Un plan económico integral para el crecimiento sostenido de la actividad privada
Entre 2012 y 020 y según Banco Mundial, el PBI per cápita en dólares (constantes de 2010) del mundo y de la región crecieron 8,4% y 2,7%, respectivamente. Paralelamente, el PBI per cápita de la Argentina cayó 20,1%. Utilizando datos del Indec a pesos constantes de 2004, el PBI per cápita argentino cerrará 2021 por debajo del de 2006, ubicándose por debajo del nivel de años anteriores: -17% (2011), -13% (2015) y -6% (2019). Al mismo tiempo, la inversión bruta del primer semestre 2021 es 5% inferior a la del primer semestre de 2008. Y se destruye capital hace siete años. La inflación, por su parte, acumula 10.000% desde diciembre de 2001. Como consecuencia de todo esto y siguiendo los datos oficiales de cada país, la Cepal y el FMI, la Argentina es el segundo país (detrás de Venezuela) con mayores niveles de pobreza en América del Sur.
En este marco, presentaremos en esta columna un bosquejo de plan económico, en el cual no solo las medidas importan, sino también su orden. Es un plan “normativo”; es decir, un plan que se ocupa de lo que “debería hacerse” para volver a crecer sostenidamente y “en serio”. Después de todo, es lo que quiere y necesita el sector privado.
En este sentido, nuestro plan económico es útil porque funciona como una guía para los privados: cuanto menos se haga de todo esto, más lejos estaremos de poder producir, ganar dinero y crecer “en serio” en un marco de “normalidad”. Por el contrario, no nos interesa un plan económico “positivo”, es decir; de “lo que se puede hacer”. Damos por sentado que la casta política argentina nunca hará lo que hay que hacer. En el mejor de los casos, solo aplicaría parches circunstanciales que maquillan la situación en el corto plazo, pero agrandan los problemas en el largo.
El plan es el siguiente:
Primero. La Argentina debe reinsertarse en el contexto mundial, decidiendo si se alinea detrás de Estados Unidos y Europa o si, por el contrario, elige China. De acuerdo con nuestro análisis, la Argentina debería elegir la primera opción, ya que sus lazos culturales, productivos y comerciales son mucho mayores con occidente, lo cual permitiría mayor asociación y cooperación, propulsando más la inversión y el comercio.
Segundo. Este alineamiento con Estados Unidos y Europa debería implicar un cambio radical en materia de política exterior. La Argentina debería abrirse al mundo.
Tercero. La Argentina debería reestructurar su deuda con el FMI a 10 años. Los US$44.000 millones que se le deben al FMI son impagables en un horizonte temporal más corto, más aún teniendo en cuenta la deuda con bonistas de ley NY. De acuerdo con nuestra visión, si el horizonte temporal tuviera que ser más corto, la Argentina podría negociar pagar solo los US$33.000 millones que el FMI nos podía prestar como máximo (por estatuto) en 2019. Los US$14.000 millones que superan ese límite legal deberían ser el costo a pagar por parte del FMI por haber incumplido sus propias reglas.
Cuarto. El acuerdo con el FMI debería ser precedido por una reforma del Estado y una reforma de la política; ambas deberían contribuir a una fuerte y drástica reducción del peso del Estado sobre los hombros privados. En este sentido, se debería presentar un Presupuesto Nacional plurianual de cuatro años, en el cual el peso del gasto público caiga 12 puntos porcentuales en términos del PBI. Esta baja del gasto debe ser de shock y debe ser aplicada (en paralelo) con una reducción impositiva menor, de manera que se desahogue al sector privado, pero alcanzando rápidamente el equilibrio fiscal financiero y el superávit primario fiscal en el primer año (2% del PBI) y en el segundo año (3% del PBI). Es imprescindible que la política sea de shock y estas metas sean alcanzadas enseguida; caso contrario no será percibida como permanente. Si no fuera percibida como permanente, el programa no impulsaría la inversión y, consecuentemente, terminaría siendo recesivo.
