Una sociedad partida y en modo patchwork
Pocas imágenes resumen tan bien este momento del país como la cámara on board de Franco Colapinto. Velocidad, aceleración, vértigo, riesgo, desplazamientos de extrema precisión jugando al límite. De un país cerrado y encerrado a uno que pretende adentrarse, en un viaje sin escalas, directo en el corazón del mundo actual: Silicon Valley. Como una especie de parábola del destino, o quizá no tanto, después de 23 años la Argentina volvió a tener un piloto en la Fórmula 1, y luego de 42 años, a sumar puntos en una carrera. Joven, carismático, talentoso, trabajador, bilingüe y con la sana ambición de trascender codeándose con la élite global. El efecto simbólico de este nuevo emergente es aún más poderoso que la realidad. Expresa una vibración de época, un sentido, una visión.
Podría parecer un electrón suelto, un eslabón perdido, y sin embargo surgen otras evidencias para demostrar que no lo es. Allí está Tini, de pronto teniendo un protagonismo inédito en el nuevo hit global de una de las bandas más exitosas del tiempo contemporáneo a escala mundial: Coldplay. Su nuevo álbum será lanzado oficialmente el 4 de octubre. Pero ya adelantaron dos temas. Uno de ellos es “We pray” (nosotros rezamos). Tan potente es la versión en la que participa Tini que debió ser editada de manera autónoma. Hay un “We Pray” y un “We Pray Tini version”. Para la gran mayoría, esta última es la mejor.
Chris Martin, el líder de la megabanda, dijo que después de haber cantado con ella en uno de los diez recitales que el grupo brindó en el estadio de River en 2022, récord absoluto, de alguna manera su registro vocal lo sorprendió. Estando una noche en Taiwán, la inspiración divina le dejó sobre la almohada su nueva canción. Dos noches después soñó con la voz de Tini entonando unas estrofas del cierre. El resto es historia. Basta ver la química que hay en las imágenes del video para comprender que la conexión es tan mágica como real.
Tini, nacida en 1997, fue formada por la escuela Disney; Colapinto, quien nació en 2003, a los 14 años ya se mudó a Italia para formarse. No casualmente dos de los principales sponsors del joven piloto son Globant y Mercado Libre. Hay una filosofía ahí, en el aura de esas cinco marcas combinadas, las personales y las empresariales. Una manera de ver, entender y vivir la vida que los une a todos: talento, apuestas fuertes, esfuerzo, riesgo, crecimiento exponencial y competitividad de escala mundial.
El espíritu de la tecnología cruzado con los hijos de esa era: los centennials, o generación Z, que son aquellos nacidos entre 1997 y 2012. Una generación que creció entre internet y las redes sociales, que sintió y vivió la transformación digital y que fue moldeada por los valores de este nuevo hábitat. Un entorno para ellos natural y para todo el resto cuanto menos novedoso, y en ocasiones directamente extraño, incluso hostil.
Sintiéndose parte de una transformación que se asemeja a la que se produjo hace 150 años con la Segunda Revolución Industrial, pero que, por la propia naturaleza de la conectividad tecnológica, va mucho más rápido, los centennials son la expresión más pura de la condición que expresa el tiempo actual: la aceleración. Absorben el espíritu de Thomas Alva Edison o Henry Ford, pero reformulan esos arquetipos en la impronta de mitos contemporáneos como Elon Musk, Steve Jobs, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg. No ahorran en sueños ni ambiciones y suelen sentir que, a muy temprana edad, “están tarde”.
Sil Almada, la fundadora de Almatrends, nuestro Lab de tendencias globales, los definió como “la generación ansiosa”. Viven corriendo contra el tiempo porque hay demasiado por hacer y poco tiempo que perder. Son ambiciosos y juegan fuerte. A diferencia de cierto prejuicio existente, se comprometen con el esfuerzo y el trabajo, siempre y cuando el premio los estimule lo suficiente. Creen en la meritocracia. Lejos de lo naif, apuestan en serio. El mundo se presenta frente a ellos como una red infinita de oportunidades que están todas, en apariencia, al alcance para ser aprovechadas. Tienen una perspectiva que excede lo local, porque el ámbito para nutrir y desplegar sus saberes, desde el origen, fue global. Esto les resulta lógico, obvio, natural. Finalmente, el planeta entero siempre estuvo a un clic o a un ticket low cost.
