Un futuro encriptado entre dos traumas
La sociedad argentina se mantiene aferrada al modo “huir, sufrir y creer”. Sobre ese telón de fondo diseñado sobre la base de componentes psicológicos, simbólicos y narrativos de alta densidad se apoya la realidad cotidiana, dejando a la vista una fragilidad insoslayable. Los datos oficiales del Indec publicados el miércoles indican que en la comparación interanual en abril la industria cayó 16,5% y la construcción, 37%. En este último sector, a marzo, se perdieron 73.000 puestos de trabajo formales año contra año.
Subestimar la recesión “magnitud 2002″ que estamos atravesando podría ser tan peligroso como desconocer el sorprendente estoicismo con el que los argentinos la están procesando. ¿Estamos asistiendo acaso a una mutación genética de nuestra sociedad? ¿Hay una transformación subterránea de los valores que nos organizan y definen? ¿De qué materia está hecha la templanza imperante?
Para responder estos interrogantes que, según su respuesta, modifican sustancialmente el marco de análisis y la configuración de los escenarios futuros, es necesario ahondar en la génesis de una configuración inédita e ir más allá de la dimensión económica, incluso de la social. Hay que llegar hasta el fondo, bucear en los secretos de la emocionalidad.
El trauma
Pierre Janet fue un filósofo, neurólogo y psicólogo francés. Vivió entre 1858 y 1947. Es decir, resultó contemporáneo de Sigmund Freud (1856-1939). Janet fue un pionero en el estudio de los desórdenes mentales y emocionales. En 1889, otro neurólogo francés, Jean Martin Charcot, lo convocó para trabajar en el mayor manicomio parisino. Se considera que ambos fueron los primeros en definir el concepto de trauma y que sus influencias contribuyeron con el desarrollo de la teoría del psicoanálisis por parte de Freud. Todos son considerados padres fundadores por la disciplina.
La palabra trauma deriva del griego y significa “herida”. Los dos médicos franceses la llevaron de la medicina a la psicología, de lo físico a lo mental, desarrollando inicialmente la idea de trauma psicológico que luego profundizaría Freud. Para Janet, “el trauma es el resultado de la exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona”. Charcot lo definía de un modo muy similar, enfatizando la idea de lo angustioso que resultaba un hecho capaz de sobrepasar la resistencia psíquica de una persona. Siendo así, en su concepción, el recuerdo de esos hechos no lograba ser procesado de manera integral por la psiquis.
Quedaba entonces alojado como un punto ciego en la mente y en el cuerpo de la persona, siendo incapaz de ser articulado en su narración como sujeto. Por eso él recurría al método de la hipnosis para hacerlo aflorar.
Hoy la psicología nos señala que los traumas, tanto individuales como colectivos, son como tsunamis que irrumpen en la estructura psíquica y la desbordan, dejándola perpleja, impidiendo la comprensión plena de lo acontecido. No se puede construir sentido de lo indecible. Se metabolizan en silencio y se manifiestan de diferente modo en el tiempo, en muchos casos con sensaciones vívidas, sueños, pesadillas, miedos, fobias, tristeza, depresión u otras emociones muy intensas, aun mucho después de haber ocurrido. Incluso pueden atravesar generaciones. Para quien los ha sufrido, un hecho, en apariencia menor a los ojos de los demás, puede hacerlos viajar en el tiempo para depositarlos en el puro presente. Se curan a partir de poder hablarlos y traerlos al consciente, logrando así verbalizar lo no dicho e integrar el registro psíquico del suceso traumático a la narración.
