A veinte años del genocidio en Ruanda
Veinte años han pasado desde que ocurriera el horrible genocidio perpetrado en Ruanda. En apenas seis días, fueron asesinadas casi un millón de personas de las formas más espantosas y de manera sistemática, en lo que fue una verdadera empresa criminal lanzada por el gobierno hegemónico hutu de Ruanda, en 1994, contra los ciudadanos pertenecientes a la etnia tutsi. En su momento, la comunidad internacional poco y nada pudo hacer para detener la masacre.
Hoy el horror del genocidio parece haber quedado atrás. Aunque está en la memoria de todos sus habitantes, Ruanda parece haberse puesto de pie, y tutsis y hutus han vuelto a convivir en un ambiente de paz, con sus profundas heridas a cuestas y sin que muchas de ellas hayan necesariamente cicatrizado. Pero, en las últimas dos décadas, Ruanda ha podido reconstruir y ordenar sus principales instituciones y reorganizar, con bastante buen éxito, su ahora próspera economía.
Los principales responsables del genocidio en Ruanda han enfrentado, como correspondía, sus responsabilidades. Las Naciones Unidas. con su tribunal penal internacional especial, juzgó unos 70 casos diferentes. Los tribunales domésticos de Ruanda, por su parte, se ocuparon de aproximadamente otros 20.000 aberrantes episodios. Y los tradicionales tribunales ruandeses intervinieron en algo así como un millón de investigaciones adicionales.
El genocidio, no obstante, ha dejado algunos interrogantes que siguen abiertos. En el supuesto de que ocurrieran episodios atroces similares, ¿está el mundo en condiciones de reaccionar con alguna presteza para tratar de impedirlos, sin caer en la misma parálisis que hace veinte años? De cara a lo que sucede en Siria, Sudán y especialmente en la República Centroafricana, las dudas tienen consistencia. Pese a que, al menos en África, las organizaciones regionales han mostrado disposición a intervenir, cuando del horror del genocidio se trata. Pero lo cierto es que aún no hay planes pensados para anticipar e intervenir en este tipo de lamentable contingencia, particularmente en aquellas regiones en donde las atrocidades masivas pueden desatarse en poco tiempo y el vendaval de horror desbordar las predicciones.
Respecto de lo acontecido en Ruanda, Francia debe abrir sus archivos públicos para poder despejar algunas sospechas existentes todavía sobre su conducta de dos décadas atrás, incluso para que su importante contribución militar actual a la pacificación de Mali y de la República Centroafricana sea mejor comprendida.
Es también hora de identificar con toda transparencia los graves abusos de poder del presidente de Ruanda, Paul Kagame, quien acaba de acusar abiertamente a Francia de tener complicidad en el genocidio de su país. Las investigaciones respecto de Kagame deben realizarse tanto dentro de su país -allí los derechos humanos no están garantizados, las libertades de los líderes de la oposición se restringen y, peor aún, existen desaparecidos, cuyo trágico final no se ha aclarado debidamente- como en el exterior, porque han ocurrido algunos episodios realmente sórdidos, que deben investigarse sin demora, como los atentados en Uganda, Kenya, Sudáfrica y hasta en el continente europeo, cuyo blanco han sido políticos y dirigentes opositores a Paul Kagame. Lo sucedido en Ruanda no debe repetirse en ningún otro rincón del planeta.