Una buena película, pero este lobo de Wall Street es muy, muy malvado
Después de 14 años, las víctimas de Jordan Beltfort aún esperan recuperar su dinero
Martin Scorsese ha pasado gran parte de su carrera explorando el mundo de la delincuencia, desde Buenos muchachos y Casino a Pandillas de Nueva York y Los infiltrados. Ahora, el director de cine encontró el sujeto perfecto para engrosar su lista en Jordan Belfort, el carismático estafador detrás de la firma de valores Stratton Oakmont y el personaje central de la nueva película del director, El lobo de Wall Street. Después de un espectacular ascenso de siete años, Stratton Oakmont se desmoronó en los años 90, un colapso que les costó a los inversionistas más de US$300 millones.
Profanos y divertidos, los personajes de El lobo de Wall Street, con Leonardo DiCaprio como Belfort, consumen drogas en cantidades industriales y cada escena parece incorporar su propia dosis de mujeres desnudas y, a menudo, actos sexuales en público. Es agotador, pero deslumbrante.
La película, que se basa en las memorias de Belfort con el mismo título, muestra una operación donde los corredores inflan el precio de las acciones, las venden a su valor máximo y dejan que los clientes paguen la cuenta. El Belfort que interpreta DiCaprio es caracterizado brevemente como una persona recta, hasta que su carrera financiera lo transforma en un sociópata que despilfarra el dinero, consume drogas, contrata prostitutas y estafa a sus clientes.
Los incidentes más escandalosos de la película salen del relato del propio Belfort. ¿Aterrizó su helicóptero en su jardín con un ojo cerrado porque estaba drogado? Cierto. ¿Convenció a una empleada de que se rapara la cabeza si le pagaba implantes de senos? Belfort cuenta que lo hizo. ¿Tomó tantos tranquilizantes de máxima potencia que hizo trizas su Ferrari sin darse cuenta? Claro que sí.
En la vida real, antes de vender acciones que no valían nada, Belfort vendió carne y pescado puerta a puerta y terminó declarándose en bancarrota a los 25 años porque, según le confesó a un periodista, los márgenes de ese negocio eran demasiado reducidos.
En la versión cinematográfica, el actor Matthew McConaughey, quien interpreta a un corredor de una firma muy prestigiosa de Wall Street, invita a Belfort a un restaurante elegante, donde aconseja al joven operador a incorporar la cocaína a su rutina diaria y le dice que su profesión es fugazi, falsa: "Nadie sabe si la acción subirá, bajará, irá de costado o en círculos", explica.
Posteriormente, Belfort descubre el mundo de las acciones que cuestan centavos, en las que el corredor se queda con una comisión no de 1%, sino de 50%, y forma lo que se convierte en Stratton Oakmont. Daniel Porush, el socio real de Belfort amenazó con demandar a Paramount, el productor del film, si su personaje aparecía en la pantalla grande.
La cinta se convierte en un culto a la inmoralidad donde las prostitutas son una presencia cotidiana y la actitud tóxica de los corredores varones hacia las mujeres suele ser incómoda para el espectador. Por no hablar de las competencias de "lanzamiento de enanos".
Con el tiempo, Belfort realiza una salida a bolsa fraudulenta del fabricante de zapatos Steve Madden y capta la atención de un agente del FBI, interpretado por Kyle Chandler. Belfort guarda su dinero en Suiza y allí comienza su caída.
La película no cuestiona la auto-magnificación de Wall Street que brinda el relato de Belfort y DiCaprio incluso les dice a sus empleados que apunten al "1% más rico". Los espectadores que aceptan esa premisa, sin embargo, están comprando otra fantasía de Belfort.
En realidad, las víctimas se parecían más a John Kilroy, un propietario de una franquicia de los restaurantes Pizza Hut en Mai-neville, Ohio. Kilroy, quien perdió una cantidad de dinero "terrible" con las acciones fraudulentas de Stratton Oakmont, dice que recibió sólo una restitución mínima de alrededor de US$11 millones que le fueron confiscados a Belmont y Porush, su socio.
Después de declararse culpable de fraude y lavado de dinero en 1999, Belfort recibió la orden de devolver US$110,4 millones, más el pago de intereses. La sentencia requería que Belfort aportara la mitad de sus ganancias a un fondo de indemnización algo que, según los fiscales, no ha hecho.
Aparte de los US$10,4 millones en activos que le fueron confiscados, Belfort apenas ha entregado US$1,2 millones hasta ahora, y la mayor parte en contra de su voluntad. Por ejemplo, cedió US$702.000 en regalías de sus dos libros de memorias sólo después de que su agente recibiera una orden de restricción, según los fiscales.
Tras cumplir 28 meses de una condena de 42 meses en la cárcel, Belfort afirma que es un hombre cambiado y que realizó reiteradas ofertas en los últimos dos años para entregarle al gobierno el dinero obtenido por los derechos de la película. Los fiscales, no obstante, señalan que sólo pagó US$21.000 en 2011 como restitución, el mismo año que firmó el contrato para la película por más de más de US$1 millón. Belfort no respondió a solicitudes de comentarios. Su abogado Nick De Feis indicó que "las partes siguen en conversaciones sobre la obligación de indemnización".
Catorce años después de que se declarara culpable, Belfort vive en una minimansión con vista al mar en Manhattan Beach, California, conduce un Mercedes Benz SL y gana cifras de cinco dígitos por sus discursos motivacionales, según un artículo en una revista. Considerando esto, uno pensaría que podría haberles pagado algo más a sus víctimas y que las autoridades podrían haber hecho un mayor esfuerzo por perseguirlo. La oficina del fiscal general de EE.UU. no quiso hacer comentarios para este artículo.
Scorsese, sin embargo, no es un fiscal, y usa a Belfort para hacer hincapié en un tema que atraviesa muchas de sus películas. Es el gran poeta estadounidense de la adicción, tanto a la violencia como a las drogas. En El lobo de Wall Street, el sexo ocupa el lugar de la violencia y el consumo de drogas podría ser el mayor en la historia del cine estadounidense. Pero el sexo y las drogas son sólo una fachada.
La adicción de fondo es al dinero y su capacidad para convertir a un muchacho de clase media en… Jordan Belfort.
Hasta el propio DiCaprio podría haber caído bajo su embrujo. "Jordan es un ejemplo destacado de las cualidades transformadoras de la ambición y el trabajo arduo", dice el actor en un video para promocionar el negocio de charlas moti-vacionales de Belfort.
Víctimas como John Kilroy, quienes aún aguardan ser resarcidos, están menos convencidos de la redención de Belfort. "Esperemos que haga más películas y yo reciba un cheque todos los años", señala, "pero no soy tan optimista".
—Bill Alpert contribuyó a este artículo.
Farran Smith Nehme
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