Un modelo agotado en un país con oportunidades
La economía argentina hoy no genera crecimiento ni empleo, requiere controles cambiarios para evitar que se desplomen las reservas, hay atraso cambiario con una brecha entre el paralelo y el oficial de cerca del 50%, sufre una inflación que es alta y persistente, el riesgo país es uno de los más elevados del mundo, y tiene déficits gemelos y una inversión que cae. No hay duda de que estamos hablando de una economía que está en problemas.
Si además a esta situación compleja le sumamos un diagnóstico reservado respecto del futuro con perspectivas estables o tal vez negativas, podemos hablar de un modelo que seguramente está agotado.
¿Por qué hemos llegado a esta situación? El "modelo" funcionó mientras el crecimiento se lograba manteniendo los equilibrios macroeconómicos básicos. En otras palabras, mientras se mantenían los superávits gemelos, había un tipo de cambio competitivo que permitía que las reservas subieran sin necesidad de recurrir a controles cambiarios y el desendeudamiento se podía financiar con los recursos del Banco Central. Pero algo cambió a mediados de 2011, cuando desaparecieron los superávits gemelos y el margen cambiario. Sin embargo, los síntomas en ese momento se limitaban a una "moderada" corrida cambiaria en la que se perdieron US$ 6000 millones en sólo cuatro meses.
En ese período todavía se podían restablecer las condiciones macroeconómicas para crecer, implementando la llamada sintonía fina: un poco de ajuste en las tarifas para mejorar la situación energética y fiscal, un poco más de depreciación del tipo de cambio para restablecer la competitividad y compensar las subas de costos salariales, una política monetaria algo más restrictiva que no fogoneara la inflación, y alguna emisión de bonos en dólares para financiar la inversión pública y recomponer las reservas internacionales.
Pero en vez de sintonía fina se optó por controles gruesos y lo que se conoce como la profundización del modelo. A partir de ese momento, los problemas macroeconómicos fueron en una sola dirección: se agravaron sin prisa y sin pausa. La sequía de 2012 complicó las cuentas externas, el cepo cambiario hizo colapsar la demanda de inmuebles, la brecha cambiaria frenó la entrada de préstamos financieros y aumentó el apetito por dólares, el pago de deuda con reservas llevó a que se debilitaran las cuentas externas, mientras que la forma en que se hizo la nacionalización de YPF espantó muchas inversiones y no fue una solución para la crisis energética.
Pero no hay que desesperar. Aunque el modelo esté agotado, no todo está perdido. La Argentina sigue siendo un país con muchos recursos naturales y humanos, y con un potencial que aunque se encuentra en estado latente no ha desaparecido. Todo a la espera de que haya un cambio en el clima de inversión y las perspectivas económicas.
Los desequilibrios macroeconómicos son menos graves de lo que parecen y la solución no es excesivamente compleja, aunque ciertamente más difícil de lo que era hace sólo un par de años. Hoy hace falta más que sintonía fina, pero en la medida en que el escenario internacional no se deteriore en forma significativa no va a ser necesario recurrir a munición gruesa.
El péndulo de la política económica viene fluctuando de liberalismo a intervencionismo desde los años 60. La mayor parte de los "programas" terminaron en una crisis de mayor o menor magnitud, y casi siempre el detonante fue una depreciación cambiaria cuando se agotaron las reservas internacionales. El rodrigazo, el fin de la tablita, la hiperinflación de los 80 y la megacrisis de 2001/2002 fueron episodios traumáticos que dejaron profundas cicatrices en el tejido político y social. En general, el fracaso de cada episodio llevó a que se lo etiquetara como neoliberal o neopopulista y que por reacción se optara por un modelo totalmente opuesto. La historia muestra que estos volantazos han sido disruptivos y no han ayudado a consolidar el crecimiento de largo plazo.
Es muy probable que estemos en la antesala de un nuevo cambio de política económica, aunque no se vislumbra una crisis de la envergadura de las anteriores.
Es cierto: hay que restablecer algunos equilibrios macroeconómicos básicos, especialmente con el tipo de cambio, la inflación, las reservas, las tarifas, el tamaño del gasto público y el riesgo país, y puede ser que algunas de estas medidas impliquen costos en el corto plazo. Lo importante es que esta vez no se tiren por la borda aspectos positivos y que la sociedad apoya, como aquellas políticas sociales que ayuden a mejorar la distribución del ingreso (como la asignación universal por hijo o el seguro de desempleo), que ayuden al desarrollo de las pymes y de las economías regionales, y que se hagan esfuerzos para favorecer el conocimiento, la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías.
El equilibrio entre Estado y mercado, entre proteccionismo y eficiencia económica y entre crecimiento y equidad nunca ha sido fácil. En la Argentina, cuando estas dicotomías se resolvieron con soluciones extremas terminaron mal. Veremos si la próxima vez será diferente.
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