Hay 1200 comercios formalizados y 17 empresas en el lugar, desde locales precarios hasta firmas internacionales; la cocina de inmigrantes gana terreno fuera del asentamiento; historias de vecinos que salieron adelante y expanden sus negocios
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Bajo un cielo de cables y medias sombras pasan los motocarros dejando espacio para una persona de cada lado. Los vecinos circulan en fila india por el paseo comercial de la villa 31, donde se multiplican los negocios y comercios. En el asentamiento, delimitado por la estación de Retiro, las vías del ferrocarril San Martín, la Avenida Ramón Castillo y el puerto viven más de 40.000 personas. Las carencias y necesidades se evidencian a cada paso dentro de estos 720.000 metros cuadrados. Y la fisonomía cambia al ritmo del progreso de vecinos que buscan salir adelante.
“Las ventas totales mensuales en el barrio equivalen a casi un 25% de las de un centro de compras promedio de la ciudad o un shopping”, precisó un estudio de 2017 realizado por Cynthia Goytia, directora de la maestría en Economía Urbana de la Universidad Torcuato Di Tella. Si bien no hay cifras más recientes, ese porcentaje permite vislumbrar el nivel de facturación actual.
El espacio cotiza y por eso las veredas son las vidrieras. Los vecinos sacan las mesas desde los comercios y ofrecen de todo: condimentos, jugos, accesorios para celular y comidas al paso. No sorprenden los restaurantes que más adelante tienen un anexo de perfumería.
Los platos van desde los $400 a los $1000 y, si bien por ahora el consumo proviene en un 90% de gente del lugar, muchos emprendedores intentan proyectarse hacia afuera, buscando mercados más prósperos.
Fuera del llamado Barrio 31 o Padre Mugica, se encuentra la calle Carlos H. Perette, a la que se mudaron muchos gastronómicos porque los alquileres son más baratos que en el paseo comercial.
Un restaurante peruano que llega a Recoleta
José Zapata es el dueño de “Las Palmeras”, quizás el restaurante más famoso de la 31, que sí logró traspasar los márgenes del barrio. Alquila ahí hace siete años y, contando a los repartidores, tiene 10 empleados. Zapata comenzó con la venta a domicilio de viandas y hoy está buscando un local en Palermo para sumar una segunda sucursal para ofrecer sus platos peruanos Según relata, el alquiler le cuesta $70.000 por mes y tiene gastos semanales de $300.000 en mercadería. El margen de ganancias ronda el 20%.
En Las Palmeras, un lomo salteado o una causa acevichada se cobran $800 y las papas a la huancaína están a $600. Uno de sus obstáculos es el estigma del lugar: “Tuve que poner mis propias motos porque las apps no se animan a entrar”, cuenta Zapata. Gran parte de su producción va a parar a Recoleta, el barrio vecino, donde estos precios no sorprenden como dentro de la villa.
Nada fue sin sacrificios: Zapata levantó el local de cero y sigue sufriendo los problemas del asentamiento. “La luz se va seguido, muchas veces en pleno servicio me quedo sin electricidad”, dice. Al único crédito al que pudo acceder fue el préstamo de $15.000 para monotributistas de la AFIP. “No me alcanzó ni para cambiar la heladera”, describe riéndose.
Perú en el Paseo Comercial
Florencia Sánchez es peruana y tiene su local en el paseo comercial. Se llama Mis 6 amores y ofrece platos abundantes. “El argentino come un tercio de lo que servimos acá. A nosotros nos gusta comer mucho”, afirma Sánchez. Ella llegó a la Argentina a los 18 años y ya logró comprar el negocio donde atiende a sus clientes. Si bien cuenta con delivery, el suyo es un comercio barrial. Un menú completo de tres pasos cuesta $450. Además de vender comida, el local tiene una máquina para extraer peluches y una mesa subalquilada en su frente donde vecinas venden artículos de tocador.
“Ya no me roban, hay como un pacto de no molestarnos mutuamente con los ladrones”, afirma. La inseguridad es el mayor flagelo y el temor se respira. “A pesar de todo, no me iría de acá, es donde se criaron mis hijos y, además, entre los vecinos aprendimos a protegernos entre nosotros. Cuando la policía no llega, la gente actúa”, asegura con firmeza.
Se enorgullece de abastecerse en el lugar. “Antes iba al Mercado Central y perdía mucho tiempo. Además tenés que llegar muy temprano. Ahora sé cómo conseguir todo lo que necesito acá y esos proveedores son los que después vienen a comer a mi local”, relata.
Según fuentes de la secretaría de Integración Social y Urbana, el 90% del mercado del barrio es endógeno. “La plata que entra acá no sale. Hay despensas cada 30 metros porque la gente no va al súper, compra todo en los negocios de cercanía”, indican.
Sin embargo, las autoridades porteñas apuntan a “agrandar la torta”, a que lleguen al lugar vecinos de distintos barrios y turistas. “Estamos intentando orientar el producto hacia el afuera. Lo vas a notar en Zapata, que ahora tiene proveedores fijos de mercadería y que trabaja en la presentación de sus platos para aggiornarse a lo que pide el mercado de afuera para aumentar sus ingresos”, explica Tomás Galmarini, líder del proyecto de Integración Social y Urbana del Barrio Mugica.
En cuanto a lo inmobiliario, Galmarini asevera que hay una rotación altísima. “Si una casa de ropa no vendió un fin de semana y no le alcanza para el alquiler, tiene que cerrar. Atrás enseguida hay alguien para reemplazarla”, ejemplifica.
