¿Warren Buffett perdió su toque mágico?
Este año a Warren Buffett el regalo de cumpleaños le llegó por anticipado: el 28 de agosto, dos días antes de que el bisuabuelo de la Sociedad Anónima favorita de Estados Unidos cumpliera 94 años, su conglomerado de negocios Berkshire Hathaway alcanzó una valuación de mercado de US$1 billón. Es la octava empresa norteamericana que puede adjudicarse ese título, y como hija del corazón del estado de Nebraska, de esas ocho es la única que no surgió de la escena tecnológica de la Costa Oeste.
Las acciones clase “A” de la compañía hoy se negocian por US$715.000, unas 55.000 veces más que cuando Buffett tomó el control de una fábrica textil en problemas, allá por 1965. En ese mismo período, las ganancias totales, incluidos los dividendos, de las grandes empresas norteamericanas incluidas en el Índice S&P 500, aumentaron apenas 400 veces. Ahora se entiende por qué los históricos accionistas de Berkshire todos los años le desean a Buffett “que cumplas muchos más”.
Entre tanto festejo, sin embargo, dediquémosle un momento a los que vertieron sus ahorros en acciones de Berkshire más recientemente. El que hace 10 años desembolsó US$200.000 para comprar una de esas acciones, vio más que triplicarse su dinero, una mejor inversión que comprar una casa en Estados Unidos, donde el valor de la vivienda en ese mismo periodo se duplicó. Pero es aproximadamente lo mismo que si lo hubiera invertido en el S&P500. En cambio, si hubiera invertido en Apple, como lo hizo Berkshire en 2016, sería casi dos veces más rico.
Si analizamos individualmente la mayoría de los años desde la crisis financiera de 2007-09, el panorama es similar. Entre 2009 y 2023, la rentabilidad anual de Berkshire fue de un promedio del 13%, en comparación con el 15% del índice S&P 500. Como el propio Buffett admitió en su última carta a los accionistas: “No tenemos ninguna posibilidad de obtener rendimientos espectaculares”. Sería justificable que algunos inversores se preguntaran, “¿Y por qué no?”, y que otros se dijeran, “¿Entonces qué sentido tiene apostar por Berkshire?”
Para la primera pregunta, Buffett tiene una respuesta simple: “El tamaño nos perjudicó”. Y no se equivoca. Entre las unidades operativas de Berkshire se encuentra el segundo ferrocarril de carga más grande de Estados Unidos (BNSF), la tercera aseguradora de automóviles más grande del país (Geico), una de sus mayores empresas eléctricas (BHE), además de una constelación de marcas de fabricación y venta minorista, desde las pilas Duracell hasta las estaciones de servicio para camiones Pilot. En conjunto, esas unidades emplean a casi 400.000 personas, aunque en la sede central de Berkshire en Omaha trabajan sólo 26 empleados.
En 2023, el grupo generó ventas por US$360.000 millones y un beneficio de US$37.000 millones. Cuanto más grandes se vuelven esos montos, más cuesta agrandarlos aún más, y es difícil reinvertir ganancias tan elevadas de manera de que sigan siendo rentables. La habilidad de Buffett para lograr eso una y otra vez explica su estatus de “mito” entre los capitalistas norteamericanos. Pero ahora su método —detectar un buen negocio dirigido por gerentes capaces, dejar que hagan su trabajo, embolsar el flujo de efectivo, y repetir— está mostrando signos de envejecimiento: los buenos negocios, suficientemente grandes como para hacer cambiar de rumbo a Berkshire, hoy por hoy escasean. Para peor, Buffett parece estar perdiendo su toque mágico. La adquisición por US$32.000 millones que hizo en 2016 del fabricante de componentes para aeronaves Precision Castparts fue un fracaso.
En lo que respecta a la considerable cartera de acciones de Berkshire que cotizan en bolsa, el acuerdo para tomar el control de Kraft-Heinz dejó una mancha roja como el famoso kétchup de la marca. Si se excluye la inversión de Berkshire en Apple, entre principios de 2019 y junio de este año el valor de sus tenencias de acciones aumentó solo un 50%, en comparación con un aumento de alrededor del 120% promedio del índice S&P 500.
Pero el tamaño no es el único problema, y para comprobarlo basta con analizar el rendimiento de las empresas tecnológicas de la Costa Oeste. Apple y Microsoft generan aproximadamente el triple de ganancias que Berkshire. Tampoco es solo una cuestión de edad: ambos gigantes son solo una década más jóvenes que la Berkshire de Buffett. El problema es que Buffett y su empresa quedaron estancados en el pasado.
Con excepción de su participación en Apple, de la que Buffett se viene desprendiendo, las unidades operativas de Berkshire y su cartera de acciones son un orgullo de la vieja economía. Berkshire, en palabras del propio Buffett, “no es muy partidaria de los recién llegados”. Sin embargo, lo que es considerado fiable y consolidado —dos viejos adjetivos que Berkshire valora mucho— cambia constantemente. La reticencia del Berkshire a digitalizar ciertas cosas, como la programación de trenes, o a implementar un software que permita que los conductores prudentes paguen una prima más baja por el seguro de sus autos, ha perjudicado sus márgenes de ganancia en relación con rivales más ágiles. El software empresarial de Microsoft, el emporio electrónico de Amazon, el motor de búsqueda de Google y los centros de datos de esas tres gigantes no son menos esenciales para la infraestructura del siglo XXI que los trenes o una central eléctrica, y son mucho más lucrativos.
Pero alrededor de Berkshire el mundo ha cambiado también en otros aspectos. Según Gregg Warren, de la firma de investigaciones de datos Morningstar, la ventaja informativa de la que antes gozaba Buffett al hacer el trabajo previo de identificar objetivos de compra se desvaneció: ahora cualquiera puede buscar en Google el formulario 10-K de cualquier empresa. Y ahora que los grandes barones del capital privado tienen US$2,2 billones que les queman en el bolsillo, la montaña de efectivo que maneja Berkshire ya no es la única fuente de auxilio para las grandes empresas en apuros.
Más velas, por favor
Para colmo, la estructura corporativa de Berkshire parece aún más anticuada, y no porque la edad promedio de los miembros del consejo sea de 68 años. Las cartas directas y personales de Buffett a los accionistas disfrazan la existencia de una organización opaca que no revela más que el mínimo al que la obligan las regulaciones y rara vez se relaciona con los inversores, salvo durante la reunión anual en la que Buffett responde las preguntas de un público de aplaudidores. Además, en el escueto sitio web de la compañía no aparece ni un correo electrónico ni un número de teléfono: cualquier pregunta o comentario debe enviarse a una dirección postal en Omaha.
Es probable que Buffett deje los grandes movimientos a su sucesor ya designado, Greg Abel, que actualmente supervisa los negocios no relacionados con los seguros. Pero el nonagenario Buffett parece ágil y nada dispuesto a aceptar una jubilación no forzada. Si cree que las acciones de Berkshire parecen demasiado caras para recomprarlas —tal como parece indicar el ritmo más lento de recompras actual—, entonces debería abandonar su negativa a pagar dividendos, como Berkshire ya lo hizo una vez, en 1967. Eso habría tenido sentido cuando podía redistribuir eficazmente su excedente de capital. Pero ahora su empresa tiene casi US$280.000 millones en efectivo y no tiene idea de cómo gastarlo ni deudas que pagar, así que la insistencia en que Buffett es el mejor administrador del dinero de los accionistas parece cuestionable. Como souvenir a la salida del cumpleaños, un buen reparto de dividendos a los accionistas sería bien recibido.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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