Una convivencia sinuosa para enfrentar los próximos tres meses
Nuevas tensiones entre los socios del Frente de Todos a la economía; el Gobierno recibió reproches del FMI por sus decisiones para frenar la corrida y Massa destapó una olla a presión; mañana habrá anuncios importantes
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Una sensación de disgusto recorrió a Sergio Massa el domingo pasado. Ocurrió después de saber que Alberto Fernández le había dicho a Ámbito Financiero que el Gobierno trabajaba en un plan regional para frenar la inflación junto a países como México, Colombia y Cuba.
Massa le dedica la mayor parte de su tiempo a desarmar, sin éxito aún, el engranaje que conduce a la suba de precios. Se entiende, así, la molestia. Las palabras del Presidente lo golpearon en el punto que más le duele con una propuesta de características megalómanas. De todas maneras, nadie desde el gobierno de Manuel López Obrador, quien lidera la propuesta, le hizo llegar al ministro un documento con ideas escritas sobre el tema. Todavía lo está esperando.
En la sociedad del Frente de Todos, Alberto Fernández sigue siendo un tornillo que el resto de los fundadores no sabe dónde colocar. El Presidente profundiza esa sensación cada vez que muestra iniciativa. Hay más ejemplos. Según su interpretación, que hizo pública, una conversación que mantuvo días atrás con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, le permitirá al país relajar las metas de acumulación de reservas del Banco Central.
Horas antes, el entorno de Massa había dejado trascender a la prensa el mismo logro que ahora se arrogaba Fernández. Todo había comenzado, en realidad, una semana antes, en una mañana en el country.
Sábado 18 de febrero en Isla del Sol, donde vive el ministro. Massa reunió a su equipo a las 9 y los despidió a las 14. En el medio, se conformaron tres grupos. Uno se quedaría en Buenos Aires, el otro iría a Washington y el último partiría con él a la India para la reunión del G-20.
En Asia, al final de un pasillo que daba a un comedor repleto de celebridades políticas, se cerró parte del futuro cercano de la Argentina. Massa le dijo y le repitió a Georgieva sobre la dificultad del país para acumular dólares en un contexto de sequía. La convenció.
La titular del Fondo ocupó el papel de policía buena. Más dura con el ministro fue Gita Gopinath, molesta porque el país no avanza más rápido en los aumentos de tarifas de luz y gas.
La número dos de Georgieva no lograba comprender por qué una parte de la población con buen poder adquisitivo, según su pensamiento, no cubre el precio total de los servicios que consume, algo que golpea las cuentas nacionales y enciende la inflación.
Massa sabía que ese sería un punto de discusión. Por eso, hizo viajar desde Londres hasta Bengaluru a su secretaria de Energía, Flavia Royón. Es posible que la funcionaria haya puesto cara de piedra para explicarle a la dura Gopinath su versión: aún no está completo el registro para segmentar las tarifas (RASE), de manera que el Gobierno no puede avanzar en los ajustes que pide el Fondo.
Es una señal que anticipa lo que vendrá, tarde o temprano, para la clase media argentina, que a partir de este mes pagará más por el gas y, desde el próximo, por la luz.
El kirchnerismo ha convertido al Fondo Monetario Internacional en un león desdentado. Sin embargo, el organismo mezcla esa conducta con algunos reproches. El último tirón de orejas se debió a una jugada desesperada de Massa que despertó polémica.
Georgieva reclamó por el uso de reservas del Banco Central que hizo Economía para comprar deuda argentina con la intención de intervenir en los precios del dólar. Desde la mirada de Washington, es lo mismo que quemar plata.
Massa debió dar explicaciones. Respondió que tenía la obligación de parar la corrida. Con una mueca diplomática, Georgieva le pidió que ambas partes mejoraran la comunicación en el futuro.
Son las cosas que le molestan a Mauricio Macri. El expresidente se queja de que el FMI les permite a Alberto Fernández y a Cristina Kirchner hacer maniobras que a él le negaba, pese a que durante su gestión el país recibió un crédito millonario.
Anteayer se exhalaba alivio en Economía por las respuestas de Washington. Leonardo Madcur y Gabriel Rubinstein seguían trabajando los detalles con los técnicos, teniendo en cuenta supuestos que consideraban la eventual caída o el aumento de las exportaciones este año. Massa descarta que el Fondo lo autorizará a acumular menos reservas que las previstas. El anuncio se hará mañana.
La alianza con Washington es clave para soportar lo que viene. Massa deberá lidiar con una economía que está dejando de crecer, sin dólares, con amenazas permanentes de corridas contra el peso y la tensión en aumento dentro de su propio espacio político por la definición de candidaturas, que podrían resolverse en mayo. Serán tres meses inflamables.
Entre las negociaciones en la India y el Series, un informe diario de la autoridad monetaria casi desconocido para el gran público, surgió la última evidencia de algo que ya estaba confirmado. Massa se aferrará a cada dólar como náufrago a su última ración. Sobre esa convicción, el círculo rojo acaba de tomar una decisión.
Los empresarios asumen que el principal problema que tienen para producir no se resolverá en el poco tiempo que les queda en el poder a Alberto Fernández y a Cristina Kirchner. Más aún. Sospechan que la incapacidad para generar los dólares que necesita la economía perdurará por un largo período de la próxima gestión, presuntamente en manos de la oposición. Por eso, intentan resolver por su cuenta lo que el Gobierno no puede.
El tema se coló en una reunión que ocurrió el domingo pasado por la noche. Allí estaba Daniel Funes de Rioja, presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA) y promotor de que la Argentina cierre acuerdos con otros países para utilizar monedas propias, distintas al dólar, en los intercambios comerciales.
