Una ofensiva envalentonada para discutir en el terreno que más le molesta a Cristina Kirchner
La victoria electoral desató en la oposición una línea de conducta que se profundizó con la crisis política del Gobierno. Sus dirigentes se definen en un estado de satisfacción, cautela y responsabilidad que mantendrán por dos meses. De ese espíritu germinó una idea defensiva, otra ofensiva y la convicción de que la economía entrará en una insoportable etapa de efervescencia en los próximos meses. Es por eso que sus dirigentes buscan evitar una foto, memorizar varios números y sobrellevar una explosión.
El martes pasado fue un día importante de cara al futuro. Los socios de Juntos por el Cambio aceptaron un compromiso para resistir cualquier intento de encantamiento kirchnerista. Lo escribieron en el penúltimo párrafo del documento que hizo su mesa nacional, donde aclaran que el ámbito para los acuerdos políticos es el Congreso. En otros términos: no habrá foto con la oposición en la Casa Rosada si al Gobierno se le ocurre pedirla.
El pronunciamiento fue un pedido expreso e insistente de Elisa Carrió gestionado por Maximiliano Ferraro, presidente de la Coalición Cívica. Pero estuvieron de acuerdo otros dirigentes, como Patricia Bullrich, preocupada por las posiciones más dialoguistas de su propio partido.
La titular del PRO fue más lejos y planteó abiertamente esa inquietud en conversaciones privadas con el ala de Horacio Rodríguez Larreta. Le contestaron que las diferencias entre halcones y palomas estaban saldadas porque ambas posturas habían ido “convergiendo”.
Carrió, Bullrich y otros dirigentes temen que se reedite después de noviembre una jugada del kirchnerismo que en el pasado les deparó fatídicas consecuencias políticas. La bautizaron “el abrazo del oso”.
En julio de 2009, el denominado Acuerdo Cívico y Social fue a dialogar a la Casa Rosada por invitación de Florencio Randazzo. La imagen detonó la comunión entre sus socios.
Muchas de aquellas viejas figuras forman hoy parte de la alianza opositora, son memoriosos y tienen el objetivo de evitar el mismo traspié. Es el acuerdo de no acordar y surge de una convicción: el deterioro de la situación económica llevará a que el Gobierno busque un sostén político más amplio que el de sus propios socios.
La defensa ante la amenaza potencial encierra, también, una ofensiva que se instrumentará desde los números. Los legisladores opositores esperan la visita de Martín Guzmán al Congreso para presentar el presupuesto. Le propondrán algo parecido a una interpelación, con preguntas sobre cómo reducirá el endeudamiento, de qué manera bajará el déficit fiscal y qué hará para terminar con la inflación. Toda una provocación en este contexto donde la vicepresidenta Cristina Kirchner reclamó reorientar el Gobierno para el lado contrario.
Aunque tiene menos visibilidad que el cumpleaños de Fabiola Yañez, la Pfizer y la cuarentena, la economía parece haber aportado varios metros cuadrados al suelo pedregoso que hizo tropezar al Frente de Todos en los últimos comicios. Es una evidencia documentada en los libros que se manifiesta en una planilla de cálculo: salvo en 1995, cuando el aterrizaje de la actividad quedaba disimulado por los beneficios de la convertibilidad, las crisis económicas las pagan los oficialismos.
Raúl Alfonsín, Mauricio Macri y la propia Cristina Kirchner son testigos de esas correlaciones. Del otro lado, como dice el analista Jorge Giacobbe, la sociedad digirió que Carlos Menem sobrepasara los límites de velocidad camino a Pinamar en la Ferrari que le había regalado un empresario interesado en adjudicarse una concesión pública. La creencia es que la tranquilidad de los bolsillos puede moderar la indignación general.
El crecimiento a tasas chinas de Néstor Kirchner creó la idea de prosperidad de la que sus seguidores políticos sacaron rédito electoral, con altibajos, hasta ahora. La pólvora de esa bala de plata puede haberse mojado. En parte, porque hace tiempo que no revalida sus resultados.
Los años felices que Cristina Kirchner sitúa en 2015, en realidad, nacieron en 2003 y llegaron, como máximo, hasta 2010. La última gestión de la vicepresidenta tuvo resultados económicos malos. Por el propio paso del tiempo, cada vez menos gente asocia al kirchnerismo con la abundancia de su época dorada.
Economistas y opositores creen que las medidas para dar vuelta la elección terminarán por darle al oficialismo un golpe aún más duro en el futuro. La impresión de billetes que se haga con la intención de mejorar la situación de los que fueron golpeados por la crisis terminará absorbida por la inflación. Pero no hacerlo implicaría una convivencia imposible entre los ya desgastados componentes del Frente de Todos.
Es parte de lo que intuyen Larreta, Bullrich, Alfredo Cornejo (UCR) y Mauricio Macri. Creen que en los próximos comicios el Gobierno sacará más votos, pero ellos también, a tal punto de que intentarán estirar la ventaja de las PASO. Sus diagnósticos no son muy distintos al que se le escuchó días atrás a la oficialista Fernanda Vallejos y deslizó Cristina Kirchner: el fracaso económico del Frente de Todos erosionaría su representación a medida que se profundice.
Nadie puede anticipar mejor que Mauricio Macri los desafíos que tienen por delante Alberto Fernández. Los fantasmas que acecharon al expresidente, sin embargo, asustaban menos que los que sobrevuelan a la gestión actual.
Macri había ganado las elecciones de medio término en 2017 en un país que crecía. La crisis del dólar que marcó su destino se instaló recién al año siguiente, y el declive se aceleró en agosto de 2019, cuatro meses antes de dejar el poder. El camino sinuoso que se le abre ahora a la Casa Rosada, en cambio, es más largo y tiene una derrota en el kilómetro cero.
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