Un modelo en la fase de vacas flacas
El capitalismo recuperó su vigor a cinco años de la recesión mundial. Estados Unidos está en franca recuperación. Asia empuja liderada por China que crece al 8 por ciento. Europa más encaminada aunque quizás ante una "década japonesa", sin crecimiento. Es un contexto de enorme liquidez que América latina está aprovechando; desde 2012 sólo la Argentina y Venezuela se estancaron.
El núcleo del diagnóstico de la economía argentina a partir de 2007 es básicamente el mismo. Esto genera impotencia porque no hubo vocación de cambio. A favor del Gobierno, los pronósticos tempranos agoreros de fin de ciclo político y agotamiento del modelo económico han fallado. La economía K, por la soja, por el contexto de crecimiento latinoamericano, por el pragmatismo de la gestión o por la suerte, siguió dando frutos en el empleo y en el bienestar. Pareciera que estamos en los tiempos de vacas flacas del modelo. Esos tiempos que la convertibilidad no consiguió sortear con éxito. Ambos esquemas tuvieron fases de expansión formidables, con dos shocks exógenos (tequila 95 y s ubprime 2009). Ambos esquemas enfrentaron el estancamiento. Todavía el final del modelo K está abierto. A diez años de la llegada al poder de Néstor Kirchner, es tiempo de balance.
Desde 1975 tenemos cada siete años una recesión en nuestro país. Por eso, la pregunta natural: "¿cuándo termina?", se vuelve relevante. Esta gestión tiene el mérito de haber evitado caídas bruscas del PBI por espacio de 10 años, lo que no es poco.
Pareciera que estamos lejos de que haya un colapso a mediano plazo al estilo de los años 82, 89 o 2001. El escenario dominante para el final de la gestión de Cristina Kirchner, si no se reinventa el modelo, es estancamiento con inflación moderada de 25% y con incertidumbre político-institucional creciente.
Las distorsiones acumuladas ubican al paciente en terapia intermedia. Son muchas las decisiones de economía política desacertadas que se fueron acumulando, supuestamente buscando atajos. Mangabeira Uber plantea que la Argentina busca siempre el atajo. En 32 oportunidades de 37 asuntos críticos relevados sistemáticamente desde 2007, se decidió mal. Esto explica la fuga de divisas desde entonces, en la práctica nula bajo la conducción de Lavagna.
El modelo en estado intensivo orientado hacia el mercado interno consumidor se agotó. La soja explica en parte (50%) la fase inicial exitosa de este enfoque, pero el libro de texto no se equivoca en el capítulo del populismo.
Estamos ahora frente a indicadores de aparente constancia estructural. Salvo el dólar paralelo que está muy nervioso, podría pensarse hasta el final de este mandato, en un déficit fiscal cercano a los 3 puntos del PBI, y una cuenta corriente ligeramente negativa, favorecida por una balanza comercial agrodependiente de 10.000 millones de dólares. Consumo planchado, congelamiento de precios ineficaz frente a una inflación estable alimentada por emisión monetaria que crece al 35% anual. Un nivel de reservas en caída gradual hacia los 30.000 millones de dólares a fin de mandato. Un nivel de subsidios de 100.000 millones de pesos que contribuye a un gasto público récord que representa la mitad del producto. Caída gradual del empleo industrial y expansión del empleo público. El riesgo país en 1200 puntos refleja un país desconectado de los mercados financieros y cada vez con menor relación de exportaciones y producto, perdiendo competitividad. En este escenario, la inversión privada naturalmente cae compensada marginalmente por la pública. Es peligroso el piloto automático y peor si se redobla la apuesta. La calidad de decisión de los policy makers es central en esta fase del modelo.
La inflación es el principal conflicto distributivo, pero también se trata, como es sabido, de un conflicto político. Es una variable que puede escalar si cayese la demanda de dinero con mayor intensidad, o si hubiese una devaluación importante sin plan de estabilización que modere el alza lógica de los precios.
Es cierto que el cepo ha generado un descenso en la fuga de divisas, pero hay que ir a las causas de este fenómeno. La demanda de dólares es inevitable, siempre fue buen refugio en las crisis. La paradoja está en que los dólares sobran en el mundo.
En este contexto de escasez de divisas, las tensiones generadas por la brecha cambiaria minan la confianza y aumentan las expectativas de devaluación. Considero que antes o después de octubre un sinceramiento del tipo de cambio oficial sería relevante. Tendría efectos expansivos sobre la inversión. Recordemos lo de Vale. No es equivalente a devaluar en los 90, ya que tenemos menor deuda en dólares. Es siempre un riesgo como ocurrió en 1980 y 1999, escogidos como años simbólicos, no atacar el retraso cambiario en su raíz.
El 30 de octubre se cumplen 30 años de la llegada de la democracia que tanto nos ilusionó y nos estimula. En lo que se refiere a bienestar socioeconómico, el sabor de este balance pareciera agridulce. La distribución del ingreso es más regresiva, la pobreza estructural está en 26%, la inseguridad creciente, las crisis macro recurrentes y la inflación nublan el festejo cívico.
Mientras tanto los empresarios parecen ausentes del debate por el crecimiento futuro con poca capacidad crítica. El resto de la oposición política está defendiendo quintas de poder sin plantear un proyecto de consenso. Es un lugar común que el largo plazo es muy promisorio. En la transición hay que ser innovadores enfrentando los dilemas de política económica con coraje, que, como decía Borges, es siempre lo mejor.
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