Está demostrado que las tecnologías que surgen de las exploraciones fuera de la Tierra tienen sus externalidades positivas
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Obligadas a conseguir todos los años financiamiento multimillonario para sus misiones, tanto la NASA como otras agencias espaciales del mundo siempre pusieron énfasis discursivo en las ventajas que la exploración espacial trae para las personas en la Tierra.
Está bien estudiado y demostrado que las tecnologías que surgen de estas exploraciones espaciales tienen “externalidades” positivas muy poderosas sobre la vida cotidiana en el planeta. Desde el GPS o las cámaras del celular hasta los filtros de agua tuvieron su origen en los laboratorios que trabajaron en las misiones espaciales. En su libro A Giant Leap, uno de los muy buenos textos que aparecieron para homenajear los 50 años de la conquista de la Luna, el periodista de Fast Company Charles Fishman argumenta que el programa Apolo facilitó la era digital, que sobrevivió y se masificó décadas más tarde. La naciente industria de microchips tuvo, en sus primeros diez años de vida, como único cliente a la NASA. Esto les permitió madurar y bajar el costo y el tamaño de manera exponencial, permitiendo que llegaran más rápido las computadoras personales y los celulares.
La falta de escala en su etapa inicial hoy es un obstáculo crítico para muchos negocios del área de las ciencias de la vida. Por eso, la asociación de las startups del sector farmacéutico, de nuevos alimentos y de otros rubros de biotecnología con las misiones al espacio puede ser clave para que estos negocios logren ser viables en sus primeras etapas.
Hace dos años, Alec Nielsen, CEO de Asimov, dio un discurso sobre el futuro de la ingeniería genética: “Todo el mundo habla de la dificultad de la ciencia de cohetes (rocket science, en inglés, un sinónimo de algo supercomplejo). Pero la biología es lo realmente difícil en el espacio exterior. Vamos a tener que ser capaces de fabricar comida y remedios en un ciclo cerrado para las estaciones espaciales. Algún día deberemos diseñar biomas enteros para que la vida sea posible en otros planetas. Estos son desafíos de la biología, no de la ciencia de cohetes”.
De hecho, hoy la principal dificultad para llevar humanos a Marte es de carácter biológico: los cuerpos aún no están preparados para soportar una misión de entre un año y medio y dos años. El récord de permanencia en el espacio lo tiene hasta ahora un cosmonauta ruso: fue de 14 meses y sufrió severos deterioros en el físico que lo obligaron, a la vuelta, a no poder caminar por varios meses.
Los más optimistas creen que esta presión para el desarrollo de entornos extremadamente eficientes para producir remedios y alimentos, aire y agua potable, y para reciclar residuos en estaciones espaciales servirá luego para darles velocidad a los avances de la bioeconomía en la Tierra. Hay centenares de startups (algunas argentinas) explorando esta vía. Ursa Bio se dedica a solucionar problemas de salud de los astronautas durante misiones prolongadas. Varda aprovecha las propiedades de la microgravedad para medir y probar nuevos remedios.
“Hay un enorme potencial de interacción entre la actividad espacial y la biotecnología”, cuenta a LA NACION Julieta Luz Porta, una ingeniera y emprendedora argentina que coopera con la NASA y el MIT y que en la actualidad, desde su iniciativa Sphere Bio, está creando una plataforma biotecnológica para desarrollar vacunas contra el cáncer. “Para las startups, las agencias espaciales y la disponibilidad de datos amplia del sector es muy útil para que proyectos de biotecnología puedan crecer, sobre todo en sus inicios”, completa, en diálogo con LA NACION, Ulises López Pacholczak, CTO de la startup argentina Satellites On Fire, un proyecto que ya superó exitosamente varias rondas de inversión y busca prevenir incendios en todo el planeta.
A pesar de la reducción de fondos para proyectos de riesgo en los últimos dos años, 2023 fue un año récord en lanzamientos de nuevos productos y servicios de biotecnología. Solo en los Estados Unidos el sector involucra un billón de dólares (un millón de millones de dólares, dos veces el PBI de la Argentina). El inversor y tecnólogo Marc Andreessen, del fondo Andreessen-Horowitz, quien en 2012 vaticinó que “el software se va a comer el mundo”, hoy cree que el segmento de las ciencias de la vida ocupa este rol: “Bio is eating the world”, pronosticó.
La Argentina, con 340 empresas dedicadas a la bio y nanotecnología –los datos son del cierre de 2022–, está en el top 10 global de países con más unidades de este tipo, por encima de países como Dinamarca, Noruega y Austria, por ejemplo.
Y justamente de Dinamarca llega una de las historias más exitosas de los últimos meses en el campo de las ciencias de la vida, con el boom de Ozempic, el producto del laboratorio danés Novo Nordisk para la obesidad que primero se aprobó para diabéticos y luego, como tratamiento general. Se estima que el mercado de este medicamento de aquí a 2030 llegará a 30.000 millones de dólares, lo cual llevó al laboratorio que lo impulsó a convertirse en la empresa más valiosa de Europa y a ser un dinamizador potente de toda la economía danesa, con inversiones en innovación que llegan hasta las computadoras cuánticas.
Otro motor ultrapotente
El otro motor ultrapotente para la biotecnología viene siendo el cruce con la inteligencia artificial, y más recientemente con la IA generativa. Esta semana, el CEO de Google dijo que ya 1,8 millones de investigadores de todo el mundo usan AlphaFold, iniciativa de DeepMind que logró predecir la estructura de proteínas con mayor precisión y eficiencia que los trabajos de laboratorio.
La rama de inteligencia artificial (IA) de Alphabet, la matriz de Google, presentó diez días atrás la tercera versión de AlphaFold. Esta no solo logra predecir con bastante precisión la estructura de una amplia variedad de moléculas más allá de las proteínas, sino que también es capaz de anticipar sus interacciones. “AlphaFold 3 es el primer sistema de IA que supera las herramientas basadas en la física para la predicción de estructuras biomoleculares”, afirman en la compañía, y confían en que pronto esta plataforma servirá para crear una nueva generación de medicamentos.
El “choque de planetas” entre la IA y la biotecnología tuvo otro mojón importante reciente cuando la startup californiana Profluent anunció un nuevo editor de genes, OpenCRISPR-1, que promete transformar la edición genética. La noticia, que fue tapa de The New York Times el mes pasado, tiene por detrás algoritmos con la misma lógica de ChatGPT y abre un nuevo horizonte en la lucha contra enfermedades hereditarias. La decisión de Profluent de hacer de código abierto el editor de genes podría acelerar significativamente la investigación y el desarrollo en el campo de la biotecnología y la medicina. Misiones espaciales, IA y ciencias de la vida se asoman al infinito y más allá.
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