Un año de aguante para esconder la desidia macro
Resulta paradójico que nos preguntemos cuánto aguanta la Argentina sin una crisis cuando el contexto regional e internacional presenta condiciones tan favorables como las actuales.
La Argentina enfrenta precios internacionales de sus commodities de exportación cercanos a sus récords históricos, lo que permite que los términos del intercambio comercial (el poder adquisitivo de las exportaciones medido en términos de las importaciones) resulten los más altos de la historia. Además, el dólar es una moneda depreciada respecto de las monedas de la mayoría de los países con los que la Argentina comercia. Ambos hechos permiten que la economía doméstica pueda funcionar con una apreciación real (dólar barato) que de otra manera sería ya muy difícil de soportar. Mientras la liquidez abunda y las tasas de interés internacionales son históricamente bajas, el crecimiento del mundo emergente y de los países latinoamericanos es de los más altos de la historia reciente. Lo que permite, a su vez, un crecimiento vertiginoso de las clases medias y de la demanda de todo tipo de bienes de consumo, alimentos y manufacturas industriales que la Argentina produce.
Pero a pesar de este panorama, los errores de política económica y la desidia por la macroeconomía han puesto a la Argentina en esta situación absolutamente paradojal. Es cierto que el ADN de los argentinos, marcado a fuego por tantas crisis, genera comportamientos proclives a producir crisis. Pero la inflación, el encarecimiento en dólares y la reducción de los márgenes de rentabilidad del sector real hoy son un obstáculo claro al crecimiento. Y sin crecimiento, lo que antes resultaba tolerable, tanto desde el punto de vista económico o financiero como desde el punto de vista político o social, hoy lo es mucho menos.
Las políticas fiscales y de precios e ingresos compensatorias, que acompañan el diseño de política económica inaugurado en 2002, se han traducido en un Estado de un tamaño tal que resulta imposible de financiar sanamente. Y si bien una buena parte de los argentinos está de acuerdo con un Estado grande y un rol preponderante en la vida económica, una buena parte de esos mismos y otros que no lo están sufren las consecuencias de la inflación, la congestión y la baja calidad de los bienes públicos (seguridad, educación, salud, justicia) que ese Estado provee.
El aislamiento de la Argentina del mercado financiero internacional obliga a financiar el déficit fiscal y los vencimientos de deuda pública básicamente a través de los balances del Banco Central, del Nación y del sistema jubilatorio. Mientras la utilización de los balances del Nación y de la Anses despierta fuertes interrogantes hacia delante, el financiamiento que provee el Central se traduce en una tasa de expansión monetaria (hoy del 40% interanual) claramente incompatible con la estabilidad macroeconómica y, por supuesto, con el congelamiento de precios. Por lo menos incompatible con este congelamiento, que no es acompañado de ninguna medida adicional que permita verlo como un instrumento que posibilite una transición hacia un esquema de política económica menos inflacionario.
Un 2013 de aguante
El diseño de política económica actual permite inferir que la prioridad del Gobierno es aguantar este 2013 con más de lo mismo: priorizar el cronograma político y dejar para más adelante eventuales correcciones macro. Y es probable que lo logre y que se llegue a las elecciones de medio término con una economía como la que tenemos hoy. Básicamente porque la política seguirá dominando la economía en tanto y en cuanto no parece que la gobernabilidad vaya a ser puesta en duda durante este año. Éste es un punto central.
Las crisis económicas de la Argentina se produjeron siempre bajo gobiernos débiles o sospechados de ingobernabilidad. Y a pesar de sus imperfecciones, el de Cristina Kirchner es un gobierno con amplio apoyo en la opinión pública y que enfrenta, por el momento, un escenario electoral favorable, según las proyecciones de los analistas políticos más serios del país. Pero, después de las elecciones y el congelamiento: ¿qué pasará? La existencia de gobernabilidad no es sustituta de la buena economía. Cuanto antes hay que reencauzar la dinámica económica hacia un sendero de estabilidad nominal. Las medidas macroeconómicas que no se tomen preventivamente, mientras el Gobierno tiene poder para hacerlo, habrá que tomarlas más adelante. Y mientras que con poder es relativamente fácil cambiar la política económica y relanzar un gobierno, cuando la marcha de la economía compromete visiblemente la gobernabilidad, las medidas que se toman son vistas por lo general como "manotazos de ahogado", lo que las vuelve inefectivas y sospechadas de transitoriedad.
Finalmente, se terminará por reconocer que no hay ingeniería política o mediática ni política social capaz de compensar el daño que generan la desidia macro y políticas económicas equivocadas.
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