Un nuevo intento de proteccionismo con múltiples impactos y desafíos para la Argentina
Los aranceles impuestos por Donald Trump y la respuesta de China desataron fuerzas incontrolables; la globalización comercial sufrirá importantes modificaciones, incluso si las amenazas dan lugar a las esperadas mesas de negociación
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Ya desde su campaña presidencial, Donald Trump venía anticipando lo que haría en materia de comercio internacional. Pero, ni bien asumió como presidente, su retórica se fue intensificando, y en febrero y marzo pasó a la acción imponiendo aranceles a China, Canadá y México, a lo que China respondió con medidas similares.
Al mismo tiempo, había avisado que el 2 de abril sería el “Día de la Liberación”. El día llegó y dio a conocer aranceles más altos que los imaginados, lo que generó un colapso global en los mercados financieros de magnitudes poco vistas. Ante esto, China respondió con una medida similar y Trump amenazó con redoblar la apuesta.
¿Dónde termina la escalada? No se sabe, pero no hay duda de que la globalización comercial sufrirá importantes modificaciones, incluso si las amenazas dan lugar a las esperadas mesas de negociación. En este contexto, es inevitable la referencia a una medida similar tomada por el gobierno norteamericano en 1930, que tuvo un rol fundamental en el colapso del comercio mundial que ocurrió en aquella época y que metió al mundo en una dura recesión.
Los nuevos aranceles impuestos por el presidente norteamericano se inscriben en un cambio más amplio que le está imprimiendo al rumbo de su gobierno, no sólo en lo económico, con consecuencias que ya se han visto en las relaciones internacionales que mantienen los Estados Unidos. Esto implica que la motivación detrás de los mismos puede ir más allá de los resultados económicos, sin embargo, estos son de gran relevancia, no sólo para los Estados Unidos sino para el mundo en general. Y es en la dimensión económica en la que las decisiones adoptadas parecen generar más costos que beneficios.
Una de las justificaciones que hace el presidente norteamericano de su nueva política arancelaria tiene que ser muy familiar para los argentinos: con mayores aranceles protegeremos el mercado local y con ello daremos impulso a empresas locales para que produzcan y creen empleo, específicamente en la industria manufacturera. Esta lógica de la sustitución de importaciones mayormente no dio los resultados esperados y derivó en productos de poca calidad, empleos de baja productividad y precios elevados, dejando paso a la globalización que fue creciendo desde la Segunda Guerra Mundial en adelante. En el caso norteamericano resulta aún más paradójico el querer recurrir a ese esquema cuando se trata de una economía cuyo crecimiento ha sido superior al de otras desarrolladas, que ostenta un elevado nivel de empleo y muestra uno de los PBI per cápita más altos del mundo.
La otra justificación también es conocida: el déficit comercial de Estados Unidos es necesariamente negativo y tiene que ser revertido, lo que se logra reduciendo importaciones mediante aranceles. Esta visión mercantilista no tiene sustento, y menos aún en el caso de Estados Unidos, que tiene amplio financiamiento internacional. Sin embargo, hay una cuestión relacionada y compleja: si Estados Unidos tiene un déficit externo, ello tiene mucho que ver con un enorme déficit fiscal y que ha derivado en un creciente endeudamiento, el cual viene sembrando dudas sobre su sustentabilidad hace ya largo tiempo. Por ello, hay quienes sostienen que los objetivos últimos y no declarados de la política arancelaria de Trump son contribuir a reducir el déficit fiscal por la recaudación que generen dichos aranceles y, al mismo tiempo, facilitar la renovación de la deuda, ya que se espera que se reduzcan las tasas de interés. En esta lógica podría agregarse otro motivo oculto que sería pinchar lo que se cree una burbuja en el mercado accionario. Es osado asumir que estos son los fines de las medidas adoptadas, pero, sin dudas, las mismas tienen un impacto concreto en esas dimensiones.
Indudablemente, hay un riesgo cierto de que, lo que pueda haber arrancado como pateada de tablero para negociar, termine en una crisis global de alcances difíciles de precisar. Cuanto más dure la tensión financiera, más se pondrá en duda la solvencia de distintos actores globales, como ocurrió en la crisis de 2008. Si la guerra arancelaria escala, el comercio mundial caerá, al igual que los precios de las commodities, y la tensión sobre los sistemas financieros crecerá. A diferencia de cuando ocurrió esto en la década de 1930, hoy no hay patrón oro y los tipos de cambio son flexibles, lo que podría dar lugar a una enorme inestabilidad cambiaria, que atenuaría los efectos recesivos a costa de mayor volatilidad financiera.
Incluso sin llegar a estos extremos, el escenario será desafiante para la Argentina. El país aspira a incrementar su inserción comercial en un mundo que será más complejo, pero los recursos que tiene para ofrecer siempre serán valiosos. Además, así como los nuevos aranceles pueden complicar los accesos a algunos mercados, podrían facilitarlos en otros. Los mayores riesgos vendrían de bajas en las commodities y depreciaciones de las monedas de nuestros socios comerciales, situaciones que siempre han sido difíciles de procesar para nuestra economía. Sin embargo, y con independencia de lo complejo que se ha vuelto el escenario en el corto plazo, la Argentina tiene una enorme oportunidad para enfrentar la situación: cuenta con alternativas factibles para incrementar sus exportaciones y no tiene déficit fiscal. En la medida en que pueda seguir reforzando su orden macroeconómico, las oportunidades seguirán estando presentes.
El autor es economista, director de C&T Asesores Económicos y profesor de la UCA

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