Una moneda posible para un país moderno
Se debe construir una nueva unidad sin inflación y con una tasa de interés real que haga posible el desenvolvimiento exitoso de la economía; el actual dólar tiene muchas incógnitas como para adoptarlo a largo plazo
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Desde hace 50 años la economía argentina tiene un pobre desempeño. Puede estimarse que su PBI per cápita podría ser un 50% mayor del actual y, de ser así, muchos de los actuales problemas que enfrentamos se habría resuelto, o, al menos, mitigado significativamente.
Analizar los motivos del fracaso y encontrar las soluciones para superarlos debería ser el objetivo central del próximo Gobierno. Una de las soluciones propuestas, la dolarización, no es en mi opinión una buena idea por lo motivos que expondré, pero es indudable que no podemos convivir con estos niveles de inflación. Necesitamos una moneda estable.
Sin embargo, el fenómeno inflacionario es muy significativo y es la consecuencia de otros problemas macroeconómicos que son previos al desajuste dinerario. Durante estos últimos 50 años muchas veces los programas económicos intentaron resolver, a través de la política monetaria, el problema económico argentino, pero fracasaron en todos los intentos. No dudo de que si se hubieran inspirado en el pensamiento de excepcionales políticos-economistas del siglo XIX, como Carlos Pellegrini y Mariano Fragueiro, los resultados hubieran sido distintos.
Se necesita un cambio en el enfoque y concentrarse en tres aspectos básicos para luego avanzar con el equilibrio monetario. El primero es la libertad económica, para destrabar la capacidad productiva argentina, hoy con nuevas e increíbles posibilidades de crecimiento. El segundo es la solidez fiscal, sin déficit desde el primer día. Y el tercero, un esquema cambiario adecuado a las circunstancias actuales.
La dolarización no es una buena idea. Los motivos son varios. Supone perder la soberanía monetaria, un atributo básico para poder llevar adelante la política económica. El hecho de que hoy tengamos una mala moneda, el peso, no supone que estemos condenados a esa situación. Quizás muchos argentinos, sobre todo los mas jóvenes, no sepan que desde 1899 a 1943 la Argentina tuvo la menor inflación del mundo.
Además, no tenemos los dólares necesarios para recuperar los pesos y cancelar algunos otros pasivos monetarios del Banco Central (BCRA), con una paridad relacionada con el promedio histórico. Si se hiciera a una relación de cambio muy alta, sin que tenga ninguna importancia que pueda ser un valor de mercado circunstancial, no solo sería un gran desfalco a los que tienen en términos de ingresos y patrimonios mayores porcentajes en saldos monetarios (los asalariados y los pobres), sino que, como las tenencias en billetes dólares de los argentinos son muy altas, enfrentaríamos en los primeros meses una alta inflación.
También es erróneo decir que no puede haber inflación en dólares; por el contrario, la información la brinda el gobierno americano todos los meses, y en los últimos tres años fue del 20% acumulado.
La idea de tomar una cifra importante de deuda del orden de US$30.000 o US$40.000 millones para hacer posible la dolarización no es positiva. El hecho de dar en garantía bonos y notas del Tesoro que están en el activo del Banco Central no supone que no sea una nueva deuda, en este caso del BCRA, porque tendrá que pagar una alta tasa de interés flotante, que supondrá un costo del orden del 1% del PBI, anualmente.
Actualmente, la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) ha aumentado significativamente la tasa de referencia, al rango de 5,25% a 5,50%, para combatir la inflación americana. Cuesta pensar que la tasa argentina con la dolarización tuviera un piso menor al 10% anual y más del 15% para las pymes y los créditos para la vivienda, absolutamente impagable.
También hace imposible la contratación de obra pública a través de los privados. Se fabricaría un escenario de recesión y desempleo semejante al de diciembre de 2001.
Hay que considerar que, por varias circunstancias que superan lógicamente el objetivo del articulo, en los últimos años Estados Unidos ha tenido y tiene una débil situación fiscal que puede sintetizarse en las siguientes cifras. Durante los ejercicios fiscales de 2020 a 2022, el déficit fue del orden del 30% del PBI y, sumando el ejercicio que termina el 30 de setiembre de 2023, el déficit acumulado de los cuatro años va a superar el 35% del PBI americano.
