Una coyuntura difícil y con final abierto
La economía argentina se está enfriando a pasos acelerados con riesgo de entrar en recesión. La confianza del consumidor se derrumbó, la construcción está parada por la falta de dólares, muchos sectores no pueden aumentar la producción por falta de insumos importados, el riesgo país ha llegado a niveles astronómicos (el más alto entre los países emergentes), lo que ha llevado a una parálisis de la inversión y no parece que el mundo nos pueda sacar del pozo en el que estamos entrando.
En este contexto, la suba del tipo de cambio paralelo ha sido la frutilla del postre. Una brecha cambiaria del 30% indica que hay problemas, y muchas veces en el pasado precedió turbulencias macroeconómicas serias.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿estamos al borde de otra de las grandes crisis argentinas o tal vez en la antesala de otro Rodrigazo? En general, las grandes crisis macroeconómicas argentinas ocurrieron en momentos en que hubo un gran deterioro en el escenario externo, que se combinó con vulnerabilidades importantes en algunos stocks en la economía local. Todo indica que este no es el caso hoy.
A pesar de que la situación económica internacional se ha deteriorado, especialmente debido a la crisis en Europa, el escenario externo no es tan adverso. Los precios de la soja y de otras exportaciones siguen altos, los países emergentes mantienen buenas tasas de crecimiento y las tasas de interés en el mundo siguen muy bajas. Sin ir más lejos, los bonos a 10 años en dólares de Brasil o Perú rinden menos del 4% anual.
Las crisis de deuda y cambiarias que sufrió la Argentina en 1982 y en 2001 fueron en gran parte crisis regionales en las que las tasas de interés de Estados Unidos eran muy altas, el dólar estaba muy fuerte en el mundo y los precios de las commodities eran muy bajos. Hoy no hay viento de cola, pero tampoco viento de proa.
A mediados de 2001 era claro que la megacrisis era inevitable; hoy tenemos una situación complicada pero con final abierto. El principal activo en esta coyuntura es que no hay problemas de stocks, que en general son los que gatillan las grandes crisis financieras. En otras palabras, la Argentina no tiene un problema de stock de deuda pública (ya que es sólo el 20% del PBI), tiene un buen stock de reservas internacionales para los próximos años a pesar de las señales de escasez que da el gobierno, mientras que el sistema bancario sigue gozando de buena salud.
Pero la Argentina sufre un problema de crecimiento y no tiene espacio para implementar políticas de estímulo económico tradicionales -llamadas keynesianas-, principalmente la monetaria y la fiscal.
La política monetaria expansiva, como la que llevó adelante Estados Unidos en respuesta a la crisis financiera de 2008, se basa en tasas de interés bajas. En la Argentina hay poco espacio para hacerlo, dado que las tasas ya son muy bajas comparadas con la tasa de inflación y si se tratara de bajarlas aún más, aumentado la oferta de pesos, existe el riesgo de que se dispare el tipo de cambio paralelo o de que haya mayor presión sobre los precios.
La alternativa sería un aumento en el gasto público o una reducción de impuestos que estimulen la demanda. El problema es que si bien el déficit fiscal es sólo del orden del 2,5% del PBI, que no parece elevado comparado con los países de América latina o europeos, lo cierto es que hoy es difícil de financiar porque la Argentina ha perdido acceso al mercado de capitales. La única fuente que existe es el Banco Central, lo que implica el riesgo de una mayor tasa de inflación.
Además, el problema de estas políticas contracíclicas es que son efectivas para estimular la demanda pero hoy el freno de la actividad económica está más vinculado con limitaciones del lado de la oferta.
¿Cuáles son las alternativas? Una podría ser aumentar la competitividad con una depreciación más rápida del peso, cosa que el Gobierno por razones que son difíciles de entender se resiste a llevar adelante.
Una segunda opción es levantar las restricciones a las importaciones para facilitar la entrada de insumos necesarios para la producción y de bienes de capital que favorezcan la inversión, ya que es cada vez más evidente que estas medidas están frenando el crecimiento.
Una tercera opción es tratar de bajar el riesgo país, que hoy está por encima de los 1000 puntos, el más alto entre los países emergentes. En la práctica esto implica que ni la Nación, ni las provincias, ni gran parte de las empresas pueden obtener financiamiento de largo plazo. Los números macroeconómicos de la Argentina no justifican un riesgo país tan alto, el problema son las señales confusas en temas como pesificación o controles cambiarios. Para bajarlo hay que buscar reinsertarse en la comunidad financiera internacional, lo cual parece poco probable.
La coyuntura es difícil, pero estamos lejos de otro Rodrigazo o de una crisis como la de 2001. Los déficits gemelos, la falta de competitividad cambiaria, la brecha del tipo de cambio paralelo, la elevada tasa de inflación y la pérdida de acceso al financiamiento externo implican que hay poco margen de maniobra en una economía que se frena. Lo positivo es que con un poco de sintonía fina, y otro poco de munición gruesa, se puede encontrar una salida. Esperemos que así sea, por el bien de todos... y todas.
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