La inflación superó el 100%: la última fantasía de Alberto Fernández
La administración Fernández se apoya en un puñado de datos de crecimiento para intentar disimular la disparada de los precios, pero las distorsiones y anomalías de la economía se multiplican; Cristina Kirchner es la crítica más impiadosa de la propaganda oficial
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Los políticos suelen vivir en un mundo paralelo de consignas y teorías conspirativas que pretenden imponer sobre la realidad. Frecuentemente terminan creyendo en sus propias fabulaciones.
El presidente Alberto Fernández inauguró una de las últimas cadenas de desatinos oficiales cuando interpretó que la inflación es “autoconstruida en la cabeza de la gente”, es decir, un problema de expectativas ajeno a las decisiones económicas de su administración, como la gigantesca emisión de moneda. Si así fuera, parece una “autoconstrucción” persistente: hace casi 80 años que la Argentina empezó a tejer esa telaraña de la que no pudo escapar casi ningún gobierno más allá de su origen, ideología o plan económico.
Unos días más tarde agregó otra frase de colección: “Vivimos sustancialmente mejor que hace tres años”, se jactó, en medio del mayor apagón eléctrico desde 2019.
Se le sumó el diputado oficialista Carlos Heller, que pese a reconocer que nada funciona bien con una inflación de 5 o 6% mensual, afirmó, de todos modos, que la Argentina “sigue siendo uno de los países en donde mejor se vive”. La portavoz presidencial, Gabriela Cerruti, también quiso hacer su aporte a la teoría de la presunta bonanza. “No hay una crisis, no es la realidad cotidiana”, sentenció, invirtiendo los términos. Para ella, si alguien inventa no es el Gobierno, sino los medios.
Es cierto, en la realidad cotidiana, a simple vista, todo parece funcionar normalmente como en cualquier sociedad de consumo occidental. Shoppings y restaurantes repletos, carteles publicitarios que ofrecen lo mismo que en cualquier país capitalista, bienes, servicios, viajes. Pero en cuanto se va un poco más allá se rompe la ilusión.
No hace falta más que mirar los cientos de videos subidos por turistas extranjeros a YouTube que, al visitar el país, oscilan entre la perplejidad y la burla ante la kafkiana proliferación de tipos de cambio o la bajísima denominación de la moneda local, que los obliga a moverse con gruesos fajos de billetes para hacer operaciones de rutina como salir a comer, hacer un paseo o comprar en el supermercado.
Si, como dijo el ministro de Economía, Sergio Massa, “la inflación es la fiebre de una economía enferma”, estos son solo algunos de sus síntomas, pero no los únicos.
Hay otros que se manifiestan en forma de restricciones, distorsiones e intervenciones estatales, falta de crédito, tasas de interés exorbitantes, indexación e incertidumbre permanente. Al fin y al cabo, un viejo chiste mantiene su vigencia: la Argentina es ese país en el que las zapatillas se compran en cuotas y las casas, al contado.
¿Qué significa “vivir bien”? Depende de qué se entienda como tal y de con quién se haga la comparación. Pero con una inflación superior al 100% interanual (el Indec acaba de confirmar que es del 102,5%), que ubica al país en el Top 5 mundial, y un cepo al dólar que complica el desenvolvimiento de la economía y dispara todo tipo de estrategias defensivas, es una afirmación cuanto menos caprichosa. Ni hablar si al cuadro se le suma la problemática de la inseguridad.
Cristina Kirchner suele ser la más punzante a la hora de contradecir la propaganda de su propio gobierno. “Es cierto que hay crecimiento, que la economía está creciendo y que se generan puestos de trabajo, pero son precarizados y de muy bajo salario”, lamentó el viernes pasado. Claro que la Argentina idealizada de sus dos presidencias no es menos fantasiosa que la que ahora quiere vender Alberto Fernández, un choque de relatos que a un turista extranjero le resultará aún más difícil de entender que las múltiples cotizaciones del dólar.
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