Quinto. La reestructuración con el FMI debería ser utilizada para reestructurar los bonos bajo ley NY, que fueron reestructurados en 2020 por Martín Guzmán, quien compró un (certero) default a mediano plazo. La reestructuración de los bonos bajo ley NY debería ser con una fuerte quita en términos de valor presente, descomprimiendo los pagos que se aglutinan en un 80% antes de 2036. En este contexto, la alineación con Estados Unidos y Europa debería usarse para negociar una garantía con bonos del Tesoro Americano y bonos del gobierno alemán. Esta ingeniería ya fue utilizada por el Plan Brady a principios de los 90 y es vital para evitar los holdouts. Al mismo tiempo, hay que aprovechar el hecho que el mundo está empapelado de bonos del tesoro de Estados Unidos y de Europa.
Sexto. Se debe levantar el cepo. Mientras haya cepo habrá permanente exceso de demanda en el mercado cambiario, lo cual se traduce en devaluación permanente en el mediano y largo plazo. Este exceso de demanda en el mercado cambiario se traduce en permanente exceso de oferta en todos los restantes mercados. En el mercado de bonos se traduce en aumento del riesgo país, un incremento del costo de capital y una menor inversión. En el mercado de dinero es más inflación, mientras que en el mercado de bienes y servicios se manifiesta en caída (en la tendencia) permanente del nivel de actividad. El exceso de oferta en el mercado laboral es caída del salario real, lo cual retroalimenta la pobreza.
Séptimo. La Argentina debe solucionar el problema monetario de las Leliq y de los Pases. Mientras estén estos pasivos monetarios remunerados, el balance del Banco Central estará cada vez más quebrado, lo cual no solo alimentará crecientes expectativas de devaluación e inflación, sino que terminará siendo siempre la profecía auto cumplida.
Octavo. La Argentina debe hacer una reforma monetaria. Mientras haya un Banco Central con política monetaria, habrá una moneda en la cual la gente no crea y, en consecuencia, no habrá demanda de dinero y la economía argentina estará expuesta a una fuerte inestabilidad y a crisis recurrentes. Es imposible hacer política monetaria exitosa con una moneda sin demanda (la gente nunca ahorrará en pesos desde el primer momento), con lo cual el sistema está expuesto a sistemáticos desequilibrios monetarios que aseguran el fracaso en términos dinámicos.
Noveno. Debe haber una reforma bancaria que este en línea y que sea consistente con el nuevo sistema monetario que emerja de la reforma monetaria. El nuevo sistema bancario debería separar la banca transaccional de la banca de inversión. La primera debería tener encaje del 100%. Sus normas deberían tener legislación externa (como la deuda), para reforzar la credibilidad.
Décimo. Se debería encarar una reforma estructural de los servicios públicos, con revisión Tarifaria Integral (RTI) para incentivar la inversión energética.
Undécimo. La última reforma es la laboral, que debería aplicarse una vez que la economía esté creciendo. Sin hacer todo lo demás y sin un crecimiento sólido, una reforma laboral no tiene mucho sentido. Sin posibilidad de hacer negocios y de ganar dinero, ninguna firma está interesada en crear puestos, incluso cuando el factor trabajo sea barato. Por el contrario, sin posibilidad de hacer negocios y ganar dinero, una reforma laboral que abarate los despidos solo sirve para que el empresario procure recuperar rentabilidad perdida (y no está mal) a expensas de echar trabajadores.
En síntesis, si usted, lector del sector privado, piensa que este plan económico pensado para usted es “Alicia en el país de las maravillas”, no solo no lo condeno, sino que pienso que está en lo correcto. De acuerdo con nuestro análisis, en 2022/2023 no estarán dadas las condiciones para que la casta política haga algo ni siquiera a este plan de once medidas.
Ahora bien, también sepa que ni Walt Disney lo va a devolver al sendero de la salud macroeconómica y del crecimiento sostenido. A lo sumo, se tendrá que contentar con algunos cuentitos malos que funcionen como placebo y mejoren la situación “un poco” en el corto plazo, pero siempre agravando los problemas debajo de la alfombra, con lo cual deberemos seguir haciendo negocios y ganando menos dinero a cambio de más esfuerzo y mayor ingenio, lo cual no es buen negocio.
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