Una mesa de negociación que se llenó de intereses subjetivos
Después de dejar impago el vencimiento del viernes, el Gobierno y los bonistas, frente a la oportunidad final
La negociación de la deuda empezó ayer. Si fuese una partida de cartas, terminaron de orejear. El primer dato objetivo es que ninguno es lo que fue cuando repartieron las barajas.
Uno, los negociadores de la Argentina, está en cesación de pagos y sabe que en cuanto se caliente la partida los contrincantes pueden avanzar en el proceso para que el default sea efectivo. El otro, los bonistas, perdió gran parte de sus expectativas iniciales para formar un pago más jugoso producto de una economía global que se rompió en pedazos. "Lo que pasa es que en la negociación hay mucha más subjetividad que, por ejemplo, en 2005", cuenta un negociador de una de las partes que estuvo en las dos reestructuraciones de deuda.
En aquel momento, el default estaba sobre la mesa desde hacía varios años y, gracias a los precios de las commodities, la balanza comercial mostraba superávit. Los dólares venían como nunca y, sumados a un gasto público que crecía menos que la recaudación, producto de los efectos de la devaluación de 2002, la economía florecía. "Éramos un mal ejemplo exitoso", resumía. Ya nadie podía asustar a la Argentina con el cuco de salirse del mundo: la alquimia de la economía mundial le tendió una mano al país, y si bien estaba en default, era exitoso. No podía seguir en ese lugar de desobediente y exitoso. El mandato implícito a los bonistas era arreglar.
Pero no era todo. La discusión era por la quita de capital, y allí había más números concretos. Se paga lo que se paga, se acepta o no, pero no hay subjetividades. Ahora se discute sobre la famosa tasa de descuento, que no es más ni menos que un parámetro subjetivo que impactará sobre el rendimiento futuro del nuevo papel. Es decir, se discute sobre cupones y tasas. Y allí las posturas son más emocionales.
Ahora bien, ¿por qué ingresa la emocionalidad en cuestiones de dinero? Por dos razones, cuentan de un lado y del otro del mostrador. Por un lado, porque gran parte de estos bonistas ingresaron al país atraídos por una Argentina distinta, predecible, integrada al mundo y camino a lo que el mercado llama racionalidad económica. Ese fue el paquete de oferta que llevó el entonces presidente Mauricio Macri al los financistas y eso fue lo que se compró. Esos bonistas ya no quieren quedarse en el país; sienten que la promesa se desvaneció demasiado rápido.
La segunda razón tiene que ver con una emocionalidad distinta. Hay muchos fondos que ligan los bonus de sus managers a los rendimientos de sus carteras. En este caso, el Gobierno le dice algo así como "la tuya está" al dueño del paquete de bonos, es decir, al fondo. De hecho, prácticamente no hay quita, ya que pagará el 95% del capital.
Pero claro, se mete con el rendimiento de ese capital, que en la jerga se llama interés o cupones. Y como se dijo, eso impacta en los bolsillos de los ejecutivos del fondo. El punto es que los negociadores argentinos se sientan a la mesa con estos últimos, con los "afectados por el canje".
Empezó la negociación final sobre cuatro vértices: el nivel de quita del capital, el cupón, los plazos finales de vencimiento y el tiempo de gracia. Dentro de este esquema, sobresalen dos que pueden cambiar la postura final: el vacío hasta 2023 sin ningún pago y el cupón de interés. Cambiar un número vale millones. Y todos los que están en la mesa lo saben.
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