Una “détente” para que el proceso de reformas sea sustentable
Para poder aplicar esta política, hay que priorizar: ceder algunas luchas para poder ganar otras, las más importantes
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Muchos, incluyendo cantidad de inversores extranjeros que están de paso por el país estas semanas, se preguntan qué se puede esperar para la economía argentina en los próximos años. En medio de tanto ruido político y de tanta volatilidad financiera y económica, muchas veces es fácil que los árboles no nos dejen ver el bosque. En estos momentos es necesario, entonces, apelar a las intuiciones básicas, para luego entrar en detalles.
La intuición general es, en mi opinión, clara: un país que logra equilibrar sus cuentas fiscales, reducir su gasto público y sus impuestos, cimentar los derechos de propiedad y desregular y flexibilizar su economía no tiene otro camino que el de un crecimiento acelerado con una baja inflación. Se disparará un círculo virtuoso como el de los 90. La reducción del déficit fiscal no solo pulverizará la inflación, sino que también bajará el riesgo país y, con ello, el costo de capital para todo el sector privado. Con menor inflación y presión impositiva, con costos de capital y laboral más bajos y con menos impedimentos para innovar y contratar, la inversión y el empleo crecerán. Al inicio lo harán los sectores con mayores ventajas comparativas, como el agro, el petróleo y la minería, entre otros. Luego, y dependiendo de otros factores como el nivel de inserción internacional, la educación, la inversión en investigación y desarrollo y la infraestructura.
Las preguntas más importantes son, entonces, si el actual gobierno llegará a implementar dichas reformas de forma adecuada y cuán duraderas serán en caso de que lo logre. Dejaré esta última e importante pregunta para otro momento y me concentraré en la más inmediata. ¿Logrará el presidente Javier Milei implementar su programa de reformas? ¿O será expulsado por el sistema político, o por el rechazo de la población? ¿Qué parte de las reformas logrará llevar a cabo? Y para responder estas preguntas los detalles importan.
Hay dos pruebas que deberá enfrentar el Gobierno. La primera prueba es la sustentabilidad política. Por más que asegure que no necesita del Congreso, sabemos que esto no es cierto. El ajuste fiscal se revertirá pronto si no se cuenta con una nueva fórmula previsional. También necesita del Congreso para aprobar muchas de los cambios estructurales. Más allá de las formalidades, la aprobación de leyes será vista como un sello de que las reformas tienen algo de sustento político (por más que en la Argentina esto es solo parcialmente cierto, ya que el Congreso muchas veces da vuelta leyes en poco tiempo).
La pregunta es entonces si el Gobierno tendrá éxito en este segundo intento por hacer aprobar la ley ómnibus. Todavía no queda claro cuál será la estrategia legislativa, si será enviada nuevamente como un gran paquete, incluyendo la parte fiscal, o si lo hará en partes. Mucho menos se sabe sobre una variable clave: hasta dónde estará dispuesto a negociar Milei partes de la ley. En un post en la red X, el vocero Manuel Adorni reprodujo una especie de diagrama de Teoría de los Juegos, en el cual Milei, de puño y letra, ponía en blanco y negro la estrategia de negociación con el Congreso. En cada nodo de decisión, lo que se veía era que o se aprobaban sus iniciativas o había conflicto. Si bien el Gobierno ofreció un paquete de alivio fiscal a las provincias como parte del acuerdo, no queda claro hasta dónde está dispuesto a negociar partes del paquete. ¿Es un todo o nada?
Quizás el Gobierno pueda tomar prestado un importante concepto del recientemente fallecido exsecretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger. En el apogeo de su influencia durante los 60 y los 70, implementó una política llamada détente para manejar la relación con la Unión Soviética (USSR). Détente no es apaciguamiento, como implementaron los aliados con Hitler antes de la Segunda Guerra Mundial. O, puesto en el plano local, como intentó Mauricio Macri con gobernadores, sindicatos, empresarios y movimientos sociales durante su presidencia. Détente tampoco es agresión, como la que Kissinger creía había llevado a la Primera Guerra Mundial, o la que podría llevar a una confrontación nuclear con la USRR. O, volviendo al plano local, como la que prevalece entre Milei y el Congreso y los gobernadores.