Si, como arquetipo, la generación X (1965-1980) fue “esforzada y sacrificial” y la generación Y o millennials (1981-1996) resultó “hedonista y libidinal”, la generación Z o centennials (1997-2012) es “global y exponencial”
Naturalmente, como sucede en todas las generaciones, no todos son iguales ni mucho menos exitosos. Podrán compartir ciertos valores, pero no dejan de ser seres humanos, frágiles y falibles por definición. Lo que ocurre es que al estar tan potenciadas las ambiciones, la contracara obvia y predecible es la frustración recurrente. Triunfan, como en todos los órdenes de la vida, aquellos en los que el mérito se hibrida con el dominio emocional y la resiliencia.
De hecho, Tini viene de exorcizar en su último álbum muchos de sus fantasmas. Incluyendo un corte de pelo radical, simbología muy potente en los códigos femeninos. Por su parte, Franco Colapinto terminó llegando octavo ayer y ganando puntos en su segunda carrera –toda una hazaña–, cuando el primer día de pruebas chocó y rompió su auto contra los muros de protección. En la era de las redes, los haters y el bullying, para jugar fuerte se requiere, ante todo, una mentalidad muy fuerte.
Para completar el cuadro sería injusto no sumar a Bizarrap, el DJ y productor empresarial oriundo de Ramos Mejía que con su arte salió a conquistar el mundo y tuvo también un ascenso meteórico. Habiendo comenzado su carrera en 2017, ya en enero de 2023 lanzó su “BZRP Music Sessions, Vol. 53″ junto a la colombiana Shakira. Batieron cuatro récords Guinness, entre otros, el de ser la canción latina más escuchada de la historia en 24 horas. Entre muchos premios, ganaría el Grammy Latino a la mejor canción del año y mejor canción pop. En julio de 2023, se lanzó de manera exclusiva su gorra en Mercado Libre. Fue el producto más buscado del año, con 4.100.000 búsquedas, y se vendieron más de 500.000 unidades.
"Estos jóvenes, entre los que Tini, Colapinto o Bizarrap operan como un epítome, sintetizan una de las fuerzas que, como corrientes subterráneas, están pugnando en el magma de la sociedad argentina. Pero no solo no es la única, sino que no está dicho ni escrito que vaya a ser la dominante. El entramado social se volvió sustantivamente más complejo, confuso y contradictorio"
Estos jóvenes, entre los que Tini, Colapinto o Bizarrap operan como un epítome, sintetizan una de las fuerzas que, como corrientes subterráneas, están pugnando en el magma de la sociedad argentina. Pero no solo no es la única, sino que no está dicho ni escrito que vaya a ser la dominante. El entramado social se volvió sustantivamente más complejo, confuso y contradictorio.
La clase media Mafalda
Al indagar en profundidad sobre el proceso de mutación genética que detectamos como el hallazgo más relevante de nuestras recientes investigaciones cualitativas, nos encontramos, de manera recurrente, con un “antes y ahora” que organiza el discurso.
Ese antes remite a la añoranza de la homogeneidad, la cohesión, lo común, lo fácilmente distinguible, identificable y narrable. En el ahora, todo es más errático, paradójico, partido, fragmentario y degradado.
Al pedirles a los participantes que dibujaran la pirámide social de antes y la de ahora, los contrastes resultan tan dolorosos como concluyentes. Se encargaron explícitamente de dejar esto muy claro en las magnitudes de sus dibujos.
Antes había como rasgo central unívoco una gran clase media que representaba la mayor parte de la sociedad. Luego, arriba se ubicaba una pequeña clase alta que siempre existió y por debajo otra pequeña clase baja trabajadora.
Ese “antes”, que los adultos ubican entre los años 70 y los 80 y los más jóvenes, entre finales de los 80 y comienzos de los 90, era quizás un mundo más simple, aunque más previsible y vivible. Se tenía menos, pero se aspiraba a menos, por el simple hecho de que en la era preinternet se conocía mucho menos. No se trata de romantizar en exceso. La aspiración y la decepción son propias de los seres humanos; los celos, la envidia, la arrogancia, la soberbia y los ideales impostados, también. No son inventos de Instagram.
