Ya nada será igual
El exviceministro de Economía durante la gestión de Alfonso Prat-Gay al frente del Palacio de Hacienda, Pedro Lacoste, analizó los primeros 10 meses de la gestión de Milei y evaluó los cambios que generó en contra del populismo y la denominada “casta”
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Con el evidente fracaso del populismo de estos últimos 20 años, la grieta kirchnerismo-antikirchnerismo está quedando atrás. La lección sustancial del gobierno de Alberto Fernández es que el populismo sin recursos es un callejón sin salida, algo que ya había insinuado el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner. La sociedad entendió ese mensaje y por eso hoy vemos a un Gobierno que sigue contando con mucho apoyo a pesar de sus medidas anti demagógicas en sus primeros 10 meses.
Pero se ha generado otra grieta, que espero sea transitoria. La grieta entre quienes pensamos que la Argentina ha entrado en un sendero virtuoso de libertad, iniciativa privada y equilibrio macroeconómico que nos llevará a una prosperidad sostenida, versus los escépticos que creen que, una vez más, la Argentina no dejará de decepcionar.
Excusas históricas no les faltan a los escépticos: las crisis recurrentes de sector externo y las devaluaciones consiguientes, más los desequilibrios fiscales, dieron lugar en las últimas décadas a una inflación permanente con consecuencias nefastas: cortoplacismo, angustia de no poder planear nada, ventajas de los pícaros a expensas de otros, parches permanentes para lidiar con las consecuencias del estancamiento económico. La casta, como popularizara el actual Presidente es, en este contexto, el conjunto de sectores políticos, gremiales, empresarios, sindicales y dirigentes sociales que lejos de sufrir como el conjunto de la población, se beneficiaron en las últimas décadas de este verdadero Frankenstein, donde no hay memoria de lo que es un precio normal y donde la falta de transparencia alimenta la corrupción.
La rebelión de la gente al elegir a Milei por sobre el político más fiel de la casta y de los desvalores de la Argentina inflacionaria es un hecho tan novedoso en nuestra historia que nos debiera mover a la reflexión. Tanto más cuando el mayor apoyo a las ideas presidenciales vienen del grupo etario compuesto por los menores de 35 años, en cualquiera de sus clases sociales.
La herencia económica de diciembre 2023 no podría haber sido peor, y los primeros pasos del equipo económico no podrían haber sido mejores. Se evitó la hiperinflación y el default, sin confiscaciones y sin repudios de deuda. Y en solo diez meses estamos con inflaciones cercanas al 3% mensual y con visos de seguir cayendo. Tan o más exitoso que otros planes de estabilización del pasado, pero con un condimento novedoso respecto a los movimientos previos de aquellos: se sinceró la situación evitando los atajos que traen problemas futuros y se crearon así las condiciones para que la credibilidad del Gobierno sea creciente.
La prédica y la acción del Gobierno en estos meses ya ha despejado por completo uno de los tres causales de nuestra decadencia: el equilibrio fiscal llegó para quedarse. Ya nadie duda de esto y, lo que es también inédito e importante, muchos gobernadores así empezaron a entenderlo. Hoy la duda no es cuando volverá el déficit, sino cuándo la baja del gasto comenzará a dejar espacio para una baja de impuestos gradual, pero permanente.
El segundo causal -la restricción externa- ya está siendo resuelto también por el boom exportador que traerá la conjunción de recursos inexplotados de nuestro país y la estabilidad de las reglas de juego y la estabilidad. Vaca Muerta, la minería, el litio, la forestación, el potencial de nuestro campo cuando quede libre de restricciones, y el silencioso boom de los proyectos tecnológicos aseguran que el crecimiento de las importaciones que traerán las altas tasas de crecimiento económico y la apertura económica no generarán, a diferencia del pasado, cuellos de botella externos.
Y con estos dos grandes puntos de inflexión macroeconómicos viene en simultáneo el desarmado de todas las restricciones que enfrenta la micro en nuestro país. Tanto los consumidores como los productores son víctimas de regulaciones absurdas e impuestos obscenos, que nos abruman y aplastan hace décadas. El Ministerio de Desregulación ha iniciado un proceso maravilloso para revertir esto. Y cada batalla que se gane, por pequeña que parezca, es un enorme triunfo en la idea de asentar que estamos ante un país distinto. Los registros automotores, un insulto al sentido común, y a todos los argentinos que alguna vez poseyeron un auto, quedarán como un símbolo de la Argentina que fue, en oposición a la que viene.
El entretejido de la nueva macro y la nueva micro pueden generar un potencial imparable en un país que tiene tremendos recursos naturales, materiales (incluido ahorro en el exterior) y humanos. Sumado a que la propia dinámica de la estabilidad y la transparencia que trae, irán delatando y desarmando a los sectores privados ineficientes y ultra protegidos, que dejarán su lugar a proyectos productivos que aumentarán el nivel de vida de todos.
El estudio de la historia es poder distinguir entre lo inmutable y lo que cambia, y en entender la dinámica del cambio. En Argentina 2024 es aceptar que en nuestro país nada será igual. Los errores del pasado quedan atrás y la vieja consigna de que siempre fracasamos ya no será válida. Quienes lo entiendan más rápido, tendrán ventaja. Quienes se resistan irán perdiendo interlocutores porque le estarán hablando a un país que ya no es.
* El autor es ex-viceministro de Economía y ex-vicepresidente del BCRA.
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