Walter Sosa Escudero: “No vamos a volver a la prepandemia; si volvemos será porque cometimos un gran error”
Estudió Economía en la UBA y es PHD por la University of Illinois at Urbana-champaign. Se especializa en econometría y estadística aplicada a cuestiones sociales. Es profesor plenario en la Universidad de San Andrés, profesor titular de econometría en la Universidad de La Plata e investigador principal en el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (Cedlas). Da clases de grado y de posgrado en la Universidad de Illinois.
Walter Sosa Escudero es el primer graduado del secundario de su familia. Su padre siempre le dijo que, cuando se trataba de libros, tenía disponibilidad de fondos para comprar los que quisiera. Estudió la licenciatura en Economía en la UBA, el máster en el Instituto Torcuato Di Tella e hizo un doctorado en la Universidad de Illinois.
En su casa tiene 22 guitarras. Pasa horas practicando música clásica y, cuando no está en esa actividad, es un gran lector. Hace menos de dos meses publicó su cuarto libro, Borges, big data y yo, en el que busca introducirse en un mundo complejo, como es el del escritor Jorge Luis Borges, a través de pensar los datos.
"Borges es un autor icónico, pero mucha gente no lo lee porque le tiene miedo. Todos nos merecemos leer a Borges; eso no significa que sea fácil. Si vos sos capaz de perderle el miedo, y dejar el respeto, ahí está. La ganancia es enorme, porque es un autor muy profundo. Borges admite muchas lecturas. Escribí el libro porque hay muchas analogías que tienen que ver con el mundo de los datos, de los números, de las chances, de los algoritmos, que, si las pensás un poco, te permiten meterte muy rápido dentro del universo de Borges", cuenta el experto en estadística y econometría, en una entrevista con LA NACION.
–Las empresas hacen uso de los datos para vender más y mejor, ¿por qué no se ve una práctica similar con las estadísticas públicas?
–Salvo ciertas excepciones, tanto el sector público como el privado tienen acceso a datos. Para utilizarlos, el Estado tiene un problema adicional; la estadística oficial, la referida a la medición de la inflación, del PBI y del desempleo, por ejemplo, tiene que satisfacer muchos roles. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) dice muy pocas cosas del mercado laboral; no pregunta hace cuánto tiempo alguien está buscando trabajo, cómo lo busca, si lo hace cerca de donde vive, cuál es su situación educacional ni cuáles son sus habilidades. La encuesta no sabe nada de eso, pero Google sabe enseguida y sabe muchísimo más que la encuesta. Para un analista es medio obvio que quiera dejar la EPH y pasarse a Google, porque tiene toda la información de la encuesta y muchísimas cosas más. El problema de la estadística oficial es que, además de tener un objetivo analítico, tiene otros que se contradicen con el analítico.
–¿Como cuáles?
–La estadística pública tiene que velar por la comparabilidad a lo largo del tiempo y del espacio. Tengo que poder decir no solo si subieron los precios respecto a cierto período, sino también si subieron los precios con respecto a otro país y a otra región. El problema de big data para ese objetivo es que las cosas se mueven y rápidamente estás comparando peras con manzanas. Es decir: hoy saco los precios de los datos de Coto o de Mercado Libre y con eso mido la inflación. Pero el objetivo de esas empresas no es hacer estadísticas públicas, sino hacer plata. Si mañana Coto decide cambiar la política de publicaciones, porque por ejemplo no le conviene vender un producto o quiere cambiar de lugar los códigos por una estrategia de marketing, tengo que rediseñar la metodología para que la comparación entre ayer y hoy sea válida.
–¿Entonces?
–Con big data se gana en precisión analítica, pero se pierde en comparabilidad. En la estadística oficial el objetivo es fijar un estándar y eso implica negarse a que cierta cosa cambie. Se gana y se pierde. Se pierde porque no podemos acceder a la base de datos que está disponible inmediatamente. Pero eso tiene que ver con la cautela que tiene el Estado, para no caer en comparar peras con manzanas. Pero, ciertamente, me parece que es un complemento más que un sustituto.
–El año pasado, con la cuarentena estricta, el Indec tuvo que explicar cómo medía ciertos sectores, como el de entretenimiento y el gastronómico, ¿hubo una mejora que llegó para quedarse?
–En la Argentina, los problemas estadísticos de esas cifras estacionales no son problemas técnicos, son problemas conceptuales. De repente desaparecen ciertos productos, ya sea por la pandemia o por la tecnología. Un problema viejo en la medición de precios es qué precio se le pone a una tecnología. ¿Cuánto vale una computadora? Primero, hay que ponerse de acuerdo en definir qué es una computadora. Tal vez no es lo mismo que hace cuatro años, porque es un objeto cuyas características cambian todo el tiempo. En definitiva, no es un problema nuevo, no apareció con la pandemia. Hasta no hace muchísimo tiempo, en el índice de precios estaba la barra de hielo. Todos los organismos oficiales hacen un esfuerzo muy grande para lidiar con el cambio tecnológico. El problema del uso de las estadísticas oficiales tiene una parte que es técnica, algorítmica, estadística, pero misteriosamente, y esto es difícil de mostrar a la gente, muchísimo del partido de la estadística oficial es conceptual.
–¿Qué quiere decir?
