Ventajas del fracaso: el futuro confuso de Alberto Fernández y Cristina Kirchner abre un dilema en la oposición
El equipo de campaña del PRO es especialista en simulaciones electorales. Algunos exministros de diálogo cotidiano con Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich tienen en sus teléfonos celulares tres escenarios que proyectan la cosecha de Juntos por el Cambio y del Frente de Todos en las próximas elecciones: uno negativo, otro positivo y otro muy positivo. El último es, paradójicamente, el que les despierta las mayores inquietudes.
El miedo al éxito nace del recuerdo de 2015. En aquel momento, Carlos Melconian anticipaba que el kirchnerismo dejaría una de las crisis más complejas por la combinación de dos elementos: un país en ruinas cuyos habitantes no lo notaban.
La mesa chica de la oposición teme que esa historia se repita en dos años apalancada por lo que suceda en noviembre próximo. Su hipótesis es provocadora. Creen que una buena elección de Juntos por el Cambio en noviembre mejorará la expectativa del mercado con respecto al futuro de la economía y simplificaría los problemas con los que trastabilla el Frente de Todos.
La elección de Corrientes es una prueba. El radical Gustavo Valdés le sacó una ventaja inesperada al candidato peronista. Al día siguiente la bolsa subió casi 5%. Hay otro casó más sintomático. Edenor, la empresa de Daniel Vila, José Luis Manzano y Mauricio Filiberti, cercanos al Gobierno, subió 15% tras la derrota de la fuerza que representó a sus interlocutores en la Casa Rosada.
Un banquero que vive de hacer comprensible la Argentina para Wall Street tradujo la combinación de elecciones y acciones. Los dueños del dinero no dan por seguro una derrota kirchnerista en noviembre ni mucho menos, pero asumen que Corrientes le pone freno a quienes quieren doblar en la curva que conduce a Venezuela.
Una sucesión de hechos recientes trajeron al presente la etapa más complicada del macrismo. Martín Guzmán tuvo problemas en los dos últimos meses para obtener el financiamiento que necesita. Lo mismo le había sucedido a su antecesor Hernán Lacunza.
Lacunza, el último ministro de Macri, se enfrentó a una decisión difícil el 28 de agosto de 2019. Ese día nadie quiso volver a prestarle al país en pesos y debió decidir entre postergar vencimientos o emitir una gran cantidad de billetes. La demanda de dinero era muy baja y Lacunza temió que la inflación de 2019 superara el 100% si elegía esta última alternativa, con la amenaza adicional de una mayor presión sobre el dólar. Lo discutió con Macri y se lo explicó más tarde a Alberto Fernández. Fue el origen del reperfilamiento.
Nadie piensa que la Casa Rosada repita ahora el manual de Lacunza, de manera que la consecuencia podría ser la misma que intentó evitar el exministro de Macri: más inflación.
La geología económica argentina no tiene sorpresas. En los restos de un eventual alud se encontrarán capas sedimentarias de pesos sobre pesos. Por eso parece conveniente la opción de que el Frente de Todos tome confianza prestada de otro lado para mejorar sus perspectivas de endeudamiento.
Una línea del Gobierno, sin embargo, espera recuperar la confianza con decisiones propias. De allí surge el nombre de Martín Redrado. Redrado trabajó con Alberto Fernández en el gabinete de Domingo Cavallo y tiene la confianza de Sergio Massa; se enfrentó a Cristina Kirchner, declaró en su contra, más tarde se acercó y puede unir elementos antagónicos de la política argentina bajo la promesa de restaurar lo que el oficialismo rompió. Fue un golden boy, como lo definió en 1992 el Washington Post. Lo mismo que rechaza el kirchnerismo lo hace interesante para el Gobierno.
El expresidente del Banco Central responde por WhatsApp consultas del Presidente y le acerca críticas sin rodeos. Define el poder a partir de lo que se puede hacer con una lapicera. La de un ministro es importante. La de un embajador, no. Para trabajar con Cristina Kirchner, debería romper una promesa familiar, o cuanto menos, reformularla.
Guzmán hace su propio intento de generar confianza. En el primer trimestre del año ajustó en plena crisis, algo que entusiasmó al mercado, pero fue insoportable para el kirchnerismo. Quizás tenga otra posibilidad de hacerlo después de noviembre bajo la excusa del Fondo Monetario Internacional (FMI). Cuanto mejor cierren las cuentas, menor será la devaluación requerida. Esa fórmula se resume bajo un título sugestivo: la llaman racionalidad importada.
El ministro de Economía ve que cada vez más sectores están mejor que con Macri. La industria automotriz es un caso propio del modelo: el cepo cambiario y la inflación pueden apalancar el consumo de bienes durables.
La anticipación de un futuro promisorio parece venir con el sillón de Economía. Lo hizo Alfonso Prat-Gay cuando habló del segundo semestre y Nicolás Dujovne al referirse a los brotes verdes. Ni el calendario ni la botánica, sin embargo, le dieron hasta ahora alegrías duraderas a los jefes de Hacienda.
Mauricio Macri y Alberto Fernández son víctimas de la misma amenaza: que los pesos que nadie quiere vayan al dólar. Las cotizaciones financieras muestran una brecha del 85% con el oficial. Es el espejo que adelanta lo que puede ocurrir.
También se puede buscar futuro en el pasado. Los períodos posteriores a las últimas tres elecciones condujeron a una devaluación. Ese registro lleva a que diversos analistas pronostiquen para luego de noviembre un salto cambiario, si bien menor al de la gestión de Mauricio Macri. Sería más parecido al de 2014, convalidado por el tándem Juan Carlos Fábrega y Axel Kicillof, premiado por el electorado con la conducción de la provincia más importante del país. No es mal negocio si se miran las perspectivas: en la Argentina, las devaluaciones pasan y los políticos, quedan.