Un año del programa económico con muchas luces y algunas dudas
Es indudable que el plan económico del presidente Javier Milei tuvo un rotundo éxito durante su primer año en bajar la inflación sin romper contratos; ahora, la recuperación para 2025 será muy diversa por sectores económicos, geografías y sectores sociales
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Es indudable que el programa económico del presidente Javier Milei tuvo un rotundo éxito durante su primer año. ¿Cuál es la esencia del programa económico? Un ataque en pinzas a los problemas macro (déficit fiscal) y micro (regulaciones, captura de mercados y sobre-protección) de la economía argentina. ¿Qué es lo accesorio del programa, pero importante de corto plazo? Una estabilización basada en un ancla cambiaria, sumada al mantenimiento del cepo.
El descalabro ocasionado por el presidente Alberto Fernández y sus ministros de economía Martín Guzmán y Sergio Massa encaminaban a la Argentina a una hiperinflación. El ataque de cuajo a la raíz del problema monetario-inflacionario, el déficit fiscal, permitió revertir ese proceso y bajar fuertemente la inflación. El Gobierno tomó un gran costo político inicial, no solo por los fuertes recortes al gasto público, sino porque se dio en medio de la liberación de un montón de precios que el gobierno anterior mantenía controlados, incluyendo entre muchos otros “Precios cuidados”, la nafta y el tipo de cambio, y de una corrección parcial de las tarifas de servicios públicos. La inflación, que terminó en el 211,4% en 2023, se encamina a finalizar 2024 en el 119%, con tasas en el margen de entre 2% y 3% mensual. Para 2025, el consenso de economistas espera que la inflación sea del 28,1%.
El programa tuvo el mérito adicional de que, a diferencia de muchos procesos de ordenamiento macro anteriores, esta vez no hubo –en términos generales—ruptura de contratos. No hubo default de la deuda, corralito o plan Bonex alguno. Por ejemplo, el sector privado acumulaba fuertes deudas en dólares con sus proveedores extranjeros, derivados de la política del gobierno anterior de autorizar importaciones (con un peaje importante en los últimos dos años en muchos casos) pero no los dólares para pagarlas, y este gobierno logró solucionar el problema sin romper contratos.
Otra virtud del programa es que la actividad económica comenzó a crecer a partir del segundo semestre. Esto no era obvio después del fuerte desplome, del 6,7%, que vivimos entre agosto de 2023 y abril de 2024 (un 10% si lo anualizamos). No hay en la economía algo así como una ley de gravedad inversa, que diga que la economía tiene que crecer necesariamente después de haber caído. De hecho, se contrajo cuatro años seguidos entre 1999 y 2002. La estabilización, que comenzó en el segundo trimestre, estuvo liderada por el sector agrícola: gracias a una mejora en el clima, la cosecha de maíz y soja, que se da en el segundo trimestre, subió un 74,6% interanual. Luego, a partir de julio, la recuperación se extendió a otros sectores. Uno de los factores que ayudó a la economía a expandirse en el segundo semestre fue la fuerte expansión del crédito, a la que dio lugar otro acierto del programa. Durante el gobierno de Alberto Fernández, el Banco Central (BCRA) imprimía billetes por varios puntos del PBI por año para financiar un galopante déficit fiscal; para sacar parte de esos pesos del mercado, el BCRA emitía las famosas Leliq, y se las vendía a los bancos a cambio de pesos. Entonces los bancos tenían la mayor parte de los depósitos que captaban de sus clientes invertidos en Leliq y en bonos del gobierno. Al eliminar el déficit fiscal, esto se revirtió. Los bancos pasaron a ser bancos, captando depósitos y prestando mayoritariamente al sector privado, dinamizando así la economía.
El programa económico también permitió revertir un fuerte déficit comercial, gracias en parte a la buena cosecha y a la reversión del déficit energético, pero también a la fuerte devaluación inicial que golpeó las importaciones. Durante los primeros 10 meses de 2024 la Argentina tuvo un superávit comercial de US$15.942 millones, comparado con un déficit de US$7387 millones en el mismo período de 2023. Esta reversión le permitió al BCRA comprar US$18.708 millones en el mercado en lo que va del año, y acumular US$8775 millones de reservas internacionales.
Así, luego de pagar fuertes costos durante el primer año, el Gobierno y los argentinos vamos a poder disfrutar de algunos de los frutos durante el segundo año. La economía se va a expandir durante 2025, y la tasa de inflación seguirá bajando.
Luego de un ajuste fiscal de cerca de 5 puntos del PBI en 2024, no habrá mucho ajuste adicional en 2025. El Gobierno será muy ortodoxo, pero no es ingenuo, y no aumentará demasiado las tarifas en un año electoral. Las provincias, que también ajustaron fuerte en 2024, expandirán algo el gasto el año que viene. La inversión aumentará de la mano del RIGI y de Vaca Muerta, y las exportaciones se verán dinamizadas por el aumento de exportaciones de petróleo y de litio, entre otros.