–Por ejemplo, el problema de la medición de la pobreza empieza por definir qué significa ser pobre. La pobreza es una sensación de malestar, de privación, que tiene muchas dimensiones. Se puede ver desde el punto de vista nutricional, social (la posibilidad de viajar, de cubrirse respecto al frío), emocional también (cómo uno se siente), antropológico (hay cosas que hacen que ciertos grupos étnicos se perciban así mismos como pobres), y hay muchas cuestiones culturales, operativas. En definitiva, cualquier definición de lo que significa ser pobre tiene que atravesar lo que muchas disciplinas tienen para decir, desde la biología hasta la nutrición, la economía, la sociología, la antropología, la historia y hasta la religión. Cuando uno quiere pasar de definir qué es pobre a medir la pobreza, el problema se te multiplica por dos, porque hay que considerar todas las formas de definir qué significa ser pobre y todas las formas de medirlo.
–¿Cómo se resuelve esto?
–Intentando generar un acuerdo: más allá de las enormes dificultades para definir qué significa ser pobre, esta forma de medirlo es útil. Cuando uno pone una medida como el índice de precios, la pobreza, la tasa de desempleo, no es que esas medidas sean buenas, sino que simplemente son útiles, sirven para algo.
–¿Útiles para qué?
–La medición de la pobreza no es buena, porque se saltea el problema de definir qué es ser pobre y el de cómo se mide. La medida de si el ingreso está por arriba del valor de la canasta básica alimentaria es una simplificación tremendamente grosera, es pésima. Pero sirve para algo. La gente tiende a pensar que todo aquello que es malo no sirve. Como toda herramienta, para poder hablar si es útil o no, primero hay que definir para qué se trajo la herramienta. Muchos de los índices que vemos, como la tasa de desempleo, el PBI, son cosas que vienen de añares de intentar de convencer a la gente de que sirven para algo. Todo el mundo habla del producto y la mayoría no debe saber qué es. Conceptualmente es algo muy difícil de agarrar, pero es buenísimo, porque la gente, sin saber la definición precisa del PBI, sabe que es un índice de la actividad económica, y que si va para arriba, está bueno, y si va para abajo, está malo. Toda medida está sujeta a esa impronta cultural. Muchísimo del uso de las estadísticas oficiales o de la vida cotidiana tiene que ver con habernos puesto de acuerdo en algún tipo de significado que tiene que ver con la utilidad de las estadísticas, no del concepto que está detrás. Aparece algo que es contradictorio acá: cuando la gente no entiende, pero confía en la herramienta, estamos en el mejor de los mundos.
–¿Por qué?
–Porque significa que hay una división del trabajo. Vas al médico y te recomienda tomar un remedio, y no te ponés a hacer un doctorado en química para estudiar qué estás tomando, confías en el médico, que confía en las instituciones que lo regulan, que confía en sus profesores. En las cuestiones sociales no pasa lo mismo, no se puede cambiar de índices de un día para el otro.
–¿Cómo puede salir un país adelante teniendo el 45% de la población viviendo bajo la línea de pobreza?
–Cuando hay una economía inflacionaria, eso implica un montón de transferencias entre sectores, ni que hablar de que el impuesto inflacionario es recesivo. En definitiva, el costo termina recayendo más sobre los pobres. Nuestros saltos de pobreza tienen que ver fundamentalmente con fenómenos monetarios. Cuando uno se fija en la serie histórica de pobreza, desde la década del 80 para acá se ve que hay ciertos picos muy altos que se dan cuando hay un descalabro fuerte con los precios relativos. Eso apareció en 1989, en 2002 y en 2019. Tiene que ver con que el indicador estándar de la inflación que mide la pobreza una vez por mes utilizando cierta canasta de precios, tiende a ser menos útil cuando los precios se disparan, porque hay un problema de desajuste con la distribución del ingreso. Cuando la economía se reacomoda, los precios se quedan quietos y la distribución del ingreso se recupera un poco.
–Pero ahora la pobreza aumentó sin que haya un salto devaluatorio, como sucedió en las últimas crisis.
–Claro, no se le puede echar la culpa a un descalabro de los precios relativos. Ahora hay un aumento de la pobreza que tiene que ver esencialmente con un fenómeno estructural. No ocurrirá, creo, esto que pasaba siempre cuando había un descalabro de los precios relativos, que la tasa de pobreza bajaba rápido, pero porque no está este truco estadístico que siempre hubo. Ahora hubo un fenómeno más contundente. Este aumento significativo de la pobreza es de una naturaleza más preocupante.
–¿Ve algo optimista después de la pandemia?
–Habría que ver cuántas barreras físicas prepandemia se van a levantar con más acceso a ciertas tecnologías. Todo eso tiene cosas positivas y negativas. De repente, una persona estando desempleada en San Luis, puede vender teletrabajo para Buenos Aires o para Uruguay. Posiblemente, ciertos sectores que antes no tenían acceso a la educación o a la información, ahora lo tienen más disponible. No vamos a volver a enero de 2020, y si volvemos será porque cometimos un enorme error. La predicción que hago por lo menos en docencia es que tenemos que aprovechar lo mejor de la virtualidad y lo mejor de la presencialidad.
¿Cuáles son sus cinco discos en vivo favoritos?
Made in Japan (Deep Purple)
Shadows and lights (Joni Mitchell)
Live at Budokan (Cheap Trick)
Live at Leeds (The Who)
Live (Alison Krauss and Union Station)
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