Un Gobierno chamuscado por una bomba que él mismo armó
Las variables económicas que muestran los niveles de actividad, el empleo, el consumo y el poder adquisitivo de los salarios van hacia abajo; Fernández cuenta con menos instrumentos y recursos que los que tuvo el kirchnerismo en el pasado
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No hubo tiempo para correr. La mecha era corta y explotó. Ahora, con las manos en llagas, la reconstrucción no será sencilla. Sea por la herencia, por la pandemia o por la manipulación de elementos explosivos que hizo el Gobierno, lo cierto es que se armó el combo perfecto.
Las variables económicas que muestran los niveles de actividad, el empleo, el consumo y el poder adquisitivo de los salarios van hacia abajo. Mientras estas descienden, otras se disparan. Entre las que suben está la pobreza, la inflación, el gasto público, el tipo de cambio y la presión fiscal.
¿Es posible que este paquete pase inadvertido para una sociedad cansada? La respuesta la dieron las urnas y fue un rotundo no. Dos días después de la explosión, las quemaduras empezaron a notarse.
Si algo supo el kirchnerismo durante muchos años fue tirar para adelante varios problemas macro. Algo que podría denominarse la política del aguante. Esas formas tuvieron su expresión máxima entre la derrota de 2013 y el final de mandato en 2015. Y, hay que admitirlo, mal no les fue ya que estuvieron a un par de puntos de ganar las elecciones de 2015 con Daniel Scioli de candidato.
El problema es que los números de 2013 no son estos. “La macroeconomía no es la misma, es muy distinta. El balance del Banco Central está mucho más complicado –inició su análisis el economista Luis Secco–. Pero sobre todo hay menos recursos y muchos menos instrumentos”.
La comparación lleva, irremediablemente, a las soluciones que buscó Cristina Kirchner en 2013 cuando fue derrotada en las elecciones intermedias por su ahora aliado, Sergio Massa. En ese momento, hubo dos nombres. Jorge Capitanich, como jefe de Gabinete, y Axel Kicillof, como ministro de economía. Y detrás de esos nombres, dos medidas: cepo y devaluación.
En 2012 nació el dólar turista y se estableció el pago de un 15% sobre el consumo que se realice en otros países con las tarjetas. En diciembre de 2013 Kicillof lo aumentó a 35%. Poco después, entre diciembre y enero, se produjo una fuerte devaluación del peso. Con esa receta, empezó el operativo aguante.
Es posible que en la cabeza de gran parte del kirchnerismo repasen esos momentos cuando las recetas tuvieron efectividad. De hecho, no parece estar en el manual a aplicar los cambios estructurales que el mundo económico reclama.
Las añoranzas de aquellas épocas, sin embargo, esconden algunas diferencias ya no solo en los números macro, sino también en los humores sociales.
Como se dijo, el Banco Central de ahora tiene muchas menos reservas y varios de los números, tanto de activos como de pasivos, están en números rojos récord.
La inflación también está en otros niveles. Si bien la Argentina parece adormecida y se ha acostumbrado a tolerar altos índices de inflación –el Índice de Precios al Consumidor (IPC) del Indec de agosto fue de 2,5% y acumuló un alza de 32,3% en lo que va del año–, tampoco es posible que mediante ese mecanismo se trate de licuar el gasto.
Inflación
Sólo para remarcar una cosa más: la inflación core, que es la que no está regulada, marcó un 3,1%. La posibilidad monetaria es mucho más limitada. Justamente este es uno de los grandes puntos suspensivos en plena campaña. En el manual de efectividad electoral está resaltado en flúo la posibilidad de poner dinero en el bolsillo. Más aún, lo han dicho en voz alta desde lo más alto del oficialismo. La emisión monetaria desenfrenada ahora implicaría poner un +50% en la inflación del año próximo.
Aquella receta de devaluación más cepo, hoy parece más traumática de poner en práctica. “Hay algunos instrumentos que están agotados y cuya efectividad ahora es mucho menor”, dice Secco.
Se refiere, por caso, al cepo cambiario. En aquel 2013, se inauguró aquella autorización de la AFIP y se podían comprar hasta 2000 dólares, siempre que los ingresos lo permitieran. Ahora, después de años de restricciones, con un tope de 200 dólares por persona y 65% de impuestos sobre el precio oficial, no es posible demasiado ajuste sobre esa demanda.
Y si se quiere, algo más. Con los viajes al exterior prácticamente desactivados, esa demanda también está desalentada. ¿Podría haber más cepo? No parece posible y solo queda como opción restringir las importaciones, con el consiguiente impacto en el nivel de actividad.
Pues hay más instrumentos agotados. La presión fiscal está en niveles récord y no se vislumbran nuevos rincones desde los que sacar más recursos del sector privado. Gran parte de la sociedad está al borde de la rebelión fiscal y el resto, como puede, se muda a la economía en negro.
El congelamiento de tarifas también ya tiene su recorrido. Con 50% de inflación, la cuenta de subsidios se escapará. Sólo para este año, en energía se van a destinar algo así como un billón de pesos –sí, con “b” – para compensar los gastos de generación con lo que se recauda del lado del consumo.
También el gasto público se fue para arriba. Vale la pena un paréntesis acá. Los contribuyentes, agobiados por la presión fiscal, miran con espanto el nivel de gasto público. No logran ver dónde se utilizan esos pesos; el nivel de devolución de servicios del Estado cruje.
Vienen dos largos años
A todo este cúmulo de situaciones, a las que se podría sumar una lista a gusto del lector, se le adicionan los actores económicos. El mundo empresario ha perdido la confianza en la racionalidad del Gobierno. Desde el caso Vicentin que la lupa de los hombres de negocios sobre los pasos que da la Casa Rosada se achicó. Todo se mira de cerca y se analiza al detalle.
Los agentes económicos no ven soluciones macro a corto plazo. Más bien encuentran políticas micro que dependen de la muñeca de los gobernantes. ¿Qué es el control de precios, los planes de consumo o las arengas a los inversores para enterrar dinero en el país, con sólo un discurso presidencial o un proyecto de ley?
Cuando la política económica depende de la muñeca de los funcionarios, pues es necesario que esa articulación esté firme. No suena demasiado posible que la salida de esta crisis sea con las manos firmes como para imponer confianza.
Esta vez el explosivo detonó antes de tiempo. Quedan dos años y habrá que reconstruir con las manos chamuscadas. Algo inédito para el peronismo de estos tiempos.
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