Un trago bien criollo que creció con la Argentina
Hesperidina, bebida alcohólica
Una mañana de octubre de 1864 los porteños descubrieron las veredas de su ciudad pintadas con enormes letreros negros que contenían una sola y extraña palabra: Hesperidina. Debieron esperar hasta el 24 de diciembre de ese año para sacarse "la espina" y descubrir que la misteriosa inscripción se refería a una bebida.
La creación era obra de Melville Sewell Bagley, un joven de 24 años llegado desde Boston, Estados Unidos, y radicado en la bonaerense Bernal. Entre los tubos de ensayo y los yuyos curativos que había en la farmacia donde era ayudante, amasó la idea de crear un tónico para vender como "remedio para todos los males".
Su fórmula es a base de corteza de naranjas amargas, ricas en flavonoides, sustancias con propiedades curativas y digestivas. Esa fruta, además, da origen al curioso nombre: cuenta la mitología griega que "cuando los griegos navegaban por las costas de Valencia, las naranjas en medio de las hojas verdes parecían frutos de oro del jardín de las Hespérides". De estas ninfas guardianas de "un maravilloso jardín en occidente" viene el término Hesperidina.
Pronto la bebida se puso de moda en todo el país. Con el éxito, llegaron también los imitadores, que se las ingeniaban para copiar las características botellas rayadas, con el nombre en relieve. Así fue como Melville llegó a encargar etiquetas a la imprenta que imprimía los dólares para la Bank Note Company de New York. Como eso no bastó, logró que se creara el registro único de marcas y obtuvo para Hesperidina la licencia N° 1.
Firme en campañas militares para revitalizar la tropa, compañera del perito Moreno en sus incursiones, mencionada por Julio Cortázar en sus cuentos y pintada por Molina Campos en sus famosos almanaques, la bebida tiene su propio tango: "Hesperidina". Del ritmo del "dos por cuatro" también surgió su principal fan, el entrañable Polaco Goyeneche.