Tampoco la situación bancaria parece ser estable. En los primeros meses de 2023 quebraron cuatro importantes bancos americanos (el Silicon Valley Bank, el Signature Bank, el Silvergate Bank y el First Republic Bank), con un activo conjunto de mas de US$500.000 millones.
A diferencia de la crisis de 2008, las quiebras no se produjeron por malos créditos a empresas o personas, sino por la caída del valor de sus activos financieros, principalmente bonos del Tesoro y otros títulos a largo plazo y tasa fija, que sufrieron una gran desvalorización ante el importante aumento durante 2023 de la tasa de referencia.
Un reciente articulo de John Pinder en el Financial Times advierte una situación gravísima en el balance de la Fed, que se origina en el programa de compra de activos en los últimos años y su posterior desvalorización por el aumento de la tasa. Las pérdidas al 31 de marzo de 2023, no expuestas en el balance, si se hubieran reflejado sus tenencias a precio de mercado, como aconsejaría una sana contabilidad, seria de US$911.000 millones, casi 22 veces su capital de US$42.000 millones. Nada hace pensar que en los próximos años el déficit de Estados Unidos sea menor al 4% anual y su inflación menor al 4% anual.
El actual dólar tiene muchas incógnitas como para adoptarlo como una moneda con fortaleza en el largo plazo, más bien se asemeja a la situación de la libra esterlina después de la crisis de 1929. Tenemos que construir una moneda sin inflación y con una tasa de interés real que haga posible el desenvolvimiento exitoso de la economía argentina.
Pero, ¿cómo construir una nueva moneda que reemplace el peso y que sea estable en el tiempo? Un aspecto indispensable es el compromiso legislativo respecto al déficit cero, que debe mantenerse a lo largo de los años.
Creo que hay que sustituir el peso por un nuevo signo monetario. El reemplazo tiene antecedentes históricos muy sólidos y está de acuerdo con el concepto del dinero de los grandes economistas del siglo XX. Un primer antecedente es el de Alemania de fines de 1923, cuando el país tenía una hiperinflación descomunal. El 20 de noviembre de 1923, el dólar cotizaba a 4,2 billones de marcos. Se decidió modificar el signo monetario por uno nuevo, el rentenbank, garantizado por propiedades del Gobierno y deuda hipotecarias de empresas alemanas, con un monto de emisión fija de 3200 millones de marcos oro (equivalente a 160 millones de libras esterlinas). El monto del circulante en la Argentina en esa época era equivalente a 110 millones de libras.
El nuevo rentenbank se cambió en relación de uno a un billón de marcos, con el compromiso de que no se iba a emitir más y se iban a estabilizar las finanzas públicas, lo que se logró a los 60 días. Se produjo un milagro y la economía alemana recupero su funcionamiento normal a pesar de que las condiciones políticas, sociales y económicas eran infinitamente peores a lo que son hoy las nuestras (ver Cuando muere el dinero, de A. Fergusson, cap. XIII)
El segundo antecedente ocurrió en la Argentina en 1899, cuando se aprobó la Ley de Conversión (Ley 3871), un sistema de respaldo marginal del 100%, con una tasa de cambio de 0,44 peso oro a 1 peso papel. Al iniciarse el esquema, la Caja de Conversión no poseía oro y, al finalizar el año 1928, el oro de su propiedad alcanzaba los 125 millones de libras esterlinas, solamente por debajo de las existencias de Estados Unidos y Francia, y equivalentes a las de Gran Bretaña y Alemania y muy por encima del resto de los países. Suponían el 6% de las existencias de oro en bancos centrales y tesoros del mundo, mientras la población argentina era el 0,5% de la población mundial (Tratado del dinero, J. M. Keynes, 1930, pág. 368).
En 1900, la moneda de circulación era de 295 millones de pesos y la existencia de oro en la Caja de Conversión, cero. Al iniciarse 1929, la circulación era de 1406 millones de pesos y el stock de oro, 1113 millones de pesos, equivalentes a 489 millones de pesos oro, casi 800 Tns de oro, hoy unos US$50.000 millones de dólares, con una población que no llegaba a los 10 millones de habitantes.