Para los argentinos todo lo que ocurrió en 2020 fue un trauma. Es obvio que sucedió en todo el mundo, pero aquí tuvo dimensiones épicas, en extensión y en impacto residual. Lo que vivimos bien podría ilustrarse con la obra que pintó en ese entonces el joven artista francés Luca Nuel alias Demian titulada, de modo nada casual, Implosión 2020. Las intromisiones que el Estado realizó sobre la vida íntima afectaron algo muy profundo, demasiado profundo, de las personas: su condición humana. Cito un textual, entre tantos de los que recogimos en nuestros focus groups de humor social del año 2021. “En mi caso, tengo un sobrino de 3 años que no dejó los pañales, se retrasó en el habla, y otro adolescente con problemas psiquiátricos”. Y ahora uno de 2024: “Vivíamos en un mundo irreal, ahora nos abrieron los ojos. No se podían seguir imprimiendo billetes. Tengo mucha esperanza de que esto va a cambiar. Aunque hoy no la estoy pasando bien”.
Ambos operan como una síntesis de esa metamorfosis en la idiosincrasia de nuestra sociedad que, al menos como hipótesis de trabajo, debemos considerar. Conversando este tema con Federico Aurelio, titular de Aresco, me aportaba la siguiente información de una de sus más recientes encuestas. Entre la gente que reconoce haber podido organizarse en la pandemia, la imagen positiva del presidente Javier Milei es de apenas 37%. Por el contrario, entre aquellos que no pudieron hacerlo, que la pasaron mal, que la sufrieron, su aprobación llega hasta el 73%.
El desconcertante e inédito momento que estamos viviendo es hijo de aquel trauma. Es de eso de lo que está huyendo una mayoría de los ciudadanos. De aquella oscuridad del pasado surge esta desconocida tolerancia en el presente, que en algún lugar del futuro visualiza la luz.
Cabe preguntarse y señalar si, aun frente a la posibilidad de estar asistiendo a una transfiguración en la escala de los valores colectivos, no podrían las estrecheces cotidianas, en caso de sostenerse o agudizarse, alterar la mirada pública sobre el panorama actual. Aunque ello no implicara necesariamente volver al mismo lugar que se está dejando atrás, el devenir de los acontecimientos sería otro y bien distinto. ¿El trauma de 2020 y su afectación sobre las conductas presentes puede ser desafiado por un nuevo trauma en 2024 más prosaico y material? ¿O el actual proceso está blindado porque estamos hablando de dos dimensiones de distinto calibre y, por ende, la paciencia de la población está garantizada, independientemente de qué tan largo sea el desierto a cruzar? No lo sabemos. Pero lo que no podemos hacer es dejar de hacernos la pregunta. El riesgo evidente es que las urgencias fácticas trunquen el proceso de sanación que una mayoría de los argentinos decidió encarar con una valentía pocas veces vista.
La “micro” no te perdona
La historia reciente, y también la antigua, demuestra que, para una sociedad de crisis cíclicas como la nuestra, las restricciones económicas también forman parte de las memorias traumáticas. Por eso los fantasmas son convocados rápidamente. Se está trabajando sobre un corpus social débil y vulnerable. Esos recuerdos podrán haber tenido orígenes de carácter macroeconómico, pero los registros ciudadanos son mayoritariamente microeconómicos. Solo algunas personas entienden de la economía general, de la grande, de la del país, “la macro”. En cambio, todas las personas comprenden perfectamente lo que ocurre en la economía cotidiana, la chica, la de la calle, la del negocio, la de la familia, la personal. Obviamente esos dos mundos son parte de un mismo mundo. Todo está conectado. Incluso este gobierno ha tenido un éxito resonante en la comprensión de la existencia de esos puentes entre lo abstracto y lo palpable. Toda una novedad.
Pero convendría no confiarse demasiado, porque cuando en la situación personal o familiar se cruzan ciertos umbrales, el humor general puede mutar muy rápido. En una estructura social arquetípicamente de clase media como la nuestra, se verifique o no, el sueño de la movilidad social ascendente sigue vigente. La multitudinaria marcha de protesta en favor de la universidad pública fue una prueba contundente de ello. Usando los mismos códigos comunicacionales que definió el “no hay plata” fundante –autenticidad, contundencia y potencia, “fuerte y al medio” se veía una familia donde cada uno portaba un cartel que decía: “Papá albañil, mamá ama de casa, hija universitaria”. También a un hombre de guardapolvo blanco que sostenía una cartulina verde con un mensaje tan simple como claro y provocador: “Nieto de analfabeto, hijo de kioskero, médico de la UBA”.
