Una cifra que genera satisfacción oficial, pero obliga a mejorar
La inflación se desaceleró en enero, lo cual no era tan obvio que fuera a pasar, pero no todo es color de rosa
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La inflación de enero fue 20,7%, un número que el Gobierno festeja a pesar de que es muy alto porque muestra una tendencia descendiente. La satisfacción oficial se debe a que la inflación bajó respecto de diciembre, que fue 25,5%, lo cual no era obvio que fuera a pasar y parece marcar una tendencia que aleja temores de una inflación descontrolada. Pero no es todo color de rosa porque la gente siente que los salarios, las jubilaciones y los planes sociales que corren muy detrás y pierden poder adquisitivo mientras los ahorros se licúan con tasas reales negativas.
La suba de la inflación en diciembre y enero tiene una causa clara: la devaluación y el sinceramiento de precios de la segunda mitad de diciembre. En el caso de los precios mayoristas que subieron 54% en diciembre, el impacto fue inmediato, mientras que en el de la inflación minorista se va manifestando de a poco. Si el sinceramiento de precios y del tipo de cambio, que en principio fue un salto de una vez, se maneja con buenas políticas económicas lo lógico sería que la inflación siga bajando en febrero y marzo con chances de que en abril o mayo llegue a un dígito.
Esta dinámica de precios no debería sorprender, porque es similar a la que vimos en otros episodios de devaluación. El mejor ejemplo fue la del 2001, en la que un salto en el tipo de cambio de 250% (de $1 a $3,5) aumentó la inflación a 40,9% en 2002, para luego bajar a 3,7% en 2003. Algo parecido ocurrió cuando asumió Macri y la inflación subió a 38% en 2016 y bajó a 24% en 2017.
La devaluación debería tener un efecto temporario sobre la inflación, y una vez que los precios relativos se acomoden, la inflación debería regresar a donde estaba. En 2003 fue a un dígito y en 2017, a 24%, o sea, a niveles similares a los de antes de la devaluación. Ahora , ¿a qué nivel regresará?
La respuesta es: depende. De lo que se haga con la política monetaria, cambiaria y fiscal. Queda claro que la política de déficit cero y la de control de la emisión son condiciones necesarias para bajar la inflación.
Antes de la devaluación, la inflación venía a una velocidad de 10% mensual, con lo cual hay una alta chance de que vuelva ahí. Puede ser un poquito más baja o más alta, pero la memoria juega un papel importante en formar expectativas al mismo tiempo que la experiencia muestra que es muy difícil romper la dinámica inflacionaria porque no todos los precios y salarios se ajustan simultáneamente, lo que genera persistencia o inercia.
La dinámica podría darse así: primero se ajustan el tipo de cambio, las tarifas y precios claves, como las prepagas o la nafta. Pero ante esas subas es necesario acomodar los salarios, y los precios de servicios que quedaron atrasados. Esto lleva a una segunda ronda de reacomodamiento del tipo de cambio y de los precios que subieron en primera instancia, y así sucesivamente hasta que los precios encuentran un equilibrio y la inflación se acomoda.
Lo difícil es que la tendencia hacia la baja continúe sin que en el medio haya algún salto que desestabilice el proceso como podría ser una nueva devaluación u otro shock nominal, como tarifazos o salariazos que desaten un nuevo salto inflacionario.
Las proyecciones siempre son difíciles. El programa económico tiene elementos que dan lugar al optimismo. La política fiscal ultraortodoxa es una condición indispensable para que baje la inflación. Pero también es fundamental la política cambiaria, y es ahí donde aparecen riesgos. La devaluación inicial logró corregir con creces el atraso cambiario del gobierno anterior y dejó un margen para absorber futuros aumentos de precios. Pero con la depreciación del 2% mensual desde diciembre ese margen se está perdiendo y si no se aumenta la tasa de depreciación se corre el riesgo de entrar en zona de atraso. Si eso ocurriera podría haber otro salto en el tipo de cambio y un nuevo aumento en la inflación.
Las políticas monetaria y cambiaria son un arte más que una ciencia. La eliminación del déficit es un activo central de este programa y es clave para lograr los equilibrios macro y volver al crecimiento. Pero lo fiscal no es todo, muchos programas económicos fracasaron por ignorar señales de precios que estaban desacomodados o de tensiones sociales que jaqueaban su continuidad. El arte consiste en detectar las señales de fragilidad que muestra un programa y darle soluciones antes de que sea demasiado tarde.
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