Un problema que requiere soluciones estructurales
El dato sobre pobreza no es para nada bueno y, en el actual contexto, hay dos factores que hacen que no sea peor. Uno es la recuperación del empleo informal, pese a que tiene remuneraciones más bajas que las que tenía antes de la pandemia, y otro es la compensación que otorgan los programas sociales, las jubilaciones, las pensiones no contributivas, los bonos y la expectativa de que ahora pueda haber un aumento en este sentido.
Pero esto solo pone un piso de contención para que la pobreza no siga aumentando, y dado que la recuperación del empleo se hace sobre sectores que ya lo tenían antes de la crisis, lo que se concluye es que no se crea empleo nuevo (más allá de algún segmento industrial). Además, se ha perdido empleo asalariado, y esos desempleados se han volcado a trabajos más precarios.
Hay que aclarar que, pese a que el nivel de crecimiento económico va a ser de 7% este año, a que el saldo de las exportaciones es positivo, a que hay una importante recuperación del empleo formal en servicios y en la construcción, los problemas estructurales en materia de pobreza siguen siendo importantes.
Tenemos casi 30% de la población que, sin contar los empleos regulares no registrados, está desocupada, desalentada o realiza trabajos de indigencia. Además, la economía informal reúne al 45% de la fuerza de trabajo; las transferencias de ingresos (ayudas alimentarias, programas de empleo, etc.) atienden a casi 40% de los hogares y, si bien ayuda, no es una solución estructural.
Impacto de la recesión
Está paralizada la inversión y no hay capacidad de proyectar un plan de contratación de puestos de trabajo en un contexto recesivo ni hay señales de reformas estructurales que permitan ilusionarse con un horizonte distinto. Estas reformas estructurales serían la laboral, la tributaria, la fiscal y la de la administración pública, pero también del sistema vinculado al crédito para la pequeña y mediana empresa, con una banca capaz de promover el desarrollo local.
En tanto, la indigencia, que llegó a 10,7% y alcanzó el valor más alto desde 2006, sube porque lo que hubo fue una recuperación del sector informal, de empleos de la construcción, del trabajo industrial y segmentos relativamente más incluidos, pero los segmentos más pobres han reducido sus changas y están dependiendo cada vez más de los planes sociales.
Esto hace que los sectores más vulnerables caigan en la indigencia, en un contexto donde la inflación devora los ingresos y solo se puede contrarrestar con más ocupados en el hogar o con un aumento de los ingresos de quienes aportan en él, dos cosas que en la actualidad no se dan en los segmentos más desfavorecidos de la sociedad.
Detrás de esto está la justificación o el reclamo de los movimientos sociales de un salario básico de emergencia, que ponga un piso de ingresos por encima de lo que hoy ya generan los programas sociales. De todos modos, sin esos programas sociales, la indigencia superaría el 20%.
La solución de este problema solo se logra con un crecimiento económico en sectores formales y medios, que, convertidos en consumidores, puedan demandar bienes y servicios a los sectores más pobres.
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