Un sendero regional para el desarrollo
En el mundo actual, y aún más en el que está por venir, las claves del desarrollo están íntimamente relacionadas con la puesta en marcha de estrategias y alianzas regionales capaces de potenciar a los países. Argentina y Brasil no son la excepción. Sus senderos conducen hacia un destino común que implica aprovechar de una oportunidad que es tan real hoy como fue esquiva en el pasado: la oportunidad de agregar valor para no tener que importarlo.
Quienes abogamos por las políticas orientadas al desarrollo sabemos que una alianza con Brasil implica pensar todos los niveles de esta sociedad a través de una mirada de largo plazo que anude desarrollo e inclusión. Y esa tarea es una obligación que no admite dilaciones. Ambos países tienen los requisitos necesarios que garantizan forjar un vínculo en el que los pueblos sean artífices y al mismo tiempo puedan usufructuar los beneficios del desarrollo. Sólo es cuestión de ponerles nombre y apellido a las cifras.
En conjunto, Argentina y Brasil poseen 250 millones de habitantes y generan el 73% del PBI industrial de América del Sur. Somos los sextos productores de automóviles a nivel mundial (de las actuales 4,3 millones de unidades anuales se proyecta llegar a 6,5 millones en 2020); ambos países producimos 25% de la proteína vegetal a nivel global. Es una oportunidad para industrialización y agregado de valor en origen. Son sólo dos de los muchos ejemplos que muestran el potencial de la región.
Pero llevar adelante el proyecto y materializarlo no es fácil, requiere de compromiso y sincronía. Hay que coordinar esfuerzos desde ambos lados, y eso implica articular proyectos de desarrollo para no sucumbir ante roces y superposiciones conflictivas. Cuando nuestros modelos económicos fueron divergentes se produjeron efectos negativos en lo macroeconómico y en lo productivo.
Más allá de trabajar sobre lo cuantitativo en los términos de intercambio, es preciso avanzar sobre la calidad del intercambio en la región. Esa es una de las cuestiones para hacer pie frente al desafío que implica China para América del Sur: cambiar la lógica de exportar materias primas para agregar valor regionalmente y así intensificar el proceso de desarrollo. La relación con China implica 90% de exportación en commodities contra 90% de importación en manufacturas. Sobre esa asimetría debemos trabajar conjuntamente, la integración es una respuesta al riesgo de la primarización de nuestras economías. Un canto de sirenas ante el que no debemos sucumbir.
Los sectores público y privado actuando en armonía planificada somos capaces de generar esquemas de agregación de valor complementarios y redituables. La sociedad comercial y geopolítica entre ambos tiene muchos más réditos que el aumento de las exportaciones.
El desafío no es postergable. El mapa global exige que innovemos formas y contenidos. La imagen recurrente del pasado en común fue acostumbrarse a la supervivencia: concentrábamos nuestras energías y capacidades mutuas en la coyuntura. Hoy la región tiene otras potencialidades y proyecciones, y para hacerlas realidad, la integración productiva con Brasil debe ir de lo deseable a lo real. Si logramos comprender el momento histórico habremos dado el primer paso hacia un futuro venturoso. Si no, seguiremos peleando en el andén mientras el tren del desarrollo pasa por la puerta de la región.
Muchas voces claman por este destino común, una de ellas -quizá la más inspiradora en la actualidad- es la de Francisco. Durante su última visita a Brasil, hizo un llamado a los jóvenes que puede hacerse extensivo a las dirigencias de ambos países: "No se metan en la cola de la historia. Sean protagonistas. Jueguen para adelante. Pateen adelante, construyan un mundo mejor. Un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de fraternidad, de solidaridad. Jueguen adelante siempre". Y jugar para adelante, tanto para la Argentina como para Brasil, es entender que el mundo no se detiene a esperarnos.
El éxito de nuestra región en la disputa global por el agregado de valor (y por ende por los mejores empleos y la mejor calidad de vida) requiere de una integración productiva en la que ambos aprovechen la coyuntura para construir un diseño estructural capaz de entender los desafíos de este tiempo. El desarrollo, como patrimonio conjunto, nos aguarda. No lo hagamos esperar.
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