Un balance de divisas complicado por la soja peronista
El l año pasado, cuando en mis charlas me preguntaban en qué invertir, convencido de que el Gobierno no ganaría la elección yo decía sin dudar, medio en broma, medio en serio: “Shorteen (vendan) soja”. Así como hay reglas inquebrantables de la economía (excepto para los terraplanistas del kirchnerismo), como que “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”, hay realidades que no son reglas, pero que hay que aceptar como parte de la vida. Una de ellas es que la soja es peronista.
El jueves pasado el precio de la soja cayó un 2% y registra una baja de 28,5% respecto de un año atrás, y de 45% desde su pico mas reciente, en mayo de 2022. Esta suerte peronista con la soja o, más genéricamente, con los precios de exportación, es mas general. Si tomamos todos los años desde 1946, cuando Juan Domingo Perón accedió por primera vez al poder, los llamados términos de intercambio –que miden el precio promedio de las exportaciones con respecto al precio promedio de las importaciones- fueron un 15% más altos en los gobiernos peronistas que en los no peronistas.
La presión sobre el precio de la soja se produce porque la producción global es muy elevada. El Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) subió recientemente su estimación de producción de soja para Estados Unidos a 124,9 millones de toneladas, la más alta registrada, y la producción mundial a 428,7 millones de toneladas. El USDA estima que el stock mundial de soja a fines de 2025 llegará a 127,76 millones de toneladas, cifra superior a la de 112,36 millones estimados para 2024, los 100,66 millones de 2023 y el promedio a largo plazo, de 99,6 millones.
“La soja peronista complica al Gobierno, que se ata al cepo y al mástil del esquema cambiario, en medio de la escasez brutal de reservas”
Sobra soja, lo cual es un problema para los agricultores argentinos, que están reticentes a plantar maíz, preocupados por los estragos que causó la chicharrita en la campaña anterior, y por el escaso aporte hídrico esperado para la primavera. Según la Bolsa de Comercio de Rosario, la superficie implantada con maíz disminuirá este año un 21%, la mayor caída en 17 años. Para la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, la caída será de 1,3 millones de hectáreas (de un 17,1%).
Con bajos precios internacionales, un tipo de cambio atrasado y retenciones, la inversión en insumos y tecnología caerá durante la campaña 2024/2025, lo que muy probablemente redunde en una cosecha de menor volumen que la de este año. Esto, sumado a los menores precios internacionales, hará que el campo deje menos dólares en 2025 que los que dejó en 2024. Si bien parte de esta merma será compensada con mayores exportaciones de petróleo, gas y litio, es difícil que las exportaciones totales de bienes crezcan en este contexto. Además, las exportaciones netas de servicios, particularmente las de servicios turísticos, caen fuertemente.
Es decir, la soja peronista complica los planes del Gobierno, que se ata cada vez más al cepo y al mástil del esquema cambiario en medio de una escasez brutal de reservas. Las reservas internacionales brutas están al mismo nivel que a fines de enero y las netas son negativas en más de US$4000 millones. El Banco Central logró comprar dólares en el mercado cambiario en lo que va de agosto por US$369 millones, y las reservas subieron en más de US$1200 millones, pero le será difícil acumular desde septiembre hasta noviembre, cuando comiencen las exportaciones de trigo.
“La política hará más difícil conseguir financiamiento externo; el Congreso está dispuesto a bombardear el esfuerzo fiscal”
Por un lado, la baja del impuesto PAIS en septiembre, el tipo de cambio apreciado y el crédito barato acelerarán la demanda de bienes durables y, por lo tanto, de importaciones. Ya los datos de julio publicados por el Indec, dieron señales en este sentido. Las importaciones de vehículos fueron las mayores del año, y las de bienes de consumo también fueron récord y casi no cayeron contra igual mes de 2023, comparado con caídas del 23% en promedio en el primer semestre. Por otro lado, la reducción del plazo de pago de importaciones de cuatro a dos cuotas mensuales subirá la demanda de reservas en el corto plazo.
