Vivir con inflación: cuáles son los rebusques de los argentinos para convivir con la suba de precios
Menos carne de vaca, compras en mayoristas, menos salidas a restaurantes, compartir abonos de streaming, más entrenamiento al aire libre y menos gimnasio y más uso de la tarjeta de crédito son las estrategias más mencionadas.
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“Ya hace tiempo que redujimos el consumo de carne y lo reemplazamos por pollo y cerdo; también compramos menos pan. Usamos más verduras, pero en el caso puntual del tomate, consumimos menos y lo reemplazamos por zanahoria, papa y zapallitos. Compramos menos frutas y buscamos las más baratas, por ejemplo, naranjas”. La que habla es Analía, trabajadora estatal cordobesa; su familia está integrada por dos hijas y su marido. Partes de ese relato se repiten en otros testimonios recogidos por LA NACION, en los que también se suman los que dicen que salen menos a comer a restaurantes que cuando la flexibilización de las cuarentenas lo permitió, que reemplazaron el abono del gimnasio por running al aire libre y que la compra de ropa es “solo” cuando hay liquidación.
Son los efectos de la inflación sobre quienes se consideran de clase media, más allá de que sus ingresos los dejan al borde de un escalón más debajo de la pirámide social. En febrero la inflación se aceleró. Marcó 4,7% impulsada por la suba de alimentos (7,5%). El año pasado cerró con 50,9% y para este 2022 las proyecciones ya plantean que el número “empezará con seis”.
La inflación es hoy la principal preocupación de los argentinos. Según el último relevamiento de la consultora Fixer, el 56% la puso primero lugar; detrás quedaron la corrupción (45%) y luego, la inseguridad (32%). Sebastián Lópes Perea, su director, indica que ver la inflación como el mayor problema es “transversal”, alcanza a votantes del kirchnerismo y de las fuerzas opositoras.
Desde el Centro de Almaceneros de Rosario, Juan Milito señala que ya desde el inicio del año la gente redujo el consumo porque sus ingresos son “inelásticos, les alcanzan para menos”. “En los sectores medios y bajos se siente fuerte porque gran parte del dinero lo usan para alimentarse y moverse; creemos que esa tendencia seguirá -continúa-. No sólo vendemos menos cantidades, sino que bajan la calidad de lo que compran. Se venden menos vinos y menos gaseosas”.
En Córdoba, la gerenta del Centro de Almaceneros, Vanesa Ruiz, puntualiza que los cambios de hábitos fuertes comenzaron con la devaluación de 2014: “Comenzó la migración hacia segundas y terceras marcas, que hoy se ve en la totalidad de nuestros clientes. Desde el 2018 vemos la caída en la compra de carnes, frutas y verduras y lácteos; con la pandemia eso se aceleró porque mucha gente perdió empleo o ingresos y la inflación siguió”.
Del último mes, plantea que hay recortes en los gastos en harinas y aceites, cuyos precios aumentaron por impacto de la suba internacional de las commodities. En función de los datos del departamento de Estadísticas del centro, remarca que hay más endeudamiento y un reforzamiento de lo que apareció durante la pandemia como “relax” que es el “hacer el pan, las pastas. Ahora es por sobrevivencia”. “Más harinas, más arroz y más té y mate cocido en vez de leches”, sintetiza.
El deterior del poder adquisitivo por la inflación va en paralelo con un empleo que se recupera básicamente por la ocupación estatal y los independientes (monotributistas, autónomos) con una actividad informal que ronda 40%. La película muestra una Argentina que se viene empobreciendo. Lópes Perea enfatiza que se profundiza el “país dual” y lo grafica como “Recoleta y González Catán”. “Hay pocos vasos comunicantes”, ratifica.
Por dónde recortar
Alberto tiene 65 años y vive en Jujuy. Dice que ya no le quedan “recetas” para “estirar” su jubilación. “Compro mucho con la tarjeta de crédito, pasa que cada vez la uso más para el supermercado porque no llego. El ‘cafecito’ que hacía una vez a la semana en un bar pasó a ser cada 15 días y hay menos regalos para los nietos. En vez de ‘chucherías’ directamente algo que necesiten”.