Détente es, puesta en palabras de Kissinger, “tanto la disuasión como la coexistencia, tanto la contención como el esfuerzo por relajar las tensiones”. Para poder implementar una política de détente, hay que priorizar. Ceder algunas luchas para poder ganar otras, las más importantes. Kissinger pensó que era la política más adecuada dado el estado de la economía norteamericana (estanflación) y de la opinión pública a inicios de los 70. Así, ganó tiempo para que, con el fortalecimiento de la economía, el balance de fuerzas se vuelva a favor de EE.UU. en los 80. La analogía con la posición de Milei se cae de maduro.
Para poder priorizar, el Gobierno tiene que saber qué piezas de la legislación son indispensable y cuáles puede sacrificar. Esto lleva a otro debate, presente en todos los intentos de estabilización, que es el secuenciamiento óptimo de las reformas. ¿Qué va primero y que puede ir después? La prioridad la tienen, en mi opinión, la reforma de la fórmula de indexación de las jubilaciones y la delegación de poderes para achicar el gasto público superfluo, para darle firmeza temporal al programa fiscal, una reforma laboral que permita crear empleo de calidad, y seguir con la desregulación de la economía. La toga para los jueces y otras cuestiones seguro puedan esperar.
Un nuevo fracaso en aprobar la ley sería una muy mala señal y escalaría el conflicto con los gobernadores. La opción nuclear, en la que todos perderíamos, sería que los gobernadores hasta logren rechazar el DNU de diciembre.
La segunda prueba que enfrenta la sustentabilidad del programa es económica. El actual plan de licuación de pasivos del Banco Central le está permitiendo disminuir rápidamente el peso de los pases pasivos (sucesores de las Leliq) en términos del PBI y acumular fuertemente reservas internacionales, todo con una inflación mucho menor que la esperada. El costo, sin embargo, es una recesión sin precedentes desde 2002. Luego de una caída del 1,6% en noviembre y del 3,1% en diciembre, la economía se encamina a registrar nuevas contracciones en enero y febrero. Los salarios reales de los trabajadores registrados cayeron 5% mensual y 22% interanual en enero. Los datos parciales que comienzan a aparecer del mes pasado son también muy alarmantes: los despachos de cemento cayeron un récord de 23,8% interanual y las ventas minoristas de pymes, un 25,5% interanual. El problema que se agrega ahora es que, con la demanda tan baja por tantos meses seguidos, seguramente empiece la temporada de despidos. La tasa de desempleo tendrá un aumento importante.
Es importante entonces pasar rápidamente a un programa de estabilización propiamente dicho, que no intente hacer que caiga la demanda de dinero, sino que aumente. Junto al levantamiento del cepo y la mayor certidumbre sobre el esquema monetario y cambiario, permitirá que la economía vuelva a crecer.
El debate del nuevo esquema monetario traerá aparejado un debate cambiario. Desde el Gobierno parecen sugerir que este tipo de cambio real (ajustado por inflación) es adecuado; que no hay que compararlo con años anteriores, dado que hay un cambio de régimen. Sin embargo, incluso con tasas de inflación mucho más bajas de las que pronostica el consenso, pronto tendremos precios en dólares del menemismo, pero una productividad del kirchnerismo. Algo no cierra. Además, todo sugiere que para que el país acumule reservas y permita transformar a su industria para competir exitosamente, se requiere un período prolongado de tipo de cambio alto, como el caso de Chile en los 80 y parte de los 90.
El Gobierno piensa que el tiempo juega a su favor, porque tiene superávit fiscal mientras las provincias están en déficit. Pero esto es una quimera. Otro gran estratega norteamericano, el general George Washington, da la clave. Washington luchaba con el ejército inglés, que enfrentaba serios problemas logísticos al estar océano Atlántico de por medio de su base, con la precariedad propia del siglo XVIII. Sabía que solo debía preservar al Ejército Continental para ganar la guerra. Los gobernadores saben que, si aguantan la estocada un tiempo suficiente, la recesión se va a ir comiendo la popularidad de Milei.
Urge, entonces, al Gobierno abrir un proceso de détente político, priorizando unas reformas sobre otras, e implementar un plan de estabilización que permita volver a crecer. Una vez que vuelva el crecimiento y siga bajando la inflación, podrá avanzar con más cambios estructurales. La détente habrá triunfado.
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