La República Argentina, dueña de la Caja de Conversión, había comprado 800 Tns de oro con la emisión de 1113 millones de pesos papel, cuyo costo de emisión había sido prácticamente cero. El milagro, repetible, lo había producido el crecimiento de la economía argentina y la necesidad de moneda que este crecimiento exigía. Por supuesto, para lograr el resultado, el cumplimiento de la regla monetaria había sido casi impecable.
Se cerraba un ciclo de exitosas políticas económicas, con crecimiento y sin inflación. La llave fue la prudencia y el conservadorismo con que se manejó la política monetaria y el permanente esfuerzo de los gobiernos por lograr solidez en las finanzas públicas contando con la confianza de los mercados de capitales, tanto internos como externos.
Hoy, la Argentina tiene la posibilidad, aprendiendo de las enseñanzas de esta experiencia, de poner en funcionamiento un nuevo signo monetario, dentro del Art 75, incisos 6 y 11 de la Constitución Nacional, el nuevo argentino, siempre que se cumpla con el equilibrio fiscal y las reglas monetarias que supone. Se crea un nuevo organismo, el OERA (Organismo Emisor de la República Argentina) propiedad de la Nación, y que reemplaza al BCRA como entidad emisora.
En el Balance del inicio del OERA, tendrá en el activo las acciones de Energías Hidroeléctricas SAU (propietaria de 22 centrales hidroeléctricas) y el oro actual del BCRA (del orden de las 60 Tns). En el pasivo tendrá la emisión monetaria del nuevo argentino, por un monto equivalente a US$60.000 millones de equilibrio multilateral por 1,15. Esta cifra se usará para cancelar toda la base monetaria en pesos (equivalente a unos US$30.000 millones) y rescatar el equivalente de US$20.000 millones de Leliq. A cambio de esto, el BCRA traspasará el oro al nuevo organismo y US$30.000 millones en Letras del Tesoro, que se cancelarían. La diferencia incrementará el patrimonio neto del BCRA, que mejorará mucho su situación patrimonial y disminuirá la deuda externa pública en un 15%.
Los ingresos del nuevo organismo (OERA) serían:
a) Un impuesto adicional a todas las importaciones, sin excepciones del 3%, que se utilizará únicamente para adquirir oro en lingotes en el exterior y que se depositarán en custodia en el Tesoro del BCRA.
b) El valor de las utilidades generadas por las acciones. Enarsa deberá pagar por la energía generada al valor promedio que paga por el resto de la energía, se utilizará únicamente para comprar oro que se produzca en el país, y, después que adquiera calidad bancaria, se depositará en el BCRA en custodia.
La compra de oro por ambos conceptos continuará hasta que el OERA sea propietario de 1000 Tns en lingotes (un plazo entre 10 y 13 años estimativo). El nuevo argentino será una moneda solidísima.
La emisión se incrementará, anualmente, en función del crecimiento del PBI del país. Se pondrá en circulación a través de la compra de oro producido internamente.
El organismo OERA no venderá oro contra el nuevo argentino ni estará obligado a comprar oro con el nuevo argentino, excepto por el motivo mencionado en el párrafo anterior.
Los gastos del organismo serán solventados por el Gobierno Nacional.
En la fecha que establezca el Congreso de la Nación, al aprobarse por Ley el nuevo organismo y la nueva moneda, se cambiarán los actuales pesos por el nuevo argentino, valuados de acuerdo al dólar multilateral de equilibrio por 1,15. Lo mismo sucederá con todos los valores en pesos a esa fecha, que se convertirá en la nueva moneda.
Sería muy importante que antes de la aprobación de esta ley, el Congreso Nacional apruebe la ley de equilibrio fiscal intertemporal. Pero se cometería un gran error si se supusiera que la economía argentina se soluciona simplemente con un nuevo orden monetario y un ajuste fiscal. Estos son prerrequisitos.
Se necesita, como hubiera dicho Pellegrini, poner a trabajar todos los recursos humanos y económicos para maximizar el producto, con especial énfasis en las exportaciones y generando un verdadero boom económico en el interior. Provincias que desde la época de la independencia vienen sufriendo un progresivo deterioro hoy tienen enormes posibilidades en los mercados externos y, si analizamos el tema en detalle, veremos que no hay una sola jurisdicción que no tenga hoy oportunidades vinculándose al mundo.