Además, entre septiembre y noviembre hay vencimientos de deuda en moneda extranjera por más de US$3600 millones, incluyendo amortización e intereses. Solo un ingreso fenomenal de préstamos de organismos como el BID, el Banco Mundial, o de prestamos negociados ad-hoc como el mencionado repo usando el oro como garantía, podría evitar que el Banco Central pierda reservas en esos meses. La política seguramente hará más difícil conseguir financiamiento externo, al mostrar el Congreso que está dispuesto a bombardear el esfuerzo fiscal del Gobierno. Un blanqueo exitoso podría ayudar, pero los dólares que ingresen al país no serán del Banco Central, sino de los depositantes; a menos que, como hizo Sergio Massa, estén dispuestos a usar los encajes de esos depósitos para pagar deuda.
El problema que enfrenta el Gobierno se vuelve circular. Si espera a conseguir dólares para salir del cepo, no saldrá nunca, a menos que los logre a través de prestamos excepcionales, o desde el FMI. El acuerdo con este organismo viene demorado. El ministro de Economía, Luis Caputo, dijo la semana pasada que las negociaciones para un nuevo programa ni siguiera comenzaron. Sin dólares, la tentación es a mantener el cepo. Pero, como sabemos desde 2011, el cepo es como una muerte lenta, te va carcomiendo de a poco las reservas, porque no ingresan dólares a los que después no dejás salir. Quizás la forma de resolver esta cuadratura del círculo venga no de la Argentina, sino de la Reserva Federal de Estados Unidos, que se apresta a comenzar un proceso de baja de tasas de interés, lo que puede traer mejoras en los precios de nuestras exportaciones y suele acrecentar el apetito de los inversores globales por activos de países exóticos como el nuestro.
La salida del cepo enfrenta otro problema. De las tres condiciones autoimpuestas por el Gobierno para levantarlo, la tercera –que la inflación converja a la tasa de depreciación del peso del 2% mensual– está resultando el más difícil de cumplir. La inflación núcleo de julio, excluyendo precios regulados y estacionales (como la calcula el Indec), se aceleró levemente a 3,8% mensual, desde 3,7% en los dos meses previos. La inflación núcleo medida como hacen en Estados Unidos, excluyendo alimentos y energía, se aceleró a 4,6% desde 4,1% mensual en junio. Esto puede ser un síntoma del error que cometieron, como dijo hasta el propio Ricardo Arriazu en una charla en el Rotary Club Buenos Aires, “que fue bajar demasiado rápido la tasa de interés.”
Lo cierto es que si la política monetaria fuese demasiado expansiva, no solo no lograrían llevar la inflación al 2%, más allá del impacto en septiembre de la baja del impuesto PAIS, sino que también seguirán agravando la sobrevaluación del peso en términos reales.
En un país normal, con acceso al mercado de crédito voluntario y cuantiosas reservas internacionales, el tema cambiario sería un problema menor. Es el caso de Uruguay, cuya moneda lleva muchos años sobrevaluada. Sin embargo, fuertes ingresos de inversión extranjera directa para la industria del papel –que tan eficientemente expulsó de la Argentina el kirchnerismo– y hacia otros sectores le permiten a su banco central seguir sumando reservas. Un manejo impecable de la deuda pública –sin apretar a los acreedores en restructuraciones desastrosas como las dos que implementó el kirchnerismo– le permiten tener un fluido acceso al mercado voluntario de crédito. El riesgo país de Uruguay es de cerca de 85 puntos, pese a una situación fiscal nada excepcional. En la Argentina, las cosas son distintas. Con reservas netas negativas, un riesgo país de más de 1500 puntos y 27.000millones en vencimientos de deuda en moneda extranjera hasta fin de 2025, el tema cambiario y su impacto en la acumulación de reservas resulta clave.
La acumulación de reservas y el cumplimiento de las obligaciones crediticias son el puente hasta que las reformas implementadas por el Gobierno den frutos. Desde la presidencia de Carlos Menem que no vemos un proceso de reformas tan impresionante: ajuste fiscal, desregulación, privatizaciones, y aceleración de la inversión con el RIGI darán frutos en una aceleración del crecimiento. La cuestión es cómo llegamos hasta ese punto.
Mientras tanto, los inversores se debaten en cómo interpretar al –parafraseando el título de la famosa novela– extraño caso del Gobierno del doctor Jekyll y el señor Hyde. Un gobierno que implementa estas increíbles reformas y a la vez propone a Ariel Lijo para la Corte Suprema; que promueve las ideas de la libertad mientras ataca ferozmente a periodistas y opositores, incluyendo los que los apoyaron en las iniciativas más importantes. Lo único que saben es, mirando el precio de la soja, que se trata de un gobierno no peronista.
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