El edificio industrial de Avenida de Mayo se ha convertido en una clínica de paliativos, según lo autoperciben algunos de los empresarios más importantes. A tal punto, que institucionalizaron una parte de sus ideas de rescate en reuniones con Massa. Por caso, el ministro les dio el visto bueno a Funes y a su par uruguayo, Fernando Pache, para avanzar en la discusión para usar monedas locales entre ambos países. Es un experimento a pequeña escala que también se estudia con Brasil, pero la ambición del establishment local traspasa las fronteras del Mercosur.
Dinesh Bhatia es el embajador de la India en la Argentina. A su alrededor gira una de las últimas grandes apuestas privadas para alivianar, en el mediano plazo, la carga de vivir sin dólares.
Bhatia es conocido por ser un dinamizador del intercambio. No es poco. La India es el tercer socio comercial de la Argentina, de manera que un acuerdo con ese país para usar monedas propias al momento de pagar exportaciones e importaciones podría impactar en el Banco Central. Es el golpe de efecto con el que sueña el establishment, que también inició contactos con otras naciones.
Massa está al tanto de las gestiones y, al menos antes del momento de las definiciones, las acompaña. En cualquier caso, se trata de remedios para el mediano plazo. El presente, asumen, está perdido.
El ministro va de la preocupación a un optimismo que, según personas que suelen hablar con él, está muchas veces injustificado. Eso no los sorprende, porque es una característica de su personalidad. Les llama más la atención, en cambio, su poder para trasladar esa forma de ver el mundo a personajes que deberían ser más precavidos con respecto a los volcanes que alberga la economía argentina y podrían explotar en los próximos meses.
Luis Cubeddu parece haber sido alcanzado por parte de esos influjos. El economista jefe del Fondo Monetario Internacional pasó por Buenos Aires en diciembre pasado, le dio el visto bueno al trabajo del ministro y transmitió en distintos encuentros locales una cuota de confianza que no se ve en quienes trabajan todos los días en Buenos Aires.
En distintas reuniones, Cubeddu deslizó que, según sus números, el Frente de Todos está haciendo esfuerzos para ajustar el gasto y acumular reservas en el Banco Central, pese a sus dificultades.
Massa convirtió en latiguillo bilingüe su frase de cabecera. La dice en castellano (“estacionar el auto en el lugar correcto”), pero también en inglés (“put the car in the right place”). Es un razonable instinto de autoconservación política en medio del polvorín que continúa siendo el Gobierno.
Con su propia suerte atada a los próximos tres meses de la economía, y la suerte de la economía atada a su vez a las tensiones que le imponen los otros dos fundadores del Frente de Todos, el ministro está dispuesto a intervenir personalmente ante ciertos sobresaltos.
La última amenaza política a la precaria estabilidad ocurrió por la pelea del Presidente con el ministro del Interior, Eduardo De Pedro, cuando Lula visitó el país. El ministro de Economía habló por separado con Cristina Kirchner y con Alberto Fernández para que bajaran la tensión. Le hicieron caso.
La guerra cuerpo a cuerpo también se dará con la oposición, si bien en esa pelea llevará la lanza su principal soldado, Gabriel Rubinstein. La prueba piloto se llevó a cabo el mes pasado.
El viceministro arrobó en un hilo de Twitter a economistas estrella de la oposición, como Hernán Lacunza, Luciano Laspina, Ricardo López Murphy y Eduardo Levy Yeyati. Les pidió que dijeran que “de ninguna manera piensan reperfilar” la deuda, en una narración con condimentos técnicos.
El equipo de Massa considera que el ejercicio fue un éxito porque le respondieron varios referentes de Juntos por el Cambio. Dos días después, volvió a defender la gestión frente al apabullante 6% de inflación que informó el Indec.
La decisión de Massa por pelear en cada cuadrícula generó una rareza: quien en el pasado fue un crítico acérrimo de Cristina Kirchner, se convirtió en uno de los mejores defensores del modelo que eligió la vice para evitar un desastre electoral.
La sociedad con Fernández y Cristina Kirchner también obliga a Massa a pagar otros costos en el manejo de la economía. Un ejemplo práctico se encuentra en los billetes que circularán en el país en los próximos meses.
El ministro echó a principios de enero a Rodolfo Gabrielli de Casa de Moneda. En su lugar colocó a Ángel Elettore, un cordobés especializado en finanzas. Su designación implica más que un cargo: muestra el puente que tiene el ministro con Córdoba, una herencia de la construcción que surgió tras la campaña que hizo en el pasado con José Manuel de la Sota.
Elettore encontró un desquicio en la imprenta del Estado. No solo por el quebranto comercial, que ronda los $12.000 millones por año, sino por la plata que debe.
El rojo de la imprenta pública encierra la primera paradoja. Por la pérdida del poder cancelatorio del peso a manos de la inflación, Casa de Moneda importa desde hace tiempo billetes desde Brasil y España. El hombre de Massa encontró una deuda de US$170 millones con sus proveedores. Es decir, la Argentina no pagó por el dinero que importó.
La segunda paradoja es aún más sorprendente. La Argentina le comprará billetes a China. Se trata de una importación de emergencia. Como la plata vale cada vez menos, lo que se imprime aquí, en Brasil y en España, ya no alcanza para cubrir las necesidades de la gente.
Toda una ofensa para la soberanía dineraria que entusiasma al kirchnerismo: es probable que la figura de San Martín -es parte de la nueva familia de billetes- termine en los cajeros automáticos locales después de una larga travesía desde Asia.
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