Eduardo trabaja en una universidad privada, pero debió dejar de cursar porque su sueldo no le alcanza para pagar la carrera, el alquiler y vivir: “Los números no me cierran y eso que mi alquiler no es de los más altos. Pero el transporte, los gastos comunes y algo de ropa para ir a la oficina se llevan todo. Hace unos meses comparto Netflix con un amigo para pagar a medias”.
“Busco en los distintos mayoristas y solo compro ofertas; antes comíamos cuatro veces por semana carne y ahora solo dos; busco precios en la verdulería y compro menos cantidad. En la farmacia antes compraba marcas de laboratorios reconocidos y ahora pregunto al médico si algunos se pueden cambiar por genéricos”, comenta Roxana, mamá de una adolescente de 13 años con problemas de salud y una de 19. Trabaja en el sector formal y tiene obra social.
Daniel Betzel, de la Cámara Comercio de Salta, hace una síntesis de un relevamiento entre los comercios de todos los rubros asociados: más uso de las tarjetas de créditos (en algunos sectores, como ropa y blanquería, llega al 89% del total) priorizando las cuotas sin interés; reemplazo de las primeras marcas por las más económicas y recorte en la cantidad de unidades. Advierte que el turismo “ayudó” a las ventas en los últimos meses, al igual que el inicio de las clases en el rubro indumentaria, pero, subraya, que “todo está apalancado con tarjeta”.
“El salario está fuertemente deteriorado por la inflación y cada vez más dinero va a los alimentos y, en este mes, cosas para el colegio. Para el resto queda casi nada”, repasa Alejandra Rafael, de la Cámara de Comercio de Santiago del Estero. Añade que se incrementó “fuerte” la venta de productos de limpieza sueltos y que en las puntas de góndola de los súper se ven “productos de primera necesidad en oferta”.
Lópes Perea ratifica que, cuando los ciudadanos se transforman en “consumidores”, despliegan estrategias para “tratar de maximizar” sus ingresos. En ese contexto, describe que en las zonas donde hay supermercados son la “alternativa elegida” porque tienen Precios Cuidados, con lo que aventajan a los almacenes o autoservicios; también los mayoristas registran un buen desempeño. “El gran perdedor es el almacenero formal que no tiene el programa oficial de precios y, además, cumple con el pago de impuestos que eleva sus costos”, agrega.
Sin márgenes
Chau a las pastas frescas; rollos de cocina en vez de servilletas de papel y shampoo y crema de enjuague de segundas marcas son los recortes que viene instrumentado María del Carme, empleada de comercio. Andrea agrega que prioriza la compra de ofertas al por mayor y “después dividir” entre varios y lamenta que prácticamente abandonó el comprar en los comercios de barrio para buscar precios en los más grandes.
Marcos Amarilla, de la Cámara de Comercio de Formosa, coincide en que se usa más la tarjeta de crédito a la vez que “cada vez hay menos margen y más gente que paga el mínimo. Refinancian y el plástico saturado”. Advierte que los clientes se vuelcan “a la venta callejera o por internet buscando precios y perdemos los que estamos en regla”. “Cada vez más se compra lo justo y necesario”, resume. Adrián Morales, del Centro de Almaceneros de Río Cuarto, insiste en que a la corrida de una marca a otra más barata se agrega el pasar a “envases cada vez más pequeños; hay productos que se redujeron a la mitad”.
“Los cambios en las listas de precios ya no nos permite dejarlos pasar porque el mínimo error nos deja sin poder reponer stock; no podemos no subir en el mismo porcentaje que nos incrementan a nosotros”, señala.
Los testimonios de los comerciantes abonan el argumento de Lópes Perea respecto de que la informalidad crece entre los que venden como una manera de no desaparecer y que los clientes se vuelcan a ellos -más en determinadas zonas que en otras- porque pueden hacer alguna diferencia en la compra.
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