La parrilla elegida por oficinistas
A las 10.20, Emérito Cano empieza a encender el fuego de la parrilla que cuida al detalle. Nacido en Paraguay, comenzó a trabajar en Entre Ríos y hace casi 20 años que vive en Buenos Aires. A su esposa, Cristina, la echaron de la casa en la que se desempeñaba como empleada doméstica cuando quedó embarazada. En ese momento, la mujer comenzó a cocinar y a vender en la calle las recetas de su país: sopa paraguaya, chipá y empanadas, entre otras especialidades. Se dieron cuenta de que con poco más de dos horas de trabajo ganaba más que en una jornada entera de limpieza. Fue así que empezaron a ver la gastronomía como una opción económica más sólida.
En 1997, comenzaron con la venta de comida, pero recién en 2006 pudieron alquilar un pequeño espacio en la calle Perette. Con los años fueron ampliando el local y lograron comprarlo en 2015. Así nació la parrilla Ña Cristina, en honor a la propietaria.
“Acá tenemos un público del barrio, sobre todo sábados y domingos, y el resto de los días se llena de gente que trabaja en las oficinas que pasa a almorzar o a llevarse un sandwichito de vacío, uno de tapa de asado o tallarines caseros hechos por Cristina”, comenta Cano mientras vigila el fuego.
La parrilla tiene 15 mesas adentro y el fin de semana sacan a la vereda ocho más. “Los días que más facturo son los domingos, cuando puedo alcanzar los $200.000. Los días malos estoy en $12.000 o $15.000. Es un trabajo bravo, arranco temprano, a las 8, y termino a la noche”, dice Cano. Toda la familia se encarga del negocio, se distribuyen tareas y turnos. “Por la acumulación de planes sociales, me es imposible competir con lo que ofrece el Estado, por eso trabajamos nosotros solos”, lamenta Cano.
“La remé muchísimo”
La panadería Lourdes está casi en la esquina de Perette y Rodolfo Walsh. Lourdes Garcete administra el negocio junto a su marido, Alejandro. Llegó de Paraguay en 2004 sin experiencia en el rubro panadero. “Comencé vendiendo ropa en la feria del barrio y me empezó a ir bien. Cuando se desocupó este local, lo alquilé y arranqué con el negocio”, recuerda. Revendía panes y facturas que compraba a otros comercios, además de servir café.
“El local era un desastre: se inundaba, estaba mal hecha la conexión eléctrica y hasta tenía ratas. La remé muchísimo, no sabés lo que luché por este localcito”, expresa Garcete.
Los logros fueron una construcción de ambos. “Alejandro me ayudó a pensar lo que había que ir haciendo para que la panadería crezca: poner un extractor, comprar una cámara, una amasadora y la sobadora. Las máquinas de panadería te las podés llevar e ir pagando en cuotas a los proveedores, a medida que vas recuperando”, explica.
Cuando la primera panadería -ubicada frente al mercado del barrio- empezó a tener movimiento, la pareja decidió alquilar un segundo local en la Plaza de los Inmigrantes, a pocas cuadras de la sucursal inicial. “Esa panadería está más linda, porque hay clientes de buen nivel: gendarmería, prefectura y maestras. Producimos mucho ahí. En el piso de arriba tenemos todas las máquinas y hay un encargado que se ocupa de que todo funcione”, dice. El tercer local queda en lo que llama “el barrio obrero”, donde están los departamentos nuevos construidos por el gobierno porteño.
En cuanto a los costos de producción, Garcete cuenta que su mayor gasto es la mercadería. “Compramos todo de primera calidad. Lo que te ayuda mucho en el barrio es que no se paga luz ni agua. Tampoco tenemos habilitación y todavía no hay inspecciones”, dice.
Se siente tranquila y lo transmite. “Acá la gente no roba mucho, cuando ya te conocen te respetan. Antes era muy inseguro, pero ahora con la presencia de la policía y del Ministerio [de Educación] eso cambió”, asegura.
Sin embargo, las estadísticas del Gobierno de la Ciudad, muestran que la comuna 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Montserrat y Constitución) es la que tiene mayor tasa de delitos. Los últimos datos disponibles, de 2020, reflejan que allí se concentra el 11,5% de los robos y el 12% de los hurtos de la ciudad.
La vida de Garcete no sencilla, pero ella valora todo lo logrado. “Estoy muy agradecida con la Argentina. Pienso que si me hubiera quedado en Paraguay no me hubiera ido tan bien. Acá se puede hacer de todo”, remata.
Alto consumo
Leandro trabaja para la empresa Le Parc, que da en concesión grúas para sacar peluches, entre otros juegos para chicos. Sus máquinas están distribuidas en distintos barrios de Capital y del gran Buenos Aires. Cuando llega a la villa 31 para retirar la recaudación semanal se sorprende: “Si mirás, acá la gente está todo el tiempo consumiendo, comiendo y todo lo hace en el barrio. Yo ando por todos lados: General Rodríguez, Merlo, Quilmes, hasta Tigre. En el shopping de los Remeros, cerca de Nordelta, tenemos varias maquinitas. Sin embargo, las que están acá son las que más acumulan. En la 31 llegamos a sacar $70.000 en una semana, es la recaudación más alta de todos los barrios que recorro”, cuenta.
Entre gastronomía y entretenimiento, el barrio registra un incremento en el número de comercios y emprendimientos: casas de fotografía, negocios de accesorios de perros, restaurantes de cocina de inmigrantes y cafés, por nombrar algunos. Según la Unidad de Proyectos Especiales Barrio Padre Mugica de la Ciudad de Buenos Aires, actualmente hay 1200 comercios formalizados y 17 empresas. Entre otras firmas, tienen presencia en el lugar McDonald’s, Río Uruguay Seguros, PedidosYa, Santander y Pago24.
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