Todos estos sentimientos que se exacerban en la comparación tienen fuerte arraigo entre los integrantes de la clase media, donde la mirada del otro resulta tan gravitante para construir la propia. Apacible en la superficie, el medio suele ser bastante más turbulento tras bambalinas. Es que el espejo que todo lo distorsiona se vuelve un crítico mordaz a medida que el progreso y sus símbolos se masifican.
En esa vida de clase media dominante y homogénea, por supuesto que había diferencias, matices, sutilezas, distintas alturas, diferentes accesos. Sucede que buena parte de eso ocurría en las cercanías. Un pariente al que le iba mejor, un compañero de trabajo al que ascendían, un amigo que había hecho un buen negocio financiero en los eternos vaivenes de la economía argentina. Sin embargo, salvo alguna excepción, todos seguían “orbitando en zona”.
Es por ello que hoy, a la distancia, aquellos matices se desvanecen en los recovecos de la memoria y el trazo grueso marca tres mundos nítidos, claros, explicables: clase alta, clase media y clase baja.
Ese era el mundo que el talento de Quino supo hacerle pensar, narrar, mostrar y cuestionar a la mítica Mafalda. Cuando los argentinos hablan de esa sociedad en la que “todos eran clase media”, hablan justamente de esos barrios y esos vecinos, aquellos compañeros de trabajo y de escuela, las reuniones en familia o con amigos y algunas preguntas existenciales que en aquel entonces no tenían una respuesta fácil y ahora tampoco.
En cambio, cuando dibujan la pirámide actual es como si necesitaran un pincel de trazo fino. Cortan ese triángulo con sucesivas líneas transversales donde cada superficie del dibujo simboliza un pequeño mundo. Y digo pequeño porque así es de modo literal. Cada espacio expresa algo diferente.
La separación en tres grupos hoy no representa la realidad que la sociedad percibe y habita de modo cotidiano. Cada uno lo dice a su modo, pero en síntesis lo que registran es: la existencia de una clase muy alta, una clase media alta, una clase media más típica, una clase media baja, una clase baja, una clase pobre y una clase pobre indigente. Al solicitarles que expliquen lo que dibujaron, la coincidencia es unánime, abrumadora, acongojante. La mayor cantidad de escalones tiene la intención manifiesta de resaltar y señalar un gran proceso de degradación, una transformación para peor, un descenso generalizado, una pérdida, un dolor.
La nueva sociedad patchwork
Un patchwork es algo compuesto de partes diversas o incongruentes, una mezcolanza, algo hecho de trozos, de parches, que se construyó con restos de otra cosa, una tela que nació al coser entre sí varios pequeños fragmentos de otras telas, una especie de collage o miscelánea, una melange, un popurrí. La tradición de construir este tipo de piezas es muy antigua. Hay registros históricos que las datan en 3500 años antes de Cristo. Las usaban los egipcios y también los chinos. El hombre siempre se las ingenió para aprovechar lo que tenía y con eso diseñar algo que le resultara útil. En algunos casos, bello. En otros, meramente funcional.
Esta es la sociedad argentina que tenemos hoy: una sociedad patchwork. hecha de pequeños pedazos, de fragmentos, de retazos, de lo que quedó después de un extenso ciclo de sucesivas caídas y del bombardeo final de 2020 a la actualidad. Donde conviven y contrastan, en la superficie y a la vista de todos, la energía y la vibración ascendentes de Tini, Colapinto y Bizarrap, entre tantos otros casos, con las oscuras fuerzas del empobrecimiento, la miseria y la degradación.
La batalla final se está librando en los recovecos subterráneos del imaginario colectivo. Allí ese ADN de clase media que tan bien describió Mafalda, que temía hacia abajo, pero miraba y soñaba hacia arriba, se enfrenta ahora en una lucha sin cuartel con el vigoroso gen de la pobreza que todo lo tiñe, lo opaca y lo aplasta.
El pasado y el presente están claros. El futuro, no.