservar los límites fuera de los cuales se quedaría al borde de las injurias o calumnias. Sin llegar a tales extremos, hacemos nuestro trabajo con el consuetudinario buen tino de evitar atropellos a la dignidad de las personas.
Habida cuenta de lo expresado, ha sorprendido que el gigante informático Google haya dejado que desde su esfera informativa se afectara, en dos oportunidades, a mujeres argentinas de notoria exposición pública. La primera fue la actual vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner.
Este diario ha emitido juicios severos tanto sobre sus dos gestiones presidenciales como sobre su presente actuación en el Senado, focalizada –hemos señalado con reiteración– en asegurar la impunidad para acusados de graves delitos de corrupción pública, entre quienes ella se encuentra, pretendiendo amañar discrecionalmente, según su controvertido criterio, la composición de la Justicia y del Ministerio Público. Pero nada justifica el destrato y la descalificación hacia su persona con epítetos irrespetuosos e impropios que refieren a su condición en distintas causas ante la Justicia.
La segunda figura agraviada ha sido la señora Fabiola Yáñez, pareja del actual presidente de la Nación, cuyo nombre y ocupación se publicaron alterados, injuriándola y denigrándola. Nadie en el país tiene queja alguna sobre la señora Yáñez y, si la tuviera, nunca debería expresarse mediante la afrenta. En todo caso, si algo pudiera decirse de ella es que su comportamiento ha sido hasta aquí sobrio y discreto.
La empresa Google debe hacer honor a la altísima responsabilidad que le cabe. De ningún modo su indiscutido peso la faculta a pasar por alto desconsideraciones como las referidas aun cuando no se pueda presumir su malicia. Una cosa es la crítica política, cuando corresponda, o la sátira y la ironía, y otra el agravio.
Deberán arbitrarse todos los medios para que la labor de quienes se dedican al vandalismo en internet sea adecuadamente controlado por quienes deben ejercer la supervisión desde gigantescas plataformas que, además, tienden a viralizar este tipo de contenidos difamatorios.
Ambas han iniciado acciones por responsabilidad civil contra la empresa, seguramente por daño moral y agresión a su imagen e intimidad, con peritajes informáticos en curso. La Justicia entenderá, pues, en este asunto y esperemos que lo haga libre de presiones. Entretanto, convendrá que el mundo de la comunicación tome nota de lo sucedido y reafirme en su conducta los compromisos éticos consolidados desde antiguo en los manuales de estilo de un oficio que hoy ha sumado nuevos soportes.
Frente a fenómenos como los expuestos, será oportuno que las voces más autorizadas del periodismo ejerzan activamente la docencia sobre usos y costumbres en el tratamiento informativo, contemplando no solo el debido respeto a las personas, cualesquiera que fueren sus ideas en la vida pública, sino también los preceptos que sanamente se asocian a la tarea de informar.