En nuestro país, que asiste a un proceso de degradación de décadas, la escasez extrema que conduce a la percepción de movilidad descendente también es un trauma. Pocos temores son tan sensibles a la argentinidad como el descenso en la estructura social. Por eso, “la micro” no te perdona, porque ahí cada cual se juega su vida, su proyecto, sus ingresos, su imaginario. En la clase media, el fantasma de la caída se concreta cuando sus integrantes se ven obligados a tomar decisiones que terminan siendo traumáticas y quedan, por ende, inscriptas tanto en la psiquis personal como en la familiar e incluso en la colectiva.
Las más relevantes: cambiar a los hijos de escuela, dejar la prepaga, vender el auto, mudarse a una situación peor, desprenderse de un bien muy preciado. Una cosa es ajustarse. Otra muy diferente, experimentar la pérdida de identidad que conlleva el descenso. Porque ese es el hilo que une al consumo como hecho social con la pertenencia de clase. Situar a cada individuo en la subjetividad de un lugar, una ubicación en la trama comunitaria que queda expuesta a la mirada de los otros, afectando así la propia.
El botón rojo se presiona cuando, habiendo agotado todas las alternativas, ya no hay más remedio. Está demostrado que eso ocurre ante una fuerte caída de la actividad que repercute de manera significativa en el nivel de empleo, activando así un círculo vicioso del que resulta complejo salir.
Los primeros datos de mayo no son alentadores. Si bien hay algunas variaciones intermensuales que podrían indicar un piso en la caída, el descenso fue tan abrupto y marcado que, en lo que hace al nivel de actividad de la economía real, aún no hay mucho para celebrar. Los insumos para la construcción –14 sectores– volvieron a mostrar un descenso interanual del 30%. Es cierto, crecieron 3% versus abril, pero no puede eludirse que consolidaron una caída acumulada en cinco meses del 33%. Los despachos de cemento recuperan 19% comparados con abril, pero caen 27% respecto de mayo del año pasado y 30% en lo que va del año. Si bien se vendieron un 5% más de autos que en abril, la caída contra el mismo mes del año pasado fue del 14%. El sector suma en los primeros cinco meses un -22%. La producción lo siente. En mayo se produjeron 38.400 autos, 10% menos que en abril y 28% menos que hace un año. El acumulado anual es de -24%. Las entradas de cine se desplomaron: -56%. En el año, hasta ahora, llevan una caída del 38%.
La encuesta nacional de abril de Pulso Research (2014 casos) indicaba que el 87% veía una situación económica del país que era mala o muy mala; el 70% juzgaba del mismo modo su situación personal; el 62% decía que en su hogar no alcanzaba el dinero; el 77%, que había resignado consumos, y el 52%, que conocía a alguien que había perdido el trabajo en el último mes.
Todavía están procesando los datos de la medición de junio, pero la información preliminar señala que ese valor habría crecido por arriba del 60% de la población. Cerca del 40% de los argentinos ya manifestaban sentir temor por perder su trabajo.
En su publicación más reciente, el exministro de Economía Domingo Cavallo advierte desde el título: “Llegó el momento de la microeconomía”. Valdría la pena prestarle atención a su consejo. El trauma reciente que viene dominando el centro del ring desde 2021, y que nos trajo hasta acá, ya tiene rival. Es conocido por todos y temido por la mayoría: la movilidad descendente. En un entorno siempre volátil, los sueños de la clase media siempre son hacia arriba, las pesadillas, hacia abajo. No hay algoritmo que hoy pueda predecir el resultado de una pelea, que promete ser larga y cruenta, entre las dos heridas psíquicas que tienen conmovida a la sociedad: la nueva y la histórica. El futuro está encriptado.