La recuperación, como todas, será muy diversa por sectores económicos, geografías y sectores sociales. Como en todo proceso de estabilización basado en el tipo de cambio, el rubro más dinámico es el de venta de bienes durables, tal como anticipamos en esta columna el 11 de agosto. Las ventas de autos son un buen ejemplo: subieron un 16% interanual en promedio de julio a noviembre. Con un tipo de cambio estable, tasas de interés a la baja y la eliminación del Impuesto PAIS, esta tendencia se exacerbará en los próximos meses. Otros mercados están más limitados, como el de bienes de consumo masivo. Es que si bien los salarios se incrementaron por encima de la inflación a partir de marzo, también aumentó el transporte, la luz, el gas, la nafta, el impuesto a las Ganancias y muchos otros, con lo que el ingreso disponible luego del pago no subió tan fuertemente.
En cuanto a los sectores de la economía, los más dinámicos serán seguramente la minería y la extracción de gas y petróleo. La terminación del oleoducto de Oldelval durante 2025 permitirá duplicar las exportaciones de petróleo. Esta perspectiva también nos habla de la distribución regional del crecimiento. En el siglo XIX se popularizó en los Estados Unidos la frase “Go West young man!”, a medida que la frontera se expandía al oeste. Esta frase es hoy muy válida para la Argentina. Entre Vaca Muerta, el litio y los impresionantes proyectos de cobre a lo largo de la cordillera, el oeste es el que más se va a expandir en las próximas décadas.
Sectores como el campo y la construcción crecerán en 2025, pero de forma limitada. El primero enfrenta precios de la soja tan bajos como los del fin de la Convertibilidad. El gobierno debería comenzar a bajar algo las retenciones para permitir que desarrolle todo su potencial. La construcción sigue golpeada, con el índice sintético de construcción (ISAC) cayendo al 25% interanual. Se enfrenta al problema de los altos costos de construcción en dólares, así que dependerá de la expansión del crédito para retomar impulso.
Otros sectores como el turístico y el manufacturero se enfrentan al problema que genera un peso fuerte. Durante los últimos tres meses con datos, el flujo de turistas al exterior subió un 35,2% interanual en promedio, mientras que el flujo de turistas internacionales arribando a la Argentina cayó en un 28,7% interanual. El cierre de la brecha cambiaria y la eliminación del Impuesto PAIS en enero (30% en el caso de los gastos en el exterior) van a exacerbar esta tendencia. Con el real cerca de 6 por dólar y el peso uruguayo acercándose a 45 por dólar, este verano va a ser un escándalo. El “deme dos” volverá a las playas brasileñas; solo pido que no quemen billetes del país vecino. El sector manufacturero enfrenta el mismo problema. La economía se está abriendo de a poco (bienvenido sea), pero los productores locales enfrentan casi los mismos impuestos y regulaciones laborales que en el pasado, sumado al impacto de un peso caro. Es que las estabilizaciones basadas en tipo de cambio son muy efectivas para bajar la inflación en un país tan dolarizado como la Argentina, pero te llevan a una moneda muy apreciada si se mantienen demasiado en el tiempo. Los costos laborales unitarios del sector manufacturero medidos en dólares, una medida de competitividad de la industria, ya se acercaban en el tercer trimestre a los de marzo de 2018, y es probable que sigan subiendo en 2025.
Esto nos trae al debate que se viene posponiendo gracias a que el carry trade (endeudamiento en dólares para invertir en pesos) le permitió al BCRA comprar dólares y comprimir la brecha: la salida del cepo y el régimen monetario/cambiario que sucederá al actual. La salida del cepo parece atada a conseguir financiamiento del FMI, algo que, como anticipó Florencia Donovan el viernes 6 en LANACION, parece más cercano. ¿Qué régimen cambiario lo sucederá? ¿El peso fuerte llegó para quedarse? Si es así, las empresas de sectores como la construcción y la manufactura tomarán medidas para enfrentar este nuevo esquema. Para no perder márgenes, tendrán que aumentar la productividad, combinando más inversión y menos cantidad de trabajadores. Algunos pasarán a importar en vez de producir. Es decir, si Vaca Muerta es la que va a fijar el valor del dólar en la Argentina, el costo es que puede surgir un problema de empleo en el conurbano, tema que quizás suba en la importancia en la agenda de debate público durante 2025.
La Argentina llegará a las elecciones de octubre de 2025 con crecimiento económico, consumo fuerte de bienes durables, baja de la inflación y posible suba del desempleo. También llegará con un debate sobre la calidad de nuestra justicia y nuestras instituciones aunque, como casi siempre, el votante probablemente responderá no a esta discusión sino a la víscera más sensible, la billetera.
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