Para lograrlo es indispensable dejar atrás cinco décadas de atraso cambiario (con excepción del período 2002-2007) y mantener un dólar comercial equivalente al 1,15 al tipo de cambio de equilibrio multilateral (aproximadamente $450 por unidad) y ajustado diariamente por el índice de precios al consumidor. El objetivo es lograr un superávit comercial del 4% del PBI.
Para todo el resto de las operaciones, un mercado totalmente libre, donde se negocien las operaciones no vinculadas a bienes y donde las personas y empresas puedan comprar y vender sin ninguna limitación.
Considerando que la larga historia inflacionaria ha llevado a los argentinos a usar el dólar como depósito de valor y unidad de cuenta, debe mantenerse esta posibilidad a futuro, sin pretender cambiar esta preferencia. Le corresponderá, en el tiempo, al nuevo argentino ganarse la confianza de las personas.
El BCRA venderá regularmente en el mercado libre el excedente entre exportaciones e importaciones de bienes y el resultado monetario positivo será un ingreso del tesoro en concepto de ganancias de cambio. Este accionar no solo asegurará la solidez fiscal, sino que disminuirá la brecha entre las cotizaciones de ambos mercados, que irá desapareciendo. En la medida que se achique o desaparezca la diferencia disminuirá el monto de la ganancia de cambio, pero el Tesoro tendrá una significativa recuperación por los ingresos vinculados al comercio exterior.
El BCRA seguirá funcionando normalmente, excepto que no emitirá moneda, con un balance muy sólido. Una de las grandes ventajas de la situación actual es que el sector financiero no tiene problemas y los sistemas de pago, con la incorporación de los esquemas electrónicos, funcionan con eficiencia, totalmente diferente a lo que sucedió en los últimos 50 años, cuando las crisis bancarias tuvieron fuerte repercusión en la economía nacional.
Debe evitarse, a toda costa, que desmejoren los parámetros patrimoniales de las entidades, donde la importancia del Banco Nación, el Banco Provincia de Buenos Aires y el Banco Ciudad suponen un porcentaje significativo del mercado. Cualquier problema patrimonial y/o estructural en estos bancos deben solucionarse durante 2024. Nunca será suficientemente prudente la conducta respecto a la solvencia de los bancos en un esquema monetario como el que se propone.
Dejar atrás la decadencia económica de la Argentina supone un importante acuerdo político, que no es materia de los economistas. Uno de los grandes economistas del siglo XX, Ludwing von Mises (1881-1973), en su monumental obra La acción humana, escribió: “La economía, desde luego, es una ciencia teórica que, como tal, se abstiene de formular normas de conducta. La misión no consiste en señalar a los hombres cuáles metas deben proponerse. Es una ciencia que se refiere a los medios idóneos para alcanzar objetivos predeterminados; no es ciertamente una teoría que indique los fines a perseguir”. Por este motivo es tan importante la reflexión sobre los últimos 50 años. Sin un buen diagnóstico, no vamos a tener una buena solución, y hoy parece que se quiere poner el carro delante de caballos. Se necesita un acuerdo explícito que se plasme en un documento y que esté aprobado por una importante mayoría en el Congreso. Y un punto fundamental del acuerdo es el equilibrio fiscal; sin ese acuerdo es probable que continuemos con un mediocre desempeño económico.
El padre de la administración de empresas y seguramente el economista que tuvo la mayor influencia en la construcción del mundo económico actual, Peter Drucker, escribió en los finales del siglo XX: “Nunca antes se ha necesitado más un gobierno fuerte, eficaz, verdaderamente capaz, que en este mundo tan peligroso. El gobierno no es simplemente un gasto para la economía. El gobierno eficaz es un requisito previo para el crecimiento social y económico”. La globalización y la conciencia de que hay determinados temas que incumben a todos los habitantes del planeta hacen más cierta la aseveración de Drucker.
La moneda y la política monetaria son indispensables para el desarrollo. Dejarlas de lado y anularlas por no poder recrear algo en lo que el país fue un ejemplo mundial no parece una buena idea. La dolarización es un esquema vetusto y caro. Es hora de que los argentinos inspirados en nuestra historia y con un renovado y sano amor propio actuemos con madurez.
El autor es economista, fue vicepresidente del Banco Nación y es profesor en la UCA
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