A veces, mejor callar
La capacidad de representantes del Gobierno para caer una y otra vez en aberraciones verbales habla tanto de su nivel como de su temor electoral
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A nadie debe negarse el derecho de expresar libremente sus ideas y a nadie debe coartarse el derecho de disentir con lo que otros manifiesten.
Voceros del oficialismo se han superado a sí mismos estos días con una catarata de comentarios que, en el mejor de los casos, prueban la urgencia por ensayar inauditas aproximaciones a diversos sectores de la opinión pública. Lo hacen con la indisimulada voluntad de mitigar el temor ante un eventual saldo electoral insatisfactorio. La capacidad del Presidente de caer en infortunios verbales ha sido examinada hasta el cansancio, incluso en la prensa extranjera. Pero como el ejemplo cunde, vale la pena detenerse en otros casos no menos preocupantes.
Convengamos que el hallazgo verbal más resonante ha sido el de la candidata a diputada nacional por la provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz. Esta atleta de la oratoria ramplona y cultora del efectismo ha saltado por encima de lo imaginable. Ha logrado un récord difícil de batir en la imaginaria competencia entre quienes aspiran a representarnos en el Congreso, sobre quien habla con más imprudencia y menos delicadeza. ¿Está tan perdida nuestra juventud como para aplaudir a quien destroza lo aprendido por muchos en el hogar y en las escuelas? Su explicación de que no esperaba tamaña repercusión social ha agregado unos centímetros más a un salto de alto riesgo cívico.
La secretaria de Seguridad, Sabina Frederic, es a esta altura una veterana en exabruptos llamados a convocar el reiterado estupor de los ciudadanos. Esta vez salieron a contestarle, entre otros, el embajador de Suiza en la Argentina, después de que hubiera endilgado a este país la condición de “más tranquilo y aburrido” que el nuestro. Ese diplomático extremó a tal punto la sutileza de la respuesta que no se sabe, en verdad, si la señora Frederic lo pescó al vuelo o no, como cabía.
Es evidente que hay una vocación incontenible de los funcionarios de este gobierno, desde el Presidente para abajo, de realizar comparaciones de la Argentina con otros países. Se mancomunan en el carácter ligero, gratuito, innecesario e incomprensible de los comentarios. Producen rubor entre los argentinos y, por la habitualidad de los tropiezos, en el plano internacional se les contesta en general poco menos que con formularios proforma elaborados de antemano.
Máximo Kirchner, que ha dejado hace tiempo de ser la criatura a la que se miraba con curiosidad al lado de su padre, entonces presidente, ha considerado también que había que hablar por estos días, cómo no, si estamos en plena recta final para las PASO. Pero el hijo de la vicepresidenta, jefe del bloque de diputados nacionales oficialistas y, lo más delicado por las reservas que hasta en el seno del peronismo se formulan crecientemente contra La Cámpora, jefe de esta facción, ha imputado al periodismo a raíz del balazo recibido en Corrientes por un diputado provincial del Frente de Todos.
Aquí ya no se trata del sopapo verbal al buen gusto perpetrado por Tolosa Paz ni del esguince en las ideas de Frederic sobre los suizos, sino de una afirmación gravísima de Máximo Kirchner contra la libertad de expresión: “Tenemos que entender –dijo– que ese odio (¿…?) de los medios que estigmatizan a sectores políticos son el caldo de cultivo de gente que después va y actúa de esa manera”.
Es necesario que ya mismo se conozca qué informaciones se reserva quien encabeza por títulos dinásticos, y no por atributos personales, la principal facción gubernamental. Se ha referido a un hecho respecto del cual ni el gobierno nacional ni el de Corrientes han aportado todavía certezas sobre motivaciones y autorías. Por lo demás, tanto Máximo Kirchner como otras figuras connotadas en lo más radicalizado del kirchnerismo suelen confundir un sentimiento como el odio con meras críticas a una política y a políticos embanderados detrás de aquel “vamos por todo”, una consigna antirrepublicana e intolerante instaurada por la vicepresidenta de la Nación.
Debería el diputado Kirchner mirarse su propio ombligo: uno de los espectáculos más deplorables de la televisión argentina fue el programa –de alguna manera hay que llamarlo– 6,7,8, alentado en su momento por el gobierno para estigmatizar, con el concurso de desvergonzados participantes, al periodismo independiente. Como observó el exsenador radical Ernesto Sanz a propósito de las declaraciones de este diputado: “Habla sin tener la menor idea de lo que pasó”.
Los archivos no perdonan. Todos somos esclavos de nuestras palabras. Desgraciadamente, una sociedad con graves carencias educativas que involuciona institucionalmente las va vaciando de contenido al punto de que muchos las profieren sin el menor registro, algunos las distorsionan según conveniencias ideológico-partidarias y otros las reciben sin entender adónde nos conducen tantos dichos desafortunados. Del ridículo no se vuelve y de la devaluación de